MARATÓN ESPECIAL 2/4.
Catrina.
—¿Te importa si primero vamos al hospital? —preguntó y yo negué.
Martín le dio al taxista la dirección del hospital y nos demoramos media hora más o menos en llegar ahí desde el aeropuerto. Nos bajamos con las maletas y las llevamos al estacionamiento ya que Martín tenía su coche allí.
—¿Estás cansada del vuelo? —preguntó y yo negué.
—¿Tengo cara de cansancio? —pregunté ofendida y él rió negando.
—Tienes cara de ángel. —reí por su particular apodo. Siempre me había causado gracia que me comparara con un ángel cuando el verdadero ángel era él.
Un ángel que siempre me rescataba en mis peores momentos.
Martín entrelazó nuestras manos y nos subimos al elevador para llegar hasta el piso principal del hospital.
El lugar estaba muy mejorado; nada parecido a lo que recordaba. Me generaba nostalgia pensar que en ese lugar nos conocimos.
—¡Qué bonito está! —dije y él sonrió.
—De hecho sí. Hemos logrado avanzar bastante. —dijo mientras pasábamos por una recepción.
—Jefe. —saludó el vigilante sorprendido de verlo.
—Arturo. —Martín devolvió el saludo.
—Jefe. ¡Qué gusto verlo! —saludó una enfermera y él asintió con una leve sonrisa.
—Deja de ser amargado con las personas. —dije golpeando su estómago con mi codo.
—No soy amargado. —dijo y finalmente llegamos hasta su oficina. La abrió con una llave que tenía en su bolsillo.
—Me gusta. —dije mirando el lugar—. Ventajas de ser el jefe. —sonreí y él rodó los ojos divertido.
—¿Podrías esperarme aquí un momento? —preguntó y yo asentí. Me recosté en uno de los pequeños sillones y saqué mi celular para responder algunos mensajes.
Alguien apareció.
—¿Hola? —habló la doctora mirándome de forma extraña. Seguramente era por acostada en un sofá tan pequeño.
—Hola. —saludé cortésmente.
—Creí que Martín se encontraba aquí. —dijo confundida.
—Salió por un momento. —expliqué amable y ella asintió con cara de pocos amigos.
—¿Quieres un consejo? Siéntate bien antes de que llegue. Suele ser muy enfadoso aunque se trate de un paciente. —dijo con un tono de superioridad.
—Gracias por el consejo. —la miré seria. La mujer era muy guapa y no aparentaba más de los treinta.
Me puse recta y ella entró a la oficina.
—Esperaré a que llegue. —dijo mientras se sentaba en el otro sillón con unas carpetas en sus manos. No me quitaba la mirada de encima.
¿Por qué habían mujeres tan criticonas?
Miraba mis tatuajes como si fuera una verdadera delincuente. Que patética.
—¿Martín sabe que estás aquí en su oficina o entraste sin autorización? —preguntó con fastidio.
—Él sabe que estoy aquí. —ella asintió con amargura. Su mirada me fucilaba. ¿Qué carajos le había hecho yo?
—Volví. —entró Martín. Al ver a la estúpida doctora se sorprendió.
—Savannah. —saludó serio mientras llevaba unos papeles a su escritorio.
—Martín. —saludó ella con una gran sonrisa, su semblante cambió radicalmente. ¿Acaso le gustaba o simplemente le gustaba adular a su jefe?
—¿Qué se te ofrece? —preguntó amable.
—Pasaba por aquí y al ver tu puerta abierta asumí que habías vuelto. En verdad hacías mucha falta por aquí. —fruncí el ceño.
Definitivamente le estaba coqueteando.
—Justo recién acabo de llegar. —dijo serio organizando su escritorio.
—Quería comentarte sobre algunos casos médicos de suma importancia. —intentaba llamar su atención de todas las formas.
Incluso su voz se había vuelto un poco más dulce y sensual. No paraba de sonreír.
—Cuéntame. —dijo y ella me miró. Frunció el ceño molesta al darse cuenta que había vuelto a acostarme en el sillón.
—Ya te había dicho que te sentarás. ¿No? —dijo prepotente y miró a Martín esperando a que me dijera algo.
—¿No te incomoda acostarte en ese sillón tan pequeño? —preguntó él con gracia y yo negué.
—Podría dormir aquí. —sonreí y él rodó los ojos con una sonrisa. La doctora —golfa caza jefes— lo miró un poco confundida.
—¿Qué casos querías compartirme? —preguntó Martín.
—Me gustaría que fuera a solas. No es correcto hablar sobre pacientes delante de uno. —dijo y yo solté una carcajada.
Si supieras.
Solo me hacían falta unas palomitas de maíz para presenciar ese momento tan épico que se aproximaba.
—Puedes hablar con tranquilidad. Ella es de toda mi confianza y no es una paciente.
—¿Familiar tuya? —preguntó interesada y yo reí.
—Es mi novia. —dijo mi lindo doctor. El rostro de estupivannah era indescriptible. No podía creerlo.
—¿Tu novia? —preguntó sin intentar ocultar su decepción.
—Sí. —asintió él y yo reí.
—Mucho gusto. —dije sarcásticamente.