VIII

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Monzón y LaFuente se quedaron un par de horas charlando con la madre y abuela de Spallatti, esperando a que Maia terminara de hablar con el morocho. Ya habían pasado las diez de la noche cuando Mónaco salió, Damián tenía cosas que hacer temprano así que se había marchado poco después de cenar.

Mauro por otro lado quería saber sobre el estado de Spallatti, por eso quiso esperar un poco más. Al salir la terapeuta quiso consultarte, pero se abstuvo para permitir que Natalia pudiese preguntar sobre el estado de su hijo.

Ya están más tranquilos. Fue un susto del momento pero nada grave. — dijo Mónaco. — Capaz cuando Mati vuelva a salir, si pueden le hacen su comida favorita, eso siempre lo anima.

Justo compré hoy a la tarde los ingredientes. Pensaba hacerle mañana. — añadió Rosa.

Muchas gracias por venir Mai. Perdona que sea cualquier hora. — agradeció algo apenada la rubia.

Nada que agradecer, sabés que siempre que pueda voy a venir a verlos. — respondió sonriendo la canosa. — Son unos chicos divinos, no merecen pasarla mal. Avisenle a Dami que esté tranquilo.

Mil gracias denuevo. Ya está el Uber en camino. Ahora le escribo a Dami. — dijo Natalia.

Perdón, Maia. ¿Están bien entonces? — intervino el ojiverde. — ¿Te comentaron algo que deba saber?

Sí, tranquilo Mauri. Quieren hablar con vos luego, sobre todo Ignacio. — aclaró Mónaco. — Ahora se quedaron escuchando el audio para calmarse. — dijo, pero esta vez se dirigió a las mayores. — En un rato debería levantarse.

Perfecto. Ya está llegando el auto. Te acompaño. — avisó la rubia.

Dale, estupendo. — respondió Maia. — Ah, me olvidaba. Mauri, tomá, por si algún día precisas preguntarme algo o llamarme por algo que pase con los chicos. — dijo extendiendo una tarjeta, que el ojiverde guardó. — Hasta luego.

Chau querida, gracias por venir. — se despidió Rosa junto con Monzón. — Bueno nene, esta viejita se fue a acostar. Muchas gracias por preocuparte por mi niño. — saludó al teñido con un abrazo que correspondió automáticamente.

Dale Rosa, muchas gracias por recibirme. Geniales tus buñuelos, ya quiero más. — dijo riendo.

Siempre vas a ser bienvenido acá, además te falta carne flaquito. — rió pinchandole la panza con dedo. Lit largó una carcajada ante el comentario.

¿Ya te vas a acostar ma? — consultó la rubia al regresar, recibiendo un asentimiento de parte de la anciana. — Te ayudo.

Yo ya debería irme, ya me bancaron todo el día acá. — soltó avergonzado Monzón. — Voy a revisar los horarios del colectivo a ver cuándo pasa.

No te preocupes Mauri. Igna me pidió que si se hacía tarde y él no estaba disponible, te invitara a quedarte. — dijo Natalia. — Hasta te preparó el cuarto de huéspedes, y no ordenan ni su cuarto. — rió.

B-bueno. — tragó nervioso el ojiverde. — Pero no traje ropa igual.

No te preocupes, Igna te presta algo. — dijo restándole importancia. — Ya vuelvo, vamos ma. — avisó mientras acompañaba a Rosa a una habitación detrás de las escaleras a la planta alta.

Monzón se quedó sentado en el sillón procesando un poco todo lo que sucedió hoy. Sacó su celular para escribirle a Londra que había salido a una fiesta con Rocío. Quería comentarle lo sucedido, pero primero debía hablar con Ignacio, tal vez no le gustaría que ventile su situación así nomás.

Estaba concentrado en el teléfono hasta que se percató de alguien bajando las escaleras. Spallatti vestía un short de fútbol azul y una remera negra que rezaba la palabra "Squad" en el pecho. Se aproximó lentamente a Monzón, quien lo observaba con cautela, hasta que se dio cuenta de la tímida actitud del morocho.

Hola.. — susurró Spallatti. — Te quedaste. — sonrió leve.

Hola Igna. — soltó el ojiverde con una gran sonrisa. — Obvio que me quedé, compatriota. Te dije que te iba a escuchar.

Pensé que ya te habías ido corriendo despavorido, la verdad. — soltó el morocho.

Con lo que pasó arriba estuve a punto. — confesó Lit. — Pero cuando vi cómo Ecko se calmó con tu abuela, pensé que necesitaba saber todo antes de decidirlo. Y bueno, acá toy'. — bromeó sonriendo.

Bueno, mejor. Me disculpo por eso, y por todo lo que hizo antes. — dijo Ignacio. — Está medio arisco porque tenemos algunas cosas para resolver y se la agarró con vos.

Tranqui, ahora entiendo maso lo que pasa. Toca acostumbrarme nomás. — explicó, hundiéndose de hombros.

¿Ya comiste? Me estoy cagando de hambre. — consultó mientras se sobaba la panza.

Sí, comí hace un rato con Rosa, tu vieja y Dam. — respondió. — Pero te acompaño y comemos el postre juntos.

Uh, ¿prepararon postre? ¿Quién se pensaban que venía? ¿El Papa? — bromeó el morocho, que recibió una mirada asesina de parte del peliblanco. — No, mentira, mentira. — repitió cuando Monzón se acercó hacia él con una sonrisa maliciosa. — Sa-salí p-puto. — exclamó cuando lo empezó a torturar con cosquillas.

A ver si aprendes a respetarme, atrevido. — bufó Lit, quien se alarmó al observar el rostro de Spallatti, como si estuviera concentrándose demasiado en algo y un momento después se relajó. — Eu, wacho. ¿Qué pasó?

No, nada, tranqui. Es que las coquillas detonan a Nacho y lo hacen querer salir. — explicó el ojinegro. — Tranqui, posta. — agregó ante la mirada temerosa del ojiverde.

Perdón, en serio. Ya la re cagué, soy un pajero. — comentó notoriamente alterado. — Mejor me voy antes de seguir jodiéndote.

Pará Lit, calmate. Está todo bien. — soltó Ignacio rodeando con ambos brazos al teñido, quien pareció relajarse. — No hiciste nada. Y no vas a irte así después de bancarme todo el día boludo.

Perdón. Vamos a comer, tu vieja se mandó altas milanesas. — dijo, sin salir aún del abrazo del más alto, apoyando su cabeza en el pecho de éste.

Sí, mis milanesas son las mejores. — bromeó Natalia desde el marco de la puerta con una sonrisa. Los chicos se separaron al instante, bastante avergonzados. Sobre todo Monzón, que rogó que la tierra lo tragara. — Hay un poco de arroz en el micro, Igna. Y les quedó helado para después, voy a acostarme yo, cualquier cosa me llamás.

Em, dale ma, gracias. — sonrió nervioso el morocho, quien luego se quedó pensativo un momento. — Ah, Nacho quiere más buñuelos para el Domingo, si se puede.

Dale le digo a la nona. Chau Mauri, gracias por venir. Cualquier cosa mi cuarto es el último a la derecha. — se despidió la rubia con un beso en la mejilla del ojiverde. — No se acuesten muy tarde, chau amor.

Una vez la madre de Spallatti se retiró luego de abrazar un buen tiempo a su hijo, se sentaron a charlar mientras el ojinegro cenaba. Hablaron un buen rato de trivialidades, de la facultad y del freestyle. Monzón quería disfrutar de la compañía de su amigo antes de comenzar con las preguntas más importantes.

Ignacio tenía un extraño carisma a los ojos de Lit, como si a pesar de su condición le gustara disfrutar de todos los pequeños detalles, sin dejar que la realidad lo abrume. Su confianza y sonrisa parecían iguales a las de Nacho, y totalmente opuesto a las expresiones que observó en Ecko o Matías.

Terminado el helado y lavado la vajilla, se dirigieron al cuarto de Spallatti, quien se tiró con una mirada divertida en su cama, observando como Mauro se apoyaba en el escritorio, con la mirada algo perdida.

Dale, preguntá. — soltó con una gran sonrisa. Sabía lo que aquejaba al ojiverde, y si quería que se quedara con él, debería hacer todo lo necesario para que así lo decida.

Fragmentado - LitckoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora