Abrí la puerta en el momento que sentí las ruedas del camión detenerse y salté al asfalto. Mi cabeza giraba en todas direcciones, no estudiando la situación, sino buscándola a ella. Había demasiada gente. Algunos los reconocía de mis anteriores visitas al centro, otros se mantenían alejados y expectantes, simples curiosos. Y entonces la vi. Caminaba lejos de la entrada, arrastrando una cuerda y, aferrados a ella, los niños de la guardería. Suspiré aliviado, gracias a Dios habían recordado los juegos que les enseñé.
― ¡Hinata! ―Ella no me oía, su atención estaba en llevar a los niños a un lugar seguro, donde alguien se unió a ella. Corrí como un loco a su lado y la cogí por el hombro, haciéndola girar hacia mí.
―Hinata. ―Sus ojos estaban llenos de lágrimas, pero no era solo por el humo.
―Shizune, está dentro.
―De acuerdo, la sacaremos. ¿Dónde estaba la última vez?
―Ella… algo cayó del techo… su pierna… no podía andar… me hizo sacar a los niños.
―Céntrate, ¿dónde cayó?
―Junto a la puerta del baño de los niños.
―Bien, estoy en ello. ―Giré mi cabeza y localicé al jefe, impartiendo órdenes a solo diez metros de mí―. ¡Jefe! Civil herido en el interior. Tengo localización.
Le vi asentir y hacer las indicaciones para que actuara, así que hice señas a Sai y Shikamaru, quienes estuvieron a mi lado en segundos.
―Conmigo. Civil herido en planta baja. Tengo su localización.
―Estamos detrás. ―Cogí a Hinata de nuevo por los hombros y le obligué a mirarme.―Vamos a sacarla.
Ella asintió de forma mecánica, pero no pudo decir nada más. Aunque no hizo falta, tenía escrito en toda su cara “ten cuidado”. Así que me dirigí hacia la entrada y… ¡mierda!, no podía entrar allí, todavía no. Me giré y volví sobre mis pasos mientras sacaba el casco de mi cabeza, llegué hasta Hinata, la aferré por la nuca y arrasé su boca con el beso que había deseado darle desde… bueno, eso no importaba. Lo interrumpí antes de lo que quería, pero ya me había desviado lo suficiente por ese día. Me coloqué el casco y me volví hacia la puerta del infierno. Ese era mi trabajo, entrar a los lugares de los que el resto huía.
Sai y Shikamaru estaban esperándome en la entrada y, aunque los cascos cubrían mucha parte de su cara, la expresión sorprendida de Sai y la risueña de Shikamaru eran imposibles de ocultar. Les di una palmada en el hombro y entramos allí dentro.
Caminé con la rapidez y destreza de quien conoce el terreno y su trabajo. No tardamos en encontrar a Shizune, un poco antes del lugar que Hinata me dijo. La pierna no tenía buena pinta, pero la mujer no se había rendido. Se había arrastrado hacia la salida, intentando salir por sus medios de aquel lugar. El humo era bastante denso y las llamas estaban lo suficientemente cerca como para actuar con rapidez.
―Sai, ayúdame a cargarla. ―Un crujido sonó sobre nuestras cabezas, y el techo cedió a nuestro lado. Noté el golpe en mi hombro, casi derribándome.
― ¿Estás bien? ―Noté la mano de Shikamaru ayudándome a levantarme.
―Sí. Ábrenos camino.
Shikamaru asintió y puso su hacha a trabajar. Podías reírte de su nombre, pero Shikamaru era el puñetero ninja de las hachas. Si fuera rubio sería la reencarnación de un maldito vikingo, pero con su aspecto asiático, ponle un bigote largo y un casco, y era el mismísimo Gengis Kan.
Noté el hombro arder al pasar el brazo de Shizune por detrás de mi cuello, pero eso no importaba. Sai ocupó su lugar al otro lado y entre los dos nos repartimos el peso de la mujer inconsciente. Como una máquina bien engrasada, avanzamos al mismo paso, siguiendo el camino que Shikamaru nos estaba abriendo.
Cuando dejamos las llamas atrás, cuando mis pies tocaron el asfalto, sentí el contraste del aire más fresco del exterior. Arrastramos a Shizune hasta la ambulancia de los paramédicos y esperé hasta que la oí toser mientras la mascarilla de oxígeno era colocada en su cara.
Escuché la orden y los chorros del agua salir disparados hacia el edificio, y noté una ligera presión junto a mi muslo izquierdo. Cuando bajé la vista vi el asustado cuerpo de Hinata intentando acercarse a la camilla.
―Nos la llevamos al hospital General.
―Ella va con vosotros.
Aferré la mano de Hinata para ayudarle a subir a la ambulancia y luego me quedé allí, mirando cómo se iban hasta que un golpe seco en mi hombro me hizo retorcerme de dolor.
―¡Mierda!, ¡sanitario!, tenemos un bombero herido aquí.