3-. Hypnotic poison.

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Rose ha estado en mi mente desde el jodido día de la pedida de matrimonio, voy pensando en ella hasta cuando estoy trabajando.
Ella no es una más, será que ha sido porque no la hice temblar. A ella poco le importó que estuviera a su lado. Es la primera vez que me pasa algo así, mi sangre francesa siempre fue de ayuda y más cuando al hablar el acento marcado se hace notar y pareciera que a las mujeres les encanta.

Mi autoestima se vino al piso cuando al despedirme de ella besé su mejilla y de inmediato se giro para mimar a su prometido.

Pero vamos a lo que me hizo ser un cabrón.
Hace poco más de un año conocí a Mila Jones, la mujer que ahora es mi esposa, el amor que sentí por ella fue como una fiebre y un flechazo me hizo pedirle matrimonio, poco sabía de ella y su vida, nisiquiera estuve seguro de querer compartir mi vida con ella pero cuando menos lo pensé ya me encontraba frente a ella haciéndole la famosa pregunta. Tenía 27 años y ya había construido un imperio de la nada, creía que se me iba la vida en un abrir y cerrar de ojos, envejecer siempre me ha causado escalofríos, así que antes de ser un hombre de 80, solitario y frío, preferí contraer matrimonio con una mujer a la que no conocía ni el 10%.
Nos casamos 1 mes después de habérselo pedido, una boda que ella organizó completa, incluso compró el traje que yo vestiría, uno color mierda espantoso.

Mila me había dicho que sí y yo calme mis miedos de envejecer solo. La llevé a ÖLÜDENIZ, Turquía, porque a ella le encantaba presumir el cuerpo trabajado que posee y a mí me encantaba presumirla a ella. La costa Licia nos ofrecía una tierra mística que nos serviría para consumar nuestro amor en otro continente, no por nada la llaman "laguna azul". Yo había pensado en mi luna de miel un momento para ser solo nosotros dos, para hacerme a la idea de que ahora compartiría mi vida con la mujer que me sonreía mientras tomábamos el desayuno después de hacer el amor.
Quería sorprenderla y mostrarle que ahora tenía la vida para compartirla con ella y que yo podría darle felicidad. Así que el día siguiente le pedí servicio a la habitación, dejé una tarjeta de crédito ilimitada a su nombre, una botella de champán y una nota que decía que la estaría esperando para la cena en el restaurante del hotel, reservado solo para nosotros dos.

Era un hombre tímido, reservado, chapado a la antigua, esa noche pedí platillos ligeros, porque quería seguir la fiesta en nuestra habitación.
Cuando el chef sirvió los platillos para ambos, yo ya había decidido destapar el champán y beber una copa.
Media hora después, ya había tomado la botella completa olvidándome de la copa.
Subí a mi habitación y abrí con la llave electrónica, había un silencio que me aterrorizó, por un momento pensé que mi esposa había sufrido un accidente y que yo había sido un imbécil por no subir de inmediato.
Pero, para mi sorpresa, el único accidente que ocurrió ahí, fue mi entrada, mi esposa, la que iba a portar mi apellido por el resto de su vida, jadeaba de placer mientras un cabrón de recepción la tenía en 4.
Tragué saliva y el puto nudo que se había formado en mi garganta.
-Espero pases bien tu luna de miel, cariño- le dije, el cabrón la soltó y ella se acomodó el cabello.

-Maddox- fue lo único que dijo. Salí de la habitación y llamé a mi asesor financiero, le pedí que cancelara la tarjeta que acababa de darle. Fue fácil.
Lo difícil fue que mi abogado me repitió varias veces que no podía divorciarme de Mila un día después pues yo mismo había puesto la cláusula de que solo podíamos divorciarnos un año después de casarnos, si no, yo debía darle la mitad de la fortuna por la que había trabajado tanto para conseguir.
Por un acostón yo no iba a perder todo ese dinero. Ella no lo merecía.

Bajé al bar del hotel, pedí una copa de whisky y llegó de inmediato.

-¿Vienes sólo?- me dijo aquella morena ojos color miel. Sólo asentí.
Una hora después, me la cogí como un cabrón, desperado y con enojo. Ella correspondió, fui un salvaje y ella no se quejó.

H.e.r.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora