Monzón bajó hasta la cocina con la esperanza de encontrarse con Natalia o Rosa, pero ninguna de las dos estaba. Esto le pareció un tanto extraño hasta encontró una nota que parecía haber sido escrita por la madre de Spallatti.
"Chicos, tuvimos que salir a comprar algo, no demoraremos mucho
El desayuno está servido. Los quiero"
El teñido sonrió al leer la nota, Natalia era un amor, así que decidió dejar la nota donde estaba y regresar al cuarto de Spallatti. Cuando llegó se acostó a su lado, dejándose perder en las facciones del morocho, su nariz y labios perfectos, esas cejas bien definidas. En verdad era atractivo, no encontraba ningún defecto en él.
Sin poder evitarlo, pasó sus dedos por el cabello del contrario y luego fue dejando un par de caricias en sus mejillas. Monzón hubiera seguido de aquella manera todo el día si fuera posible, pero al notar como el morocho comenzaba a despertarse, se detuvo de inmediato.
— Buenos días líder de las tierras agrícolas. ¿Todo bien? — saludó el peliblanco con una radiante sonrisa, la cual esperaba que fuera correspondida con la misma intensidad, pero para su desgracia, esto jamás pasó.
Mauro notó una mirada distinta en el morocho, no necesitaba ser un genio para adivinar quien tenía el control en estos instantes. No eran Ignacio ni Matías, pero antes de poder hacer algo, Spallatti lo empujó bruscamente haciendo que se cayera de la cama.
— ¡¿Pero qué mierda te pasa wacho?! — reclamó el ojiverde aún desde el suelo.
— Pasa que no te quiero más tiempo en mi cama. — le respondió Ecko con un tono seco. — Todavía no entiendo porqué Matías te dejó dormir acá, si te arreglaron el puto cuarto de invitados. — se quejó levantándose. — Ahora salí si no querés que te cague a piñas. — amenazó.
— Bueno, bueno, ya salgo. — dijo Monzón alzando las manos en son de paz, incorporándose y saliendo rápidamente del cuarto, siendo seguido por un fuerte portazo de parte del morocho.
Lit bufó por lo bajo, al parecer Ecko no se había levantado con el mejor humor o quizás no le agradó despertarse con él a su lado. Sin poder hacer más, volvió a la cocina de nuevo a servirse el desayuno. Eran las diez de la mañana y su estómago le pedía un poco de alimento.
Una vez con el plato en la mesa, se dispuso a comer en silencio. En algún momento tomó su teléfono y abrió la conversación donde habían varios mensajes de Paulo, preguntándole si estaba bien o en dónde estaba. El rubio ayer pasó por su casa pero no lo encontró. Sonrió inconscientemente ante la preocupación de su amigo, dejó de comer por unos instantes y comenzó a contestarle.
No iba a decirle todo lo que pasaba de una vez, primero iba a tranquilizarlo. El cordobés llegaba a ser demasiado sobreprotector con él, casi se comportaba como una madre preocupada por el bienestar de su hijo inmaduro y problemático.
En cierto modo era lindo tener alguien que se preocupara tanto por él de aquella manera, después de todo, Paulo era su mejor amigo y el único que estuvo a su lado cuando Nadia cortó con él y se mudó. Londra dejó de lado la mitad de una gira cuando Monzón quedó sólo y se fue para Buenos Aires, y el ojiverde nunca se perdonó el causarle tantos problemas.
En fin, Mauro fue traído a la realidad de nuevo por unos ruidos provenientes de la escalera. Al parecer Ecko venía hacia él, así que tenía que prepararse para no tener problemas con el morocho, no necesitaba una segunda mala impresión de nuevo. Si quería la amistad de Spallatti, tenía que aprender a llevarse bien con todos.
— ¿Qué? ¿Estás acá todavía? — cuestionó incrédulo el recién llegado. — Pensé que te habías ido y nos habías dejado en paz. — soltó con asco.
— «Paciencia Mauro, paciencia.» — se repitió a sí mismo. — Estaba comiendo porque tu vieja es una capa y se tomó el trabajo de prepararnos el desayuno y no iba rechazarlo. — trató de hacerlo entender, pero Ecko parecía no estar del todo convencido con su excusa.
— Sí, sí, como digas. — chasqueó la lengua, ignorando sus palabras.
Monzón puso sus ojos en blanco ante esto, aunque decidió no tomarle importancia y seguir comiendo como si nada pasara, el morocho también se sentó aunque bastante lejos de donde estaba el peliblanco.
Los siguientes minutos fueron en completo silencio, de vez en cuando ambos se daban pequeñas miradas. Las de Mauro estaban llena de curiosidad mientras que las de Ecko eran de rabia, hasta el más ciego podía ver aquella tensión tan incómoda que había.
Hubieran seguido de aquella manera de no ser por el sonido del timbre que atrajo la atención de ambos, el primero en levantarse fue Ecko, quien se dirigió rápidamente hacia la puerta pero segundos después se cerró de la misma manera, como lo hizo cuando Monzón salió de su habitación, regresando como si nada.
— ¿Quién era? — preguntó el teñido confundido.
— Nadie que te importe. — contestó seco.
Mauro iba argumentar algo, pero el timbre sonó de nuevo y al ver cómo esta vez el morocho no se disponía a levantarse, él fue atender.
— ¿Damián? ¿Qué onda rey? — dijo confundido al ver al castaño frente a él.
— Ah, hola, Mauro. Todo bien. — saludó incómodo. — Veo que te quedastes.
— E-eh, sí. Nati me pidió porque era re tarde cuando se fue Maia. — murmuró rascando su cuello. — ¿Querés entrar? — preguntó sintiéndose como un pelotudo ante la pregunta, era obvio que quería entrar.
— Por favor. — pidió logrando que el ojiverde le diera pasó.
— Vení, estamos en la cocina. — informó siendo seguido por el más alto.
— Veo que lo dejas entrar al pelotudo, sentite como en casa, eh. — dijo Ecko al ver a LaFuente entrar junto a Monzón.
— Buenos días también para vos, Eckito. — habló con ironía. — Perdón si te molesto, pero solo venía a ver cómo estaba Matías.
— ¿Y cómo iba a estar después de la que te mandaste ayer? Gil. — soltó, levantándose en forma agresiva hacia el castaño. — ¿Por qué mejor no se van al carajo y nos dejan tranquilos? — bufó.
— ¿Cuál es tu problema? — cuestionó el ojiverde.
— Ustedes son mi problema. — soltó sin rodeos. — Todavía no entiendo porqué les agradan a Ignacio y Matías, si por mí fuera no los volvería a ver a ninguno de los dos.
— No le prestes atención, está enojado con Ignacio y se la agarra con nosotros. — explicó el castaño.
— ¿Y qué podés saber vos de nuestros problemas? — cuestionó el ojinegro.
— Ignacio ya me contó todo, hasta Matías lo sabe. — respondió LaFuente, y luego se dirigió a Lit. — Resulta que Ecko quiere usar las canciones de Mati para probar suerte en la música, pero Ignacio se negó y desde entonces le está haciendo la guerra.
— No te metas en lo que no te importa. — bufó Spallatti. — Voy a mi pieza, no me rompan las pelotas. — finalizó, dejó la vajilla sucia en la pileta de la cocina y subió las escaleras ignorando completamente a sus visitantes.
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Fragmentado - Litcko
FanfictionSi quieren formar parte de mi vida, entonces tienen que aceptarlos a ellos también. - Colaboración con la mejor, @Okupa-09