Capítulo 48.

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Martín.

La forma en la que me miraba era diferente, esta vez sentía que verdaderamente me conocía.

—No me digas qué...

—¡Sí! —gritó emocionada—. ¡Te recuerdo! —estaba muy feliz.

—¡Qué increíble! —respondí tan emocionado como ella. Me alegraba que su memoria hubiera regresado.

Pero también me preocupaba su reacción, antes de perder la memoria no quería estar conmigo y probablemente volvería a ser así.

—Puedo recordarlo todo. —dijo incrédula—, absolutamente todo. —suspiró.

—¿Eso significa que quieres que me vaya? —ella me miró en silencio. Parecía estar en un debate interno con si misma.

—No. —dijo segura.

—¿No? —pregunté asombrado y ella negó.

—No quiero que te vayas. —suspiró ladeando la cabeza—. Nunca he querido que te vayas. —dijo sincera.

—Pensé que al recordar volverías a odiarme. —ella hizo una mueca acompañada de una negación.

—Yo nunca podría odiarte. —dijo y me abrazó.

Aquel abrazo era tan reconfortante e íntimo que fue imposible separarnos. Era un abrazo que necesitábamos desde el primer momento en que nos volvimos a ver.

—Nuevamente te pido disculpas por todo. —ella se separó con una sonrisa cálida.

—Te disculpo. —dijo sincera.

»El día que me desmayé en el bar y tu amigo me recogió en el suelo... —respiró—. Iba a ir a detenerte al aeropuerto. —confesó y yo la miré incrédulo.

—Gracias por decirlo. —acaricié su mejilla.

—Se siente tan bien recordar quien soy. —se paró de la cama y caminó hacia el baño—. ¡Estoy hecha un desastre! —gritó mirándose en el espejo. Reí.

La Catrina que estaba frente a mi era la combinación de su versión pasada y su versión actual. Era ruda e intensa; pero también seguía siendo dulce y sensible.

A final de cuentas era ella y a mi me encantaba la persona que era y también en la que se había convertido.

—Estás preciosa. —ella rodó los ojos.

—Mentiroso. —acusó y salió del baño—. Sí. —dijo y yo fruncí el ceño sin entender.

—¿Si que? —pregunté sumamente confundido.

—La respuesta es sí. —dijo y yo seguía sin comprender de que estaba hablando. Sonreí.

—¿La respuesta a que? —pregunté divertido mientras ella se mantenía seria. Catrina caminó hacia mi.

—Cuando desperté amnésica me dijiste que me amabas y yo te pregunté si yo te amaba. Tú me dijiste que no lo sabías. —se inclinó hacia mi—. La respuesta es sí. Sí te amo. —tragué en seco.

Fue inevitable no sonreír como un idiota.

¿De verdad estaba diciéndome eso? ¡Catrina me amaba! No lo podía creer. Me sentía como un niñato.

—Yo te amo mucho más. —dije y ella rió.

—Ya lo sé. —dijo engreída y me besó.

Me besó como solo ella sabía; removiendo cada fibra de mi cuerpo. Puse mis manos en su cintura y la atraje hacia mi cuerpo.

Catrina deslizó sus dedos dentro de mi cabello e intensificó el beso. Se subió a la cama y se sentó sobre mi.

Tenerla encima de mi cuerpo era la sensación más fascinante del mundo. Se veía jodidamente perfecta con su cabello despeinado y su boca roja a causa de los besos.

Su gesto era de excitación y de desespero. Era tan sensual que quería arrancarle esa maldita bata y hacerla mía.

—Deberíamos parar ya porque después no podré. —pedí agitado por los besos. Sus ojos brillaban con lujuria y deseo.

—¿Y quien dijo que quiero que pares? —preguntó desabotonando mi camisa.

—Aún estás débil y no quiero lastimarte. —tomé sus manos deteniendo su acción.

—No me vas a lastimar. —dijo mientras besaba mi cuello para provocarme. Respiré profundo intentando controlarme.

—¿Y si tu mamá entra? —pregunté alentándola a parar. Catrina bufó y se puso de pie.

Caminó hasta la puerta y le puso seguro.

—Problema solucionado. —sonrió con picardía y yo reí peinando mi cabello hacia atrás. Esa niña me quería matar.

—¿Segura? —volví a preguntar.

—Segura. —contestó mientras volvía a subirse a la diminuta cama.

—Estás loca. —espeté mientras la cargaba y me ponía sobre ella. Desamarré los nudos de su bata y se la quité dejándola desnuda.

Lamí su cuello y me deslicé hasta sus senos para chuparlos mientras acariciaba sus piernas. Catrina gemía de placer.

Deposité besos en su abdomen hasta llegar a su intimidad. Abrí sus piernas y comencé a deslizar sus diminutas bragas de color negro.

Suspiré al verla desnuda.

—Me enloqueces. —suspiré.


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