―¿Se puede saber a qué vino eso?
Volví el rostro hacia Kiba.
―¿A qué vino el qué?
―El tipo, quería besarte.
―Bueno, es una manera correcta de despedirse de alguien.
―Ya, pero no de mi novia. ¿Qué habéis estado haciendo aquí toda la tarde?
―Leer cuentos, jugar al pilla-pilla y montar y desmontar ocho castillos de bloques de construcción.
―Eso no hace a un chico querer besarte.
―Bueno, pues sus razones se las tendrás que preguntar a él. Porque yo ahí no te puedo responder.
Genial. Ahora Kiba estaba enfadado conmigo. Yo no he intentado besarle, es más, lo he evitado. Tenía que estar orgulloso de mí.
―¿Y vosotros, qué habéis hecho?
Entonces la expresión de Kiba cambió.
―Hemos estado paseando con mis papás. Se adelantó a decir Hotaru.
Bueno, eso sí podía imaginármelo, a Kiba le gustaba dar largos paseos por el parque o la playa, como a mí.
―Sí, bueno, lo típico.
Bien, no iba a sacarle mucho a Kiba. Estaba claro que esta situación de novio falso estaba empezando a incomodarle. Permanecimos en un largo silencio todo el trayecto a casa, hasta que Kiba paró el coche frente a nuestro edificio.
―Será mejor que se lo digamos ahora.
¿Decirme qué? Esas caras no me estaban gustando nada. Y Kiba acababa de apagar el motor del coche. Menos, eso me gustaba menos.Cuando Kiba apagaba el motor del coche, es que quería decirme algo serio.
―Mis papás estarán dos semanas aquí. Minato se ha tomado unos días de vacaciones. Con lo de la mudanza de Naruto y que mi mami hace tiempo que no me ve… pues decidieron quedarse unos días.
¡Genial!, no tenían que decirme más. Me había quedado sin novio durante dos semanas.
―Bueno, entonces os dejo, tendréis planes que hacer.
Esa vez sí que di un portazo al salir del coche. Que se enterasen esos dos confabuladores que no me gustaba nada la dirección que estaba tomando todo esto. Hotaru salió del coche y corrió a mi lado, mientras Kiba se quedaba mirándonos desde detrás de la ventanilla.
―Hinata, que no es culpa mía. Yo no sabía que se iban a quedar tantos días. Mami quiso darme una sorpresa.
¡Ya tenía suficiente! Me giré hacia Hotaru y tuve que agarrarme a los bajos de mi camiseta para no cogerla por el cuello y estrangularla.
―¡Sí, es culpa tuya!, tú nos has metido en este maldito lío.
―Pero Hinata…
―¡Ni Hinata ni gaitas! Estás acostumbrada a que todos bailemos al son de la música que tú quieres escuchar, y no te paras a pensar que a lo mejor los demás no queremos bailar.
―¿A qué viene ahora todo esto?
―Viene a que esta vez has sobrepasado mi límite de tolerancia. Por cosas como estas se rompen las amistades.
―¿Por coger prestado a tu novio?
―No, por hacerlo cuando te dije que no quería.
Me giré y salí disparada para casa. No tenía ganas de verle, y poner terreno entre nosotras siempre funcionaba cuando me sacaba de los nervios.
No sé ni cómo conseguí dormir por la noche, pero por la mañana estaba más calmada, que no más feliz. Me levanté, me duché, desayuné y me preparé para ir al trabajo. Al menos allí sabía a qué atenerme. No vi a Hotaru y no era porque me estuviese evitando. Ella no se levantaba tan pronto. Es lo que tenía trabajar de dependiente en una tienda de ropa para hombres, que se entraba más tarde, se cobraba más y el uniforme sienta mejor. Y, además, ella tenía coche, así que no tenía que depender del autobús como hacía yo. También ayudaba que fuese domingo. Para algunos, los días de la semana tenían un significado diferente que para el resto de los mortales. Aunque bueno, la hora y veinte minutos que tardaba en llegar al Miami Children’s Hospital siempre me ayudaba a pensar, qué remedio, soy de las que no les gusta perder el tiempo. Estaba a unos metros de mi parada cuando oí que alguien gritaba mi nombre. ¿Kiba pasaba a verme?, ¿quizás necesitaba arreglar el mal ambiente entre nosotros? Pues no, el espécimen de hombre que se acercaba a mí trotando era otro. No pude evitar fijarme en que las mujeres de la parada del autobús le seguían con una golosa mirada, y es que no era para menos, yo misma tenía la boca llena de baba. Por fortuna estaba cerrada. ¿Se podía estar sexy con la ropa empapada de sudor, el rostro congestionado y pantalones anchos y sin forma? Pues definitivamente sí. Él lo hacía. El sudor hacía que la camiseta azul se pegara a los definidos contornos de su cuerpo, y el pantalón era tan fino que acariciaba sus muslos reveladoramente. Su pelo tenía las puntas húmedas y su piel brillaba como si le hubiesen untado con vaselina.
―¿Naruto?
Llegó a mí y detuvo su carrera. Su respiración era rápida y pesada. Típica de quien había estado corriendo por un buen rato.
―Pensé que entrabas más tarde al trabajo.
―Entro en casi dos horas. ―Le vi alzar las cejas sorprendido.
―Pues sí que te gusta llegar pronto.
―No, pero es llegar 30 minutos antes o 30 minutos tarde. El servicio de transporte urbano no me da mucho donde elegir. ―Se frotó la barba de varios días de su mandíbula. Le quedaba bien, pensé.
―¿No te compensaría comprarte un coche?
―Tendría que pensarlo.
―¿Pero…?
―Pero hace mucho que no conduzco y Miami es demencial a algunas horas.
―Sí, lo es.
Le vi sonreír, pero no me paré en pensar cómo podía saberlo si acababa de mudarse, porque mi autobús estaba parando en la marquesina a cinco metros de mí.
―Lo siento, pero tengo que irme.
―Ups, casi lo olvidaba. Iba a tu casa por algo.
Metió la mano en una pequeña cremallera que llevaba en su muñequera y sacó una de mis pinzas para el pelo.
―Te lo dejaste ayer en la cocina.
―Ah, caramba. Ves, esta es otra de las razones por las que no tengo coche. Mi presupuesto se esfuma en comprar estos pequeños huidizos accesorios para el pelo. Siempre los pierdo.
Mis palabras se iban alejando de él mientras subía las escaleras del autobús. Las puertas se cerraron detrás de mí y empezó la marcha. Al otro lado del cristal, Naruto soltaba una risotada y se despedía con la mano.
Ese día, mi trayecto al hospital lo hice con una sonrisa en la cara. La mantuve sin darme cuenta, hasta que escuché el mensaje entrante en mi teléfono. Cuando lo abrí y lo leí, la sonrisa se esfumó.