XXXVII

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Aunque el subconsciente de Mauro le estuviera advirtiendo hace rato sobre la situación, su incapacidad de leer entre líneas lo había dejado en jaque y ahora estaba a merced de los otros dos. Al menos, gracias al alcohol se puede presumir, reaccionó cuando la morocha atacó sus labios. Instintivamente observó al más alto de reojo, algo nervioso, aunque éste sólo mantenía su expresión seria de siempre.

Decidió no darle más vueltas al asunto, ya estaba ahí, disfrutaría del momento. De ser necesario podría hablar luego con Ignacio o Matías, pero dudaba que esto les genere algún tipo de conflicto. Comenzó entonces una pequeña lucha, porque para su suerte, a Julieta también le gustaba tener el control.

La atrapó por la cintura y comenzó a avanzar hacia la cama, topándose en el camino con el morocho, quien comenzó a besar el cuello de la mayor. Lit no quería incomodarlo, así que se enfocaría en cualquier lugar lejos de los labios del más alto, o terminaría por caer en la tentación y atinaría a besarlos, y no quería terminar con un ojo morado y el labio roto.

Se quitaron las prendas superiores antes de tirarse a la cama; mientras Monzón seguía devorando los labios de Cazzucheli, Spallatti bajó hasta sus pechos para entretenerse ahí mientras acariciaba el resto de su cuerpo. Poco a poco el resto de la ropa fue desapareciendo, hasta que los chicos quedaron solo en bóxers.

Mauro terminó recostado sobre su espalda, con Julieta recorriendo su pecho a medida que iba bajando. Soltó un jadeo cuando alcanzó su miembro, rodeándolo con sus labios antes de introducirlo en su boca. Ecko por su lado besaba los hombros de la mayor, acariciando con una mano sus muslos mientras que con la otra, ensalivada, atendía la entrepierna ajena.

Los gemidos y jadeos llenaban la habitación, el bullicio exterior se sentía lejano. Habían pasado varios minutos en esa posición y la morocha descubrió que la entrada del menor también podía ser atendida sin preocupaciones, algo que se le dificultaba cuando la pareja del momento era completamente heterosexual.

Pero ahora se encontraba ella recostada boca arriba, con la lengua del peliblanco recorriendo su entrepierna mientras Spallatti rotaba los besos entre su cuello y pechos. El morocho se negaba a besarla, sintiendo cierta aversión por el hecho de que antes le practicara sexo oral a Monzón. Claro que no pasaría mucho antes de que la mayor lo hiciera ceder.

Momentos después llegaría el primer quiebre, cuando Julieta se negó, sutilmente, a practicarle un oral a Ecko, que la observaba confundido. Tras una pequeña lucha de miradas, el más alto terminó cediendo nuevamente, ya un poco frustrado de no poder disfrutar del cuerpo de su acompañante habitual. Pero terminó por rendirse, si el intruso era la causa de su molestia, también sería su solución.

A Lit lo tomó por sorpresa, se había quedado a un lado durante esa pequeña riña y algo desorientado por no saber cómo proceder. Fue entonces cuando el morocho lo arrodilló frente a la cama, lo agarró por el pelo y lo hizo mirarlo a los ojos. El peliblanco pudo percibir esa mezcla de frustración, excitación y lujuria en la oscuridad de los ojos opuestos, y no movió un dedo, cediendo ante él.

Cazzucheli se dio el gusto de tomar un poco de distancia para apreciar la escena. La boca y garganta del menor completamente invadidas por la longitud del más alto, los jadeos apenas audibles y ahogados que escapaban de este; el morocho fuera de sí, haciendo uso y abuso de la cavidad bucal de Monzón.

Las lágrimas brotaban de los ojos del peliblanco así como una mezcla de saliva y fluidos escapaba en los pequeños espacios que el miembro de Spallatti no ocupaba, sobre las comisuras de sus labios. Pero lejos de sentirse incómodo o molesto, Mauro estaba disfrutando de una manera totalmente nueva.

Fragmentado - LitckoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora