Capítulo 06.

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Catrina.

Tocaron el timbre del departamento y ambas nos miramos.

—¡Yo no! —dijimos ambas al unísono.

—Yo hice las palomitas. —se excusó y yo crucé los brazos fastidiada. Tramposa.

—Te odio. —me paré del sofá con mucha pereza y caminé hasta la puerta. ¿De quien se podría tratar y por qué se atrevía a interrumpir mi único día libre?

Abrí la puerta y encontré a un hombre muy alto con uniforme azul oscuro. Traía en sus manos un ramo de rosas y una caja en forma de corazón.

—¿Catrina Coller? —preguntó y yo asentí.

—Soy yo. —respondí extrañada. ¿Me habían mandado esos estúpidos regalos a mi?

—Aquí le mandan. —dijo entregándome las rosas y lo que parecían ser chocolates.

—¿Quien? —pregunté mientras firmaba la constancia de la entrega.

—No lo sé. Buenas noches. —se despidió y se fue.

Que mal servicio.

—¿Quien era? —preguntó Anna desde la sala.

Caminé hacía ella y al ver los regalos se echó a reír. La miré mal y tapó su boca con ambas manos.

—¿Quien te mandó eso? —preguntó risueña y yo revisé las flores para descubrirlo.

—Estoy apunto de averiguarlo. —dije encontrando una pequeña nota de papel.

—¿Qué dice? —preguntó curiosa.

«Gracias por regalarme la mejor noche de mi vida. Eres extraordinaria.» —leí en voz alta y la risa de Anna pudo escucharse por todo el lugar.

—Eres una diosa del sexo. —quise matarla y también al idiota que envió eso.

Paul no era porque sabía que odiaba esas cursilerías y últimamente no había estado con ningún hombre a excepción de...

—Fue el tipo que traje ayer. —aseguré chasqueando los dedos.

—Tiene lógica. —alzó ambas cejas—. Tus gritos no me dejaron pegar ojo en toda la noche. —reí por sus ocurrencias.

—Ni siquiera recuerdo como se llama. —dije desinteresada.

—Los hombres son criaturas extrañas; les prometes amor eterno y huyen, pero los echas de tu casa luego de tener sexo y te envían flores. —estaba loca.

—Qué análisis tan profundo. —dije sarcásticamente—. ¿Cómo sabes que lo eché?

—Porque echas a todos tus amantes y aparte tardó un buen rato en quitarle el seguro a la puerta. —ambas comenzamos a reír.

—¡Yo también lo noté! —nuestras risas aumentaron.

—Sigamos viendo la película y disfrutemos de estos deliciosos y gratuitos chocolates. —sugirió y nos volvimos a sentar en el sofá.

—Ponle play. —pedí y ella me miró por unos segundos en silencio.

—¿No te conmueve ni un poco? —preguntó enseriada.

—La verdad no. —alcé los hombros desinteresada—. Para mi estos ridículos regalos solo dicen: quiero acostarme contigo otra vez.

¿Y si fuera el hombre ideal? —preguntó con ilusión y yo quise golpearla por ser tan inocente.

—Los hombres ideales no existen. Al final del día siempre te rompen el puto corazón en mil pedazos. —ella frunció el ceño.

—Me sorprende que seas tan fría y que hables con tanto rencor. —me jodían esas conversaciones tan sentimentales.

—¿Podemos seguir viendo la película? —pregunté evadiendo abrir la puerta de mi pasado.

—Si eso quieres. —dijo resignada. Anna sabía que no debía insistir y se lo agradecía.

—Primero iré a fumarme un cigarro. —mejor me paré del sofá y salí del departamento.

Estaba incómoda y era innegable que aún me afectaba el pasado; que aún seguía ahí haciéndome sufrir. No importaba lo mucho que intentara poner mi mente en blanco.

Él siempre estaba ahí.

Miré el cielo oscuro en busca de una respuesta, pero era imposible encontrarla. Tenía algo atorado dentro de mi que no me dejaba respirar.

¿Cuantos años más tendrían que pasar para olvidarme de todo?





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