Martín.
Llevaba dos horas mirando el techo sin poder dejar de pensar en ella.
De repente la puerta de la habitación se abrió, era Mathew. Tenia muy mala cara y a duras penas podía mantenerse de pie.
—¿Qué te pasó? —pregunté al ver lo mal que estaba.
—Resaca. Eso me pasó. —dijo hablando en voz baja. Se acercó al borde de la cama.
—¿Te tomaste todo el bar o qué? —pregunté—. Luces fatal. —reí y él me miró mal.
—Shhh. —pidió que me callara—. Me duele mucho la cabeza.
—Vuelve a acostarte. —dije y él negó sosteniendo su cabeza.
—Hay algo que debes contarme.
—¿Qué? —pregunté desconcertado.
—¿Catrina? ¿Cómo fue que eso sucedió? —preguntó sorprendido y yo resoplé sin saberlo.
—Era la bartender. —dije asombrado y él no pareció sorprendido. Fruncí el ceño.
—Ella me lo dijo por teléfono. —dijo aclarando mi duda.
—¿Qué más te dijo? —pregunté.
—Nada más. Sigue contando. —pidió—. ¿Tuvieron sexo? ¿Te perdonó?
—Ninguna de las dos. —él hizo una mueca.
—¿Te odia? —preguntó y yo bufé.
—No lo sé. —respondí con la mirada perdida.
—Debes de hacer algo. —exclamó y yo ladeé la cabeza indeciso.
—Ha sufrido tanto por mi culpa y lo único que quiero es verla feliz.
Ese beso me había devuelto las esperanzas, pero su triste mirada me decía que nunca podría perdonarme. Estaba tan rota y todo por mi culpa.
—¿Te vas a rendir? —me quedé en silencio—. ¿Me estás jodiendo? ¿La buscaste por años y ahora que la encuentras la vas a dejar ir como si nada?
—¿Crees que quisiera rendirme? —bufé—. Pero no puedo obligarla a estar conmigo.
—Pero puedes lograr que quiera estar contigo nuevamente. —alentó—. Ve y llévale un ramo de rosas o una caja de chocolates y pídele que cene contigo esta noche. ¡No te duermas!
—¿Tú crees? —pregunté inseguro y él asintió.
—A las mujeres les encanta eso. —asentí.
—Ella ha sido la única mujer a la que le he regalado flores en la vida. —recordé con una sonrisa—. Lo haré. —añadí metiendo mi celular en mi bolsillo y agarrando mi chaqueta.
Debía intentarlo.
Había prometido no rendirme y eso haría.
—Y puedes llegar a la hora que quieras, mis padres salieron de viaje. —aclaró. Ahora entendía porque no los había vuelto a ver.
—Ni siquiera he llamado al hospital. —dije recordando que tenía empleo. Gruñí preocupado por todas las obligaciones que había abandonado.
—Yo me encargo. Nos quedaremos unos días más mientras arreglas las cosas con ella.
—No tengo unos días. —peiné mi cabello hacia atrás frustrado. No sabía que hacer.
—Vete y luego arreglamos lo del hospital. —dijo y yo salí de la habitación. Intenté olvidarme de ese asunto y concentrarme en lo verdaderamente importante.
¿Y si me perdonaba que haríamos? Yo no podía dejar mi empleo y mudarme a Inglaterra. Y de seguro ella no querría mudarse conmigo y dejar su nuevo país. ¿Qué haríamos?
Compré un ramo de rosas unas cuadras antes de llegar al edificio donde vivía Catrina.
—Buenas. —saludó el vigilante.
—Hola. —dije serio actuando con naturalidad.
El señor de edad siguió en sus cosas, al parecer creía que yo pertenecía al edificio.
Subí las escaleras hasta llegar al piso de Catrina. Me paré frente a su puerta y respiré profundo antes de tocar el timbre.
—Solo invítala a cenar. —susurré a mi mismo peinando mi cabello y organizando mi camisa.
Toqué el timbre y esperé unos segundos antes de que se abriera la puerta.
—Hol... —cerré la boca al notar que quien había abierto la puerta era un sujeto desconocido sin camisa. ¿Me había equivocado de departamento?
—¿Puedo ayudarte? —preguntó serio mirando el ramo de rosas en mis manos.
—Creo que me equivoqué. —dije mirando el número grabado enfrente de la puerta.
Trece; ese era el número que recordaba.
—¿Quien es? —el estómago se me revolvió—. ¿Tan rápido llegó la piz... —se quedó pasmada al verme. Catrina sólo llevaba puesta una gran camisa de hombre y su cabello estaba despeinado al igual que el del sujeto.
—Al parecer se equivocó. —dijo el hombre a Catrina y antes de que ella hablara asentí.
—Sí, me equivoqué. —respondí seco. Me di vuelta y salí de ese lugar muerto de ira.