cap 10

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Naruto

No podía dejar de sorprenderme, ella era única. No solo porque me había aceptado en su vida como un nuevo amigo, sino porque tenía un corazón enorme. Más aún de lo que pensaba. Solo ella podía entregarse de esa manera a los demás y no pedir ninguna compensación.

Su novio era un hombre con suerte y tenía que ser un tipo estupendo, porque Hinata no merecía a cualquier tipejo. Seguro que adoraba el suelo que ella pisaba y que tenía que marcar su territorio constantemente. Había que luchar por conservar una chica así. ¿Tendría alguna hermana? Ojalá, porque yo quería a una mujer como ella en mi vida y si no podía tenerla a ella, quizás su hermana...

¡Mierda de sofá!, sería cómodo para ver la TV, pero para una cabezada... bueno, tal vez para Hinata o Hotaru sí lo fuera, pero para mí metro noventa de estatura y el doble de ancho que el de ellas, aquel sofá era una máquina de tortura medieval. Al final debí dormirme, es lo que tenía hacer turnos de noche, que uno aprendía a quedarse dormido incluso sentado en una silla.

El ruido de una puerta al cerrarse me sobresaltó. Después escuché el agua correr y supe que Hinata ya estaba en movimiento. Al mirar la hora lo confirmé, las 14:10. Bueno, al menos habíamos dormido los dos unas cuatro horas. Me levanté y fui a la cocina, donde podía preparar algo rápido de comer. Abrí la nevera y me encantó verla tan bien abastecida. Cogí los ingredientes y empecé a elaborar unos sándwiches. Saqué el café que quedaba en la cafetera, lo repartí en dostazas y calenté la mía en el microondas. Estaba tomando el primer sorbo cuando Hinata entró en la sala. Eso de tener una cocina abierta ayudaba a la hora de controlar a la gente.

―Oh, vaya, siento haberte despertado.

―No lo sientas, ya no estaba dormido. ―Tuve que rotar los hombros, se me habían quedado rígidos y doloridos por estar en aquel diabólico sofá.

―Vaya, tu espalda. Tiene que dolerte un montón. Ese sofá no está pensado para gente de tu tamaño.

Mierda, tenía que haber aguantado hasta que ella no mirara, así no se sentiría mal y no tendría esa compungida cara en su rostro. ¿Qué hacía ahora? ¡Oh, sí! Sus dedos se deslizaron sobre mis hombros, amasando los músculos con deliciosa precisión. No pude evitar cerrar los ojos y gemir de gusto, pero no podía permitirlo. Ella tenía una larga tarde por delante y yo no debía tomar las pocas energías que le quedaban.

―Ejem. Te hice un sándwich.

―Gracias, estoy hambrienta. ―Se sentó frente a mí y la miré como un tonto, hasta que noté mi mano sobre la taza de café y le di un sorbo.

―Ups. Lo olvidé, ¿cómo quieres el café?

―No te molestes, ya me lo preparo yo.

―Lo tengo a mano, no es molestia.

―Está bien, media taza de café y media de leche, con tres de azúcar.

―Te gusta dulce, ¿eh?

―Como dice la abuela Caridad. El café tiene que ser como los hombres, negro, fuerte y muy dulce. Aunque yo no puedo resistirme a la leche.

―Vaya, tu abuela tiene que ser una mujer muy interesante.

―Puedes decirlo con todas las palabras, es de armas tomar. Todo un carácter.

Le preparé el café mientras hablaba y se lo ofrecí esperando su veredicto. Cuando tomó el primer sorbo, parecía que había tocado el cielo.

―Perfecto. Quedas contratado.

―Será mejor que nos pongamos en marcha.

Ella miró su reloj y saltó de la silla. Corrió a ponerse los zapatos y se volvió a la cocina. Tomó el último trago de su café y aclaró la taza antes de meterla en el lavavajillas.

―Eres un chico muy limpio.

Miré la encimera de la cocina y sonreí. Estaba todo recogido de nuevo en su sitio, ni una miga perdida por ahí, y había pasado el paño por encima para limpiar cualquier resto. Incluso había aclarado la jarra del café y limpiado la base de la cafetera. Sí, mi mamá me enseñó bastante bien. Y qué demonios, nunca me gustó ir dejando cosas por ahí repartidas. Recoger las cosas después de usarlas era ya un hábito en mí.

―Y además sé planchar. Soy una joya.

―No serás gay, ¿verdad?

Ja, ja. No pude evitar soltar una buena carcajada mientras salíamos por la puerta. De todas las réplicas que podía darme, no me esperaba esa.

―De momento me gustan las chicas, pero quién sabe. Todo cambia en esta vida.

―Bueno, si buscas novia, sé de un par de enfermeras que estarían encantadas de conocerte.

―Apunta mi número, nunca se sabe.

Hinata se ató el cinturón de seguridad y sacó su teléfono. Verle mirarme mientras esperaba a que le diera mi número me hizo sonreír. Bromear con ella era desconcertante, porque no estaba seguro de si sabía que lo hacía y me seguía el juego, o si realmente pensaba que lo decía en serio. Bueno, de cualquier forma ella tendría mi número. Saqué mi teléfono del bolsillo y se lo tendí.

―Yo te doy el mío, pero tú tendrás que darme el tuyo. Así que anótalo.

Ella metió el suyo mientras yo conducía y después anotó mi número en su pequeño aparato.

Cuando paré el SUV frente a la entrada del hospital no esperé a que bajara.

―¿Volverás a casa en bus?

―Sí.

―¿Tu novio no te recogerá?

―Ya te dije que está ocupado.

―Entonces te llevaré yo.

―No hace falta.

―Estaré aquí a las 10.

Puse mi cara de "aquí no hay más que hablar" patentada por los Namikaze y ella me sonrió, me dio un beso rápido en la mejilla y salió del auto gritando un "gracias". Uf, mierda, olía demasiado bien. Arranqué el contacto y me dirigí a casa. Tenía una tarde de bonitos sueños por delante.

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