Capítulo 51.

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Catrina.

No podía creer que nuevamente fuera feliz, sentía que en algún momento estallaría de tanta felicidad. La vida me estaba devolviendo todo lo pensaba que nunca recuperaría.

—¿Cuál de los dos? —pregunté extendiendo ambos vestidos. Anna los miró y sonrió mirando uno en particular.

—Ese está espectacular. —señaló el que pensaba ponerme.

—Y está nuevo. —dije mirándolo.

—Jamás te había visto tan feliz. —comentó y yo suspiré asintiendo.

—Así era mi vida antes de venir a Inglaterra, aunque en este momento me siento mil veces mejor. —dije—. Deseo sentirme así por siempre.

—Martín te ama de verdad y sé que hará hasta lo imposible para hacerte feliz. —sabía que era cierto.

Quería dejar el pasado atrás y construir un futuro a su lado. Estaba dispuesta a empezar desde cero y lo haría.

Ya no había ningún impedimento.

—Yo también lo sé. —saqué el vestido del gancho y abrí el cierre para ponérmelo.

Deslicé el vestido negro por mi cuerpo y le pedí ayuda a Anna para que lo cerrara.

—Te queda perfecto. —dijo sorprendida luego de cerrarlo. Me quedaba completamente ceñido.

Me miré al espejo para rectificar mi apariencia, sonreí satisfecha al verme. El vestido era elegante y el escote hacía que luciera muy sensual.

Me puse unos tacones de punta plateados y un fino colgante de plata que le hacía juego.

Alisé mi cabello y maquillé mis ojos con un ahumado negro para darle intensidad al outfit.

—¿Cómo me veo? —pregunté dando una vuelta.

—¡Fascinante! —dijo mirándome—. El maquillaje te quedó perfecto y ese colgante me encanta. ¡Te ves increíble!

—Gracias. —sonreí poniéndome perfume.

—Eres la única persona que conozco que tiene los brazos tatuados y aún así no deja de verse elegante. —rodé los ojos.

—Yo ya ni los noto. —dije saliendo de la habitación. Me giré a ver a Anna—. Oye.

—¿Si? —preguntó. La abracé tomándola por sorpresa.

—Has sido una gran amiga y yo en cambio siempre he sido una perra. Discúlpame por todas las veces que te trate como no debía. —ella sonrió.

—No tengo nada de que disculparte.

El timbre sonó. Caminé emocionada a abrir la puerta; encontré a mi guapo doctor con un elegante traje, bien peinado y una rosa roja en sus manos.

—Estás... —suspiró mirándome de pies a cabeza. Sonreí por su expresión.

—¿Estoy? —pregunté y él seguía sin palabras.

—Perfecta. —sonreí tomando la hermosa rosa, la puse sobre la mesa y salí tomada de la mano con él.

Al salir del edificio vi un Lamborghini color negro aparcado. ¿De donde había sacado ese coche?

—Mathew. —respondió mi duda sin siquiera expresarla. Me abrió la puerta y dio la vuelta para subir.

Amaba su caballerosidad y el hecho de que siempre hubiera sido así.

Puso el coche en marcha y nos dirigimos a un destino desconocido para mi. Al llegar noté que estábamos en el mejor restaurante de la ciudad.

Agradecía haberme vestido apropiadamente para la ocasión. Aunque me preocupaba que Martín estuviera gastando tanto dinero.

Una comida en ese lugar equivalía a mi salario de todo un año. Martín aparcó y dio la vuelta para abrirme la puerta nuevamente.

Entramos al restaurante tomados de la mano y en la entrada estaba una mujer en una mini recepción. Nos miró detenidamente.

—Buenas noches. ¿Tienen reservación? —preguntó con amabilidad posando los ojos en mi... ni siquiera sabía que éramos.

—Sí. A nombre de Catrina Coller. —sonreí al notar que había reservado con mi nombre.

—Adelante; él los llevará hasta su mesa. —dijo la castaña señalando a su compañero que se encontraba más adelante.

El joven moreno nos dejó pasar y nos guió hasta un elevador. Subimos y bajamos en el cuarto piso. Fruncí el ceño confundida sin saber que ese restaurante tenía tantos pisos.

Al bajar noté que el enorme piso estaba completamente solo. El lugar estaba maravillosamente decorado y daba vista a la ciudad.

—Que disfruten su noche. Ahí se encuentra su mesero personal. —dijo el joven apuntando a un señor igualmente bien vestido.

El precio me preocupaba cada vez más.

—Gracias. —dijimos a la misma vez y el joven volvió a tomar el elevador.

—¿Solo para nosotros dos? —pregunté y él asintió.

—Solo para nosotros dos. —sonrió. Caminamos hasta la mesa que se encontraba en la orilla de la terraza.

—Buenas noches. Aquí tienen el menú. —dijo el mesero.

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