Capítulo 41. 🖤

4.3K 455 168
                                    

Devan

Alease preparaba la comida mientras yo arreglaba el tostador que en lugar de tostar los panes los quemaba. Si ya no tenía arreglo, compraría otro.

—¿Cuándo fue la primera vez que mataste? —preguntó de repente, sacándome de mi ensimismamiento.

No me sorprendió la pregunta, más bien que hubiera preguntado en ese momento.

La miré y ella también me miraba. Sacó la cuchara y le quitó el exceso de salsa, después la colocó encima de un plato para que no manchara el mármol de la encimera.

—¿Quieres saber eso? —dejé el tostador a un lado junto con el desarmador.

—Sí —encogió un hombro de manera inocente —. Creo que sabes más cosas tú de mí que yo de ti —me rasqué la nuca y me quedé pensando.

No había pensado en esto porque nadie me había preguntado cuando maté por primera vez.

—Tenía trece años —empecé relatando al recordar la primera vez que me vi en la necesidad de matar. Y no fue porque así lo quería, más bien me vi en la necesidad de hacerlo. Fue una situación de vida o muerte.

—Ajá.

—Mi padre me había llevado con él a su casa porque había sido el cumpleaños de Declan y como yo vivía con mi madre, pasó por mí para llevarme con mi hermano. Esa noche parecía ir bien, ya casi llegábamos y mi padre me preguntaba de la escuela y eso. Para ese entonces yo estaba muy molesto con él, por cómo se dieron las cosas con mamá y que la había dejado por Bea. No es que mamá me hubiera hablado mal de él, al contrario, ella lo justificaba diciendo que las cosas no se habían dado y que a menudo las parejas terminan separándose. Ella era una buena mujer que no se merecía lo que le pasó —exhalé.

» Esa noche estaba molesto con él porque me di cuenta cuánto quería a Declan, me dio coraje ver como con él era muy unido cuando conmigo apenas nos veíamos una vez a la semana. Él me preguntaba algo y yo respondía con un no o un sí, pero eran respuestas secas y cortantes. Cuando el coche dio la vuelta nos encontramos con un auto que bloqueaba el paso, al querer dar la vuelta fue mi padre quien se dio cuenta de que era una trampa. Le dispararon al chofer, matándolo al instante. Me dijo que me bajara, le hice caso y quedamos del otro lado del auto cubriéndonos detrás de él. No sé en qué momento empezaron los disparos, pero cuando pude reaccionar papá estaba herido de un brazo, tenía dos armas en las manos. Lo miré confundido, sin saber por qué él me estaba entregando una de las pistolas.

»¿Qué hago con esto? Lo miré con las cejas juntas. Pase lo que pase, te vas a defender y no vas a dejar que nadie te haga daño. Disparó una, dos, tres veces. El sonido de las balas penetrando la armadura del auto me trajeron de regreso a ese momento. ¡Devan! ¡Devan! Me gritó, parpadeé y frente a mí había un sujeto con el rostro cubierto. Apunte a su pecho, pero las manos me temblaban y empecé a sudar. Papá me había enseñado a disparar, pero nunca tuve que hacerlo hasta ese día. Él disparó por mí, porque yo no pude hacerlo. El cuerpo cayó frente a mis ojos en un sonido seco. La sangre se esparció frente a mis ojos, mojando mis tenis blancos. Amaba esos tenis porque me hacían ver bien y ahora estaban manchados de sangre. ¿Sabes que la sangre no se quita? Aunque le eches blanqueador queda una mancha de color vino ahí.

—¿A qué viene todo esto? —me miraba un poco confundida.

—Bueno —exhalé, bajito —. Me quedé mirando el cuerpo frente a mí. Tenía los ojos abiertos y aquello pudo ser perturbador para cualquier niño de mi edad, pero no para mí. Papá creyó que todo había terminado, sin embargo, no fue así. Un sujeto llegó por atrás y rodeó su cuello con su brazo. Lo arrastró y lo sofocaba. Veía a mi padre luchar para zafarse de su agarre, se retorcía, se movía de un lado al otro. Ya no podía ni hablar, solo abría la boca en busca de oxígeno, su rostro se puso rojo y fue cuando lo hice. Le disparé a ese hombre. La primera bala fue a dar a su rodilla, entonces me puse de pie. Cuando el agarre en el cuello de mi padre cesó y lo soltó, le disparé en el pecho, después en el estómago. Me acerqué más hasta que estuve frente a él, sosteniendo el arma con mis dos manos y vaciando cada una de las balas en su cuerpo. Devan, basta. Ya. Papá me jaló de los pantalones, pues no tenía tanta fuerza para ponerse de pie. Basta, hijo. Lo escuché decir, pero lo escuchaba muy lejos. Mis oídos se habían bloqueado y tenía la pistola bien agarrada. No podía despegar mis ojos de su cuerpo, boca arriba, con los ojos abiertos y su cuerpo lleno de balas. ¿Sabes qué sentí en ese momento?

No te acerques a Devan Hawke (COMPLETO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora