↣Capítulo ocho↢

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  Jennie se encontraba parada frente a una pequeña casa, muy modesta y acogedora, con los pelos de punta y las palmas de sus manos sudorosas por los nervios. Había decidido ir en busca de Lisa porque luego de ver aquella escena sobre la orilla del río, Jennie se dio cuenta de que si la rubia la hacía sonreír, ¿por qué debía privarse a sí misma de su felicidad?

  Claro, sus ideales y creencias no habían cambiado ni mucho menos, pero nada le impedía ser amiga de Lisa o al menos tener un pequeño secreto entre ambas. Sí, se avergonzaba de sí misma y también le daban asco sus preferencias pero no podía cambiarlo, no por el momento y pasar tanto tiempo alejada de la menor se sentía como el mismo infierno que la esperaba cuando muriera. Arriesgarse no le costaba nada cuando ya tenía un pase directo al abismo lleno de fuego y terror, aquel lugar en dónde sólo los pecadores, los enfermos y los indignos se dirigían, personas como ella, las que nacieron mal o las que decidieron caer en los brazos de la tentación anti-natural.

  Jennie secó las palmas de sus manos en su pantalón de mezclilla en un intento de secarlas antes de tocar la puerta de madera de roble repetidas veces con sus nudillos, esperó unos segundos y pudo escuchar pequeños murmullos hasta que escuchó como se destrababa la puerta y dejaba ver a Lisa, tan hermosa cómo el día en el que huyó o quizás hasta un poco más si es que era posible.

—¿Jennie?—Preguntó sorprendida y arrojando sus brazos sobre sus hombros para envolverla en un cálido abrazo, esos que tanto le gustaban y le habían hecho falta durante su ausencia—. Estás bien, díos mío estaba tan asustada—Confesó.

  La morena no pudo evitar sonreír genuinamente, ahí estaba, esa felicidad que no había sentido las tres últimas semanas. Lisa no le había reprochado nada, no aún, lo primero que hizo fue alegrarse de verla sana y salva y Jennie sintió como un cosquilleo en la boca de su estómago aparecía porque la rubia se preocupaba por su bienestar y no la juzgaba antes de tiempo.

—Hola Liz, te extrañé—Saludó mientras le correspondía el abrazo y sus manos acariciaban su espalda en círculos.

  Pasaron unos cuántos minutos aferradas la una a la otra, sin importarles cuánto calor hacía hasta que su necesidad de sentir el cuerpo ajeno disminuyó al igual que su agarre. Se separaron lentamente, disfrutando hasta el último instante, rozando las yemas de sus dedos sobre la piel desnuda de la otra hasta que estuvieron frente a frente, sin tocarse pero mirándose a los ojos con sonrisas plantadas en sus rostros.

—Yo también te extrañé Jen—Contestó—. ¿Quieres pasar?—Ofreció haciéndose a un lado.

  Jennie lo pensó cuidadosamente, no sabía si estaba lista para entrar al hogar de Lisa pero tampoco quería que la vieran fuera con ella para que los rumores empezaran a correr, con acciones simples como esa iniciaban los grandes escándalos. Optó por aceptar la invitación tímidamente y se adentró al pequeño vestíbulo de la casa.

—Ven—Habló la tailandesa cuando terminó de cerrar la puerta y tomó la delantera, dirigiéndola a una sala de estar, poco más chica que el tamaño promedio pero tan reconfortante y familiar como lo era la rubia—, no es tan grande cómo la de la casa de tus padres pero es bonita—Dijo avergonzada cuando notó como recorría el lugar con su mirada.

—¡No!—Exclamó bruscamente causando que la contraria diera un saltito del susto—. Quiero decir, me encanta—Dijo suavizando su tono de voz—. El tamaño no importa, ¿sabes?

  Lisa lo intentó, de verdad que lo hizo con todas sus fuerzas, pero las palabras de Jennie habían sido tan cómicas y naturales que las carcajadas escaparon fuertemente de su boca, esa frase jamás iba a dejar de ser graciosa para ella. El rostro de la mayor se tornó rojo tomate de la vergüenza cuando pensó con claridad lo que había dicho y se sintió como una tonta pero al menos había hecho a Lisa reír y sonaba como el mismo canto de los ángeles en sus oídos.

—¡Yah!—Se quejó al ver que la risa no cesaba.

—Lo siento—Dijo la rubia intentando calmarse de a poco—, tienes razón. El tamaño no importa—Afirmó y dejó escapar una risilla más.

  La morena sólo rodó sus ojos ante la burla y se sentó en un sillón individual que Lisa le había indicado con su mano.

—¿Quieres algo de beber?—Preguntó por cortesía.

—No gracias.

—Entonces... ¿Quieres hablar?—Intentó nuevamente y Jennie tragó con dificultad ante el repentino nudo en su garganta.

—De hecho, a eso vine—Admitió.

—Oh—Dejó escapar sorprendida Lisa, Jennie no era el tipo de persona a la que le gustaba hablar sobre asuntos importantes—, pero antes dime cómo has estado, estuve muy preocupada por ti.

—He estado bien, al menos físicamente y económicamente.

—¿Qué hay de emocionalmente?—Cuestionó intrigada.

—Los primeros días he estado muy enfocada en mis estudios y en mi religión pero cada día que pasaba, las distracciones parecían funcionar cada vez menos y una rubia traviesa, se metía en mis pensamientos sin aviso alguno y dos semanas después de eso, no pude dejar de extrañarla—Sonrío y se puso de pie para acercarse al otro sillón indivual frente a ella, dónde se encontraba sentada la menor. Se agachó a la altura de su rostro y se acercó hasta que sus narices se rozaron y sus respiraciones se entremezclaran, Lisa también estaba sonriendo, no podía evitatlo si se trataba de Jennie pero rápidamente se borró y fue reemplazada por un ceño fruncido.

—¿A qué has venido Jennie?—Susurró sobre sus labios, confundida por el comportamiento de la mayor, que podía ignorarla durante casi un mes pero luego venía a tratarla con palabras dulces y caricias suaves—. Dime la verdad por favor—Rogó cuando vio que la distancia entre ellas se acortaba.

—A esto—Respondió segura y la besó.



↣Homofobia↢ Jenlisa FanfictionDonde viven las historias. Descúbrelo ahora