XII

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— «Cabeza de fósforo» — pensó Monzón con una sonrisa en el rostro ante el peculiar, ¿apodo? ¿insulto? No sabía cómo definirlo, pero viniendo de Ecko podía tomarlo como lo último. — Capaz que me quedo sin pilas, a veces, pero, ¿cuánto a que soy mejor que vos? Cabeza de encendedor. — le retó jugando de la misma manera, sorprendiendo al contrario.

— Parece que al nenito no le enseñaron a respetar a sus mayores. — reprochó el morocho con una sonrisa ladina.

— ¿Cómo que nenito compa? — replicó Mauro, aparentemente ofendido. — Si tenemos la misma edad, dejá de hacerte el grande wacho.

Ni ahí tenemos la misma edad, soy mayor que vos, gil — exclamó Ecko, disfrutando de la confusión que surgía en el rostro del ojiverde. — Sí, soy más grande.

Pero, ¿no tenés 20? — cuestionó Lit. — Estoy seguro de que cumplís un par de meses antes que yo nomás. No me chamuyes.

Yo tengo 22, el resto me la soba. — explicó el ojinegro. — No tenes ni idea de cómo es esto, ¿no?

La verdad que no entiendo un sorete rey, nada de nada. — confesó el teñido. — Llevo un día aprendiendo sobre todo esto, déjame pasar una, gato.

— Ignacio tiene que decirte más cosas, porque yo no pienso hacerlo. — aclaró el morocho con un tono antipático. — Entonces, ¿el nene acepta el reto? ¿O preferís ahorrarte la humillación? — comentó con burla.

— ¡Deja de decirme así wacho! — repuso el peliblanco con un sonrojo en las mejillas. — Y sí, obvio que acepto, pero no vale que Ignacio te ayude, porque eso sería trampa. — dijo observando cómo Spallatti ponía los ojos en blanco.

— Juro que me las va a pagar por eso. — murmuró entre dientes para sí mismo. — Como el Litculo quiera. — cedió el morocho, buscando una base en su teléfono para empezar la improvisada batalla de free, cuando la tuvo prosiguió hacer el conteo. — Entonces que empiece en tres.. dos.. uno.

— Tiempo. — terminó por completar el peliblanco haciendo que el contrario lo viera con una sonrisa fanfarrona

Mientras el dúo se encontraba en el cuarto hace más de media hora, en la cocina de la casa, Natalia, Rosa y Damián estaban a poco más de comerse las uñas. Cuando las mayores regresaron de hacer las compras, LaFuente les contó sobre la charla que tuvo con el ojiverde y que ahora éste estaba a solas con Ecko en su pieza.

Se habían aproximado a la puerta varias veces, intentando escuchar si había algún problema, pero el volumen de la música se los impedía. Tampoco querían intentar espiar, el morocho armaría un escándalo si los descubría.

¿Estarán bien? — preguntó por cuarta ocasión Natalia, mientras veía de reojo en dirección a las escaleras.

— Si no se escuchan gritos y puteadas, supongo que sí. — dijo la anciana, quien preparaba un par de cosas para el almuerzo. — Nati amor, ¿me podés ayudar acá? — pidió.

— Si ma, ya voy. — respondió la rubia, dirigiéndose rápidamente a la cocina.

Damián también se unió a la preparación del almuerzo, no se lo habían pedido, pero él deseaba ayudar. Tal vez así se distraía un poco y se olvidaba del hecho de que Mauro estaba a solas con Ecko, logrando lo que él no había podido hacer a lo largo de estos últimos años.

Ecko no soportaba convivir con nadie más que no fuera su familia y amigos, pero LaFuente no figuraba entre esos afortunados y en cierta forma le dolía. Tanto Mauro como él querían llevarse bien con todos, pero ese rechazo que Ecko le daba le impedía lograrlo, aún no podía comprender como el peliblanco había logrado un mínimo acercamiento con este, sobre todo con lo arisco que podía comportarse Ecko.

Fragmentado - LitckoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora