I

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No sé si quiera ir a la joda Pau. dijo Mauro por tercera vez a su amigo, quien parecía no escucharlo. — Wacho, ¡te estoy hablando! gritó.

Sí, sí. Te escucho, no soy sordo. — contestó el rubio. — Pero vamos a ir, te guste o no, y me importa poco que tenga que arrastrarte si es necesario. amenazó, comenzando a buscar algo de ropa en el armario del ojiverde, quien dejó escapar un bufido de molestia. — Mauro. le regañó en un tono más serio — No podés seguir así.

Entonces, ¿qué querés que haga rey? cuestionó irritado, cruzando los brazos sin levantarse de la cama.

¡Ya me cansé! exclamó serio. — Escuchame bien, culiao'. comenzó. — Vamos a ir a la joda, te vas a divertir y vas a tomar como nunca, a ver si así te olvidas de una vez de la pelotuda de tu ex. ¡Porque no es posible que Nadia esté de lo más feliz con otro, mientras que vos te encerrás en tu cuarto y llorás por ella! — sentenció, tomando lugar al lado de Monzón.

La habitación del teñido quedó en silencio ante esto último, pensando si en verdad valía la pena seguir llorando por alguien que solo jugó con él y que no le tuvo ningún tipo de aprecio, ni respeto. Mauro había terminado con su novia hace más de un mes y medio. Desde entonces se aisló en su casa, lamentándose el no haber sido un buen novio, por su carácter inmaduro y aburrido, según su ex.

Paulo, como buen amigo, iba a verlo de manera constante, asegurándose de que al menos se duchara y dejara de comer helado junto con cualquier chatarra que se atravesara en su camino.

Paulo. — susurró Monzón, luego de unos minutos.

¿Qué? preguntó.

— ¿No fui suficiente para Nadia? — interrogó en voz baja, logrando que Londra arrugara la nariz ante sus palabras.

No digas eso. — reprochó. — Yo creo que fue al revés, ella no fue lo suficiente para vos Lit. dijo, haciéndole mimos en la cabeza.

Mauro guardó silencio nuevamente, disfrutando de los mimos que le proporcionaba su mejor amigo, recapacitando si salir o no. Sabía que si no iba Paulo no lo llevaría a la fuerza, lo conocía a la perfección y sabía que sus amenazas eran vacías. Pero después de todo, el rubio siempre le seguiría insistiendo en salir, ¿porque no mejor ahora mismo que en otra ocasión?

Bueno dale, vamo'. cedió el ojiverde, logrando que Paulo hiciera una pequeña celebración. — Pero vas a estar conmigo, no quiero que me dejes abandonado como un perro mientras vos estás con Rocío. — sentenció.

Tranqui, eso no va a pasar. aseguró. — La joda es a las nueve y media, son las cinco y cuarto casi, así que move ese culo de la cama, anda a bañarte y te pones re fachero como solo vos sabes hacer. Después pedimos unas pizzas y vemos alguna serie en espera a que se haga la hora. — indicó.

Señor, sí señor. se burló Mauro utilizando un tono militar junto con un saludo.

Seguí así y te quedas solo, culiao'. advirtió.

¡No, por favor compa! dramatizó el morocho. — ¡Si te vas me muero!

Entonces haceme caso y levantate. dijo sacando a empujones a Monzón, quien sin perder la sonrisa hizo todo lo que el rubio le había dicho.

Tal como Mauro se lo esperaba, Paulo lo dejó sólo. Pero no podía culparlo, después de todo la novia del ojiazul también merecía atención. Rocío y Paulo llevaban más de cuatro años juntos, poseían una relación bastante estable, se daban su espacio y no había lugar para los celos, porque ambos confiaban ciegamente el uno en el otro.

Muy diferente a la relación que el morocho tuvo con Kowalks. Duraron un año y poco, siendo la peor época de Monzón. Si es que así se le puede llamar a algo que solo se basaba en peleas, celos, reclamos por cualquier tontería y mucha toxicidad.

Ahora que el ojiverde lo pensaba, se sentía aliviado de haberse librado por fin de la rubia, convirtiéndose en un hombre libre y sin ningún compromiso de por medio.

Por lo tanto, Monzón decidió levantarse de donde estaba para ir a la barra y pedir un trago, no iba a emborracharse del todo, como Paulo le había dicho. No quería causarle problemas al rubio, ni hacerle pasar algún tipo de vergüenza, sobre todo si su novia se encontraba en la joda.

Se sentó en medio de unos chicos quienes bebía con tranquilidad. El peliblanco pidió algo y cuando lo tuvo comenzó a dar pequeños tragos para después dar unos más grandes, llegando a atragantarse, causando una risa burlona de parte del chico a su lado.

Eu, si no sabes tomar no lo hagas. le dijo, sin dejar de reírse.

Má' vale que sé tomar wacho. — se defendió el ojiverde, sintiéndose avergonzado.

Bueno, no parece. retrucó de nuevo el desconocido, con una sonrisa ladina.

Mauro no dijo nada, solo guardó silencio. Miraba de reojo al chico sin saber bien el porqué, pero había algo en el que le llamaba mucho la atención, como si lo hubiera visto antes aunque no se acordaba del todo bien en dónde.

¿Qué pasa? preguntó el morocho al percatarse de la insistente mirada que Monzón tenía sobre él.

Nada, ¿por? quiso hacerse el desentendido, pero no logró convencer al otro de esto. — Bueno, es que te veo cara conocida rey. confesó, haciendo que el contrario le mirara extrañado. — ¿Cómo te llamas? — preguntó sin rodeos.

Ignacio Spallatti. contestó con una sonrisa, haciendo que Mauro la correspondiera automáticamente, mientras pensaba si había escuchado ese nombre antes. Ignacio no le sonaba mucho pero Spallati sí que lo hacía.

¿Spallatti? Spallatti.. cuestionó en voz alta, más para sí mismo que para el morocho. —¿Será quien yo pienso?

¿Y vos? preguntó éste, sacando de sus pensamientos al teñido.

¿El nombre de Mauro Monzón te dice algo? dijo, esperanzado a que la respuesta fuera afirmativa.

Mauro Monzón.. susurró Ignacio. — No, no me suena para nada.

¡Sí wacho! ¡Del jardín de infantes! - agregó el ojiverde al recordar, ganándose una mirada confundida de Spallatti. - La seño Carla, ¿no te acordás? Bajita, pelirroja y muchas pecas, una trola bárbara. Nos daba ositos de gominola a la salida si nos portábamos bien, alta dealer era.

Ositos.. Ah, Mauro, sí, me acuerdo, creo. — reflexionó aún confundido el ojinegro. — Tenías un corte honguito y día por medio te olvidabas de la mochila o la bicicleta, ¿no?

Eh, puede ser. — soltó Mauro desviando la mirada, notoriamente avergonzado. — ¿En serio es justo eso lo único que te acordás amigo? — preguntó medio ofendido a lo que el morocho simplemente se hundió de hombros.

No recuerdo mucho de cuando era chico, la verdad. — confesó Spallatti. — Pero bueno, pasado pisado, ¿no? ¿Qué es de tu vida ahora? — soltó con una sonrisa.

Y así, poniéndose al día el uno con el otro y entre risas y varios tragos, pasaron el resto de la fiesta. Monzón se enteró que empezaría en la misma facultad a la que asistía Spallatti, aunque en carreras diferentes.

Cerca de las 6 de la mañana un amigo de Ignacio vino por él, un chico morocho de ojos azules, Braian, si no mal recuerda. El retirarse fue a buscar a Londra, que se encontraba con Rocío, quienes luego lo acompañaron hasta su casa.

Al final, si valió la pena haber asistido. Se encontró con un buen amigo del pasado e intercambió números para mantenerse en contacto. Había algo en el morocho que le llamaba la atención. Además de lo notoriamente atractivo que se había vuelto, algo misterioso sobre el chico rondaba en su mente.

Finalmente se durmió, más feliz de lo que había estado en mucho tiempo. Se encargaría de agradecerle a Paulo con una botella de fernet, como corresponde, por haber insistido en que vaya.

Fragmentado - LitckoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora