2. Una disculpa.

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UN AMOR DISPAREJO.

Capítulo 2: una disculpa

—Kiara Jacksyn—

Pego el grito en el cielo cuando escucho a Melisa decirme que para no despedirme debo disculparme con Nicolás porque eso fue lo que él pidió. El muy imbécil quiere que me disculpe delante de todos y admita que no hago bien mi trabajo. No pienso hacer eso, pueden despedirme, pero no lo haré.

—No me voy a disculpar, ese chico se siente superior a todos.

—Kiara, piensa en tu mamá y en tu hermana, sabes que el dinero les hace falta —Melisa se me acerca—. ¿Cómo pagarás la mitad de tus estudios? Yo sé que solo tienes media beca.

—Quiero matarlo, te lo juro —mascullo entre dientes—. Me voy a disculpar, todo sea por mi familia.

—Bueno, entonces vamos —me abraza—. Espero que cumplas tu palabra.

Le doy una sonrisa no tan sincera y nos vamos directo a donde están todos. El muy idiota tiene a casi todo el personal reunido, pero ya verá él que conmigo no se puede, y si me van a correr del trabajo que sea por una buena causa. Me ubico frente a Nicolás y me mira con una sonrisa que la verdad me provoca darle un puñetazo para que deje de ser tan hipócrita.

—¿Qué me querías decir? —pregunta con voz burlesca—. Habla rápido, niñita, no tengo todo el tiempo del mundo.

—Quería decirte que eres el más grande idiota que he conocido —todos hacen silencio—. Que no me interesa que me corran del trabajo porque un niño rico y mimado como tú lo ha exigido, ¿y sabes qué? Puedes quedarte con el trabajo y metértelo donde tú y yo sabemos.

Las risas se hacen presente y Nicolás se pone rojo de la rabia. Esta vez la que sonríe soy yo.

—¿Sabes que esto que acabas de hacer te costará tu trabajo? —me toma de la muñeca.

—No me toques —me suelto—. Ya sé que perdí mi trabajo, ¿pero qué crees? No me importa, ya estoy acostumbrada a que la gente como tú me dañe la vida, así que una persona más no creo que me termine de joder la vida. Gran pendejo.

Me acomodo mi bolso y salgo a toda prisa. Dejo salir las lágrimas que había aguantado, necesito este trabajo, pero estoy cansada de que la gente con dinero me humille cuando le da la gana. Tengo diecisiete años y es para que estuviera disfrutando de fiesta en fiesta con mis amigos, pero no lo hago por estar trabajando, porque necesito llevar más dinero a mi casa y para pagar la universidad.

Ubico el auto de Aron que, por cierto, es divino. Sus papás son personas adineradas y él por supuesto tiene todo a manos llenas. Entro al auto y seco mis lágrimas sin decir nada, y Aron tampoco pregunta nada.

—Iremos a un campamento con mi familia este fin de semana —me informa mientras conduce—. No quiero excusas.

—Está bien.

Le digo restándole importancia.

—¿Qué tienes? —me mira y detiene el auto—. Tú nunca aceptas así como así.

—Me despidieron —las lágrimas vuelven a salir—. Un imbécil hizo que me despidieran.

—Sabes que yo te puedo ayudar económicamente —saca unos billetes de su cartera—. Toma esto para que te ayudes por un tiempo.

—De verdad que estás loco, nunca te voy a recibir dinero, no me interesa y lo sabes —suspiro agitada—. Me interesas tú, no tu dinero.

—Eres muy orgullosa, solo tómalo y ya—me sonríe—. Lo necesitarás.

—¿Por qué los ricos siempre piensan que con el dinero solucionan todo?

—Porque así es, princesa —aprieta mis mejillas.

Lo ignoro y vuelve a conducir. Me saca de quicio cuando se pone así y la verdad si no lo quisiera ya lo hubiese mandado al carajo desde hace mucho tiempo. Llegamos a casa y me despido con un beso de él para después entrar, y encontrarme con mi mejor amiga Sacha y mi hermana Milagros.

—Dos parlanchinas juntas es mucho para el mundo —ambas se ríen—. Es en serio, ustedes juntas son un desastre.

—Cállate, te tenemos un superplán para este fin de semana que no trabajas —Sacha me pasa el brazo por el hombro—. Mis papás se irán a la casa que tienen a las afueras de la ciudad, unos amigos suyos irán y pues quieren que ustedes vayan.

—Di que sí, hermanita, mira que voy a conocer el mar —mi hermana me remueve por la blusa como si tuviera cinco años.

—Tengo planes con Aron, lo siento, pero no puedo ir. Tú puedes ir con Sacha, sabes que mamá te deja si es con ella, aparte, ya estás grande.

—Para todo Aron, que seguro te impuso que debes ir con él. Te dejaré la invitación abierta por si quieres ir —se aleja.

Mi amiga odia a mi novio.

—Cuidas a Milagros, ya sabes cómo es de loca y no quiero que le dañes la mente.

—Amiga, tu hermana siendo un año menor que tú sabe más de lo que te imaginas. No hay necesidad de dañarle la mente, créeme.

Pongo los ojos en blanco para después soltar una risita y evito contarle a las chicas lo que pasó hoy, no quiero su lástima. Subo a mi habitación y dejo mis cosas en un pequeño mueble que tengo, me quito toda la ropa y me pongo algo más cómodo para estar en casa. Regreso donde están las chicas y me les tiro encima, ambas se quejan y me hacen a un lado, pero terminan por dejarme en medio de ellas. Pasan y pasan horas y las chicas no se aburren de ver películas románticas que, por cierto, no son lo mío. La vida no es tan fácil como muestran en las películas.

Nos pasamos toda la tarde mirando películas hasta que Sacha debe regresar a casa, es muy tarde. Estoy por contarle a mi hermana lo que pasó hoy y suena el timbre de la puerta. La miro con una sonrisa y sabe que tiene que levantarse a mirar quién es, yo no pienso hacerlo. Mi hermana es muy simpática y siempre se lleva bien con todos, no puedo negar que entre las dos la más sociable es ella, es muy bonita. Su cabello largo color rubio le hace fuego con su piel blanca y sus bonitos ojos negros que son idénticos a los de mamá.

—¡Hermanita, te buscan unos chicos!

Respiro hondo al escuchar su grito. No quiero visitas, y sé que no es Daniel, mi amigo de toda la vida, él ya hubiera entrado con toda la confianza del mundo a darme de besos como siempre. Me levanto con toda la pereza que me carcome y camino hasta la puerta, me sorprendo cuando veo al idiota de Nicolás y a su hermano que si no estoy mal se llama Oscar. Los dos me miran, pero presiento que mi hermanita se ha fijado demasiado en el hermano del más imbécil que conozco.

—¿Qué hacen aquí? —pregunto cruzándome de brazos—. ¿Cómo saben que vivo aquí?

—Mi hermano quiere decirte algo —Oscar me sonríe—. ¿Nos invitas a pasar? —ignora mi segunda pregunta.

—Claro que sí.

Responde mi hermana muy coqueta.

—¡No! Lo que quieran decir lo pueden hacer aquí en la puerta. Milagros, si quieres puedes hablar con Oscar mientras que escucho lo que me dirá este idiota —los miro y ambos entran a la casa dejándome con Nicolás—. Si estás aquí para burlarte de mí te cuento que…

—No estoy aquí por eso. —Me interrumpe—. Quiero que regreses a tu trabajo.

Mi boca automáticamente se abre al escuchar a Nicolás decirme que quiere que vuelva a mi trabajo.

—Disculpa, no te escuché muy bien, ¿qué dijiste?

—Que eres lo peor que he conocido, eso dije —masculla con molestia—. Que quiero que vuelvas a tu trabajo.

—No te preocupes, tú también eres de lo peor que he conocido, y mira que he conocido a muchos de tu misma calaña. ¿Por qué cambiaste de opinión? Quisiste humillarme.

—Porque en mucho tiempo nadie me había animado a hacer las cosas como tú hoy —suspira con enojo—. Tú no conoces nada de mi vida y no pretendo que las conozcas, pero estoy así gracias a mis imprudencias y desde que mis papás me empezaron a llevar a rehabilitación nadie me había dicho las cosas como son.

—Nadie te había dicho que eres un idiota —suelto una risita—. Te mentiría si te dijera que no necesito el trabajo, porque en realidad me ayuda mucho el dinero que allí gano.

—Entonces, seguirás en tu puesto —me da una sonrisa y puedo notar los hoyuelos que se le han formado en sus mejillas—. Ya puedes llamar a mi hermano para irnos.

—¿Kiara, será que puedes hacerme el favor de llamar a mi hermano? —le respondo con ironía—. Aprende a pedir favores.

—Y tú aprende a vestirte mejor, perdón que lo diga, pero no vistes nada bien.

—No me pondré un vestido que se me vea todo el trasero si es lo que quieres. Visto como me da la gana y ya mejor llamo a tu hermano para que se vayan —pongo los ojos en blanco. Tonto—. ¡Oscar!

—Qué escandalosa eres —me dice cuando termino de llamar a su hermano—. ¿Eres así siempre?

—¡Sí, soy así siempre! —me acerco y le grito en el oído—. ¿Contento?

Me hace mala cara y yo le doy una sonrisa. Mi hermana sale con Oscar muy contenta y parece que se llevan mucho mejor que Nicolás y yo. Se despiden y veo que Oscar ayuda a subir a Nicolás a un auto deportivo muy lindo. Mi hermana me mira con una ceja levantada y ya sé que viene el interrogatorio.

—¡De dónde carajos has sacado a esos chicos tan guapos! —su grito retumba por toda la casa—. Incluso el de la silla de ruedas está buenísimo.

—Los conocí hace unas horas, el de la silla de ruedas es Nicolás y, desgraciadamente, le estoy haciendo rehabilitación. El otro chico es su hermano, y creo que es mejor persona que el otro.

—Me encantó Oscar —muerde sus labios—. Ha dicho que eres hermosa, pensé que le gustabas, dijo que a cualquiera le gustarías, pero que ya alguien más tiene los ojos en ti. No le entendí muy bien, pero le dije que tenía razón. ¿Qué quiso decir con eso?

—No sé y tampoco me interesa. Y tú vez bajándote de esa nube, ellos son de dinero y nosotras no.

Me ignora como siempre que trato de darle consejos y se va a su habitación. Me tiro en el sofá pensando en lo que Oscar le dijo a mi hermana que alguien más ya tiene los ojos puestos en mí, quizás me vio con Aron y por eso dijo aquello, no creo que haya otra razón, ¿o si?

Decido dejar de pensar en eso y me voy para mi habitación, tengo que estudiar para un parcial que, de verdad, no está nada fácil. «Igual que mi vida». No sé por qué la sonrisa de Nicolás llega a mi mente, no lo había visto sonreír o por lo menos no una sonrisa sincera, y ahora que lo vi se ve muy lindo.

No entendí cuando dijo que estaba en ese estado por sus imprudencias y creo que no debo indagar más sobre su vida, pero me llama la atención la mirada tan triste que sus ojos reflejaron cuando lo dijo, y no sé por qué una parte de mí quiere saber más de Nicolás Steel: el chico tóxico.






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