MARATÓN 4/4.
Catrina.
Un par de ojos habían estado mirándome hace un buen rato y si se trataba de Paul estaba dispuesta a quebrarle una copa en la cabeza.
Estaba agotando mi paciencia.
Levanté la cabeza para ver finalmente a mi acosador y...
No.
Imposible.
Ambos nos quedamos en silencio durante unos segundos hasta que él decidió hablar con una leve sonrisa.
—Hola. —sus ojos brillaban y se notaba a metros que estaba muy borracho. Tragué en seco sin poder pronunciar ni una sola palabra.
El corazón casi se me sale del pecho al verlo, mis manos comenzaron a sudar y los vellos de mi espalda se erizaron. Había perdido por completo el control de mi cuerpo.
Otra vez volvía a ser esa frágil e inocente adolescente de dieciséis años que alguna vez fui. Las ganas de romperme en llanto no tardaron en aparecer.
—¿Q-qué haces a-aquí? —pregunté dificultosamente muerta de nervios. Mi vida entera estaba pasando por mi rostro.
¿Cómo me había encontrado? ¿Cómo pudo?
—Hago lo que hace la mayoría: ahogar las penas. —dijo burlón sosteniendo su rostro con una de sus manos. Sus ojos color gris azulado se veían adormilados y tristes.
¿Qué pasaba con él?
Se había dejado crecer el cabello y no podía negar que le lucía. Se veía más fresco y atractivo. Llevaba una barba perfilada de algunos días que lo hacían ver mayor.
Sus brazos eran más grandes de lo que recordaba, se notaba que había estado haciendo mucho ejercicio. Sin duda estaba mucho más guapo.
Pero había algo diferente.
No tenía esa chispa de picardía y alegría que lo distinguía. Incluso sonriendo parecía ser infeliz.
»¿Podrías darme una botella de vodka? —preguntó con amabilidad señalándola detrás de mi. Se la di sin decir nada.
La destapó y bebió directamente de ella sin usar la copa que le di. ¿Desde cuando bebía de tal forma? Era una persona irreconocible.
—Siento que te he visto antes. —suspiré con fuerza. ¿En serio no me recordaba?
—¿En donde? —pregunté con el semblante serio. No me causaba nada de gracia verlo, me sentía indefensa y débil. Estaba revolviendo mi pasado.
Él se quedó en silencio unos segundos intentando recordar. Una sonrisa triste apareció en su rostro y sus ojos se cristalizaron.
—Mi ángel. —me estaba ardiendo el pecho y no sabía si aguantaría un segundo más. Negó varias veces con la cabeza—. Imposible, no podrías ser ella.
—¿Por qué no? —intenté actuar con naturalidad. Él desvió la mirada como recordando.
—Te hace falta algo que a ella le sobraba.
—¿Qué? —respiré profundo.
—Ternura. Mi ángel de cabello dorado era pura ternura y con su sonrisa iluminaba todo a su alrededor. Aparte le tenía miedo a las agujas, nunca se hubiera tatuado. —sonrió con la mente perdida. Tragué con fuerza y me fui corriendo hacia el baño.
Me metí en un vínculo y me senté en el retrete, abrazando mis piernas. Las lágrimas no tardaron en rodar por mis mejillas.
No podía dejar de llorar ni aunque quisiera, me sentía nuevamente destruida. Nuevamente tenía el corazón roto y todo gracias a él.
¿Por qué tenía que aparecer? ¿Qué broma de mal gusto era esa? ¿No le bastó con romperme el alma años atrás?
Sollocé hasta cansarme. Lo irónico era que esa situación ya la había vivido: llorando en un baño como una cría de cinco años. Que patética era.
HASTA AQUÍ LA MARATÓN.
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