cap 14

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Naruto

Subí detrás de Hinata porque no estaba seguro de que no se desmayaría por el camino. Estaba tan débil que me rompía el alma verla así.

Cuando entré en el apartamento, lo primero que oí fue a alguien que decía el nombre de Hinata y maldecía. Tenía que haberse desmayado, así que corrí hacia allí. Lo que no me esperaba era ver a Hinata congelada delante de un Kiba con todos sus atributos al aire. Su rostro estaba aún más pálido que antes y su mandíbula estaba desencajada. Cuando se agachó a recoger los envases de medicamentos que estaban desperdigados en el suelo, el tipo tuvo la decencia de salir corriendo para taparse. En aquel momento vi a Hotaru asomar por la puerta de su habitación, y su rostro palideció tanto como el de Hinata al verla. Intentó disculparse, creo, pero Hinata parecía enfadada y ¿ultrajada?, bueno, qué esperaba, eran novios, tenía que saber lo que ocurre entre parejas. Ella tenía novio, tenía que entender hasta dónde pueden llegar esas cosas. Tal vez fue ver al tipo desnudo delante lo que le causó tanta impresión, de todas formas, era el novio de su amiga, estaba desnudo y con el pene colgando delante de su cara. Y estaba claro lo que ese pene había hecho, era un tío, entendía de esas cosas.

Hinata salió corriendo por mi lado y fui a seguirla, cuando escuché la voz de Kiba llegar desde detrás de mí. El tipo había tenido la consideración de cubrirse con unos pantalones. Seguro que quería disculparse por haber sorprendido a Hinata con ese "aspecto". Ahora,lo que no entendía era la cara de desesperación que puso el hombre cuando intentó ir tras ella y la mirada asesina que me lanzó a mí cuando me sobrepasó. ¡Ah, no!, Hinata no estaba en condiciones de soportar nada en aquel momento. Tenía fiebre, el cuerpo dolorido y ahora encima tenía un susto de muerte. Ni de coña iba a dejar que ese estúpido la alterase más. Le agarré del brazo y le detuve en seco.

―¡Hey!, tranquilo. No puedes seguirla descalzo.

Él se miró los pies y comprendió que no podía salir a la calle así. Aunque la expresión de su cara decía que eso era lo que menos le preocupaba.

―Hinata...

―Yo me encargo de ella, no te preocupes.

Y el tipo me miró con esos ojos asesinos y apretó la mandíbula, como si quisiera decir algo, pero no pudiese.

―Esto no es asunto tuyo.

―Ya veremos.

No esperé su respuesta, tan solo corrí detrás de Hinata. Ella ya estaba en el coche cuando llegué. Tenía las medicinas apretadas contra su pecho, así que después de sentarme en mi sitio, abrí su bolso y le ayudé a meterlas dentro. No dijo nada, tan solo miraba a través del cristal, como si allí pudiese encontrar las respuestas a todas las preguntas. No, ella no estaba bien. ¿Qué demonios había pasado allí dentro? Sentía ese picor en la nuca que decía que algo iba mal, pero no podía saber qué. Pero si una cosa soy yo, es tenaz, así que no pararía hasta averiguarlo. Aunque ahora mi prioridad era Hinata. El resto podía esperar.

―Siento que hayas tenido que ver eso. Supongo que no ha sido agradable.

Hinata se volvió hacia mí, con su mirada aún vacía y las lágrimas luchando por escapar.

―¿Por qué?

Volvió a girarse y se perdió de nuevo en el paisaje que dejábamos atrás. No esperaba ninguna respuesta, ni yo la tenía para dársela. Cuando llegamos a casa de su abuela me encontré una pequeña edificación unifamiliar, pintada con colores vivos y vibrantes. Una mujer mayor estaba sentada en el balancín del porche. Cuando vio el SUV detenerse junto a la vivienda, se levantó y caminó hacia el coche. Llegó a nosotros en el momento que abría la puerta de Hinata.

―Mi niña, ¿qué te ha pasado?

Hinata no contestó. Tan solo dejó que las lágrimas rodaran por sus mejillas, derrotada.

―Voy a llevarle dentro.

Su abuela sostuvo la puerta del vehículo, mientras yo tomaba a su nieta en mis brazos. Ella apoyó su cabeza en mi hombro y yo sentí que el estómago se me comprimía. Verla así, tan desmadejada, como una muñeca de trapo, me rompía el corazón.

La dejé acostada en la habitación que me indicó Caridad. Me costó un triunfo alejarme de allí, pero la buena mujer tiraba de mí para que le acompañara a la cocina.

―¿Qué le ha pasado? Esto parece peor de lo que me contó por teléfono.

―No lo sé exactamente, pero pienso averiguarlo.

―Eres un buen chico.

―Soy su amigo.

Me acompañó a la puerta.

―Llamaré para preguntar cómo se encuentra.

―Espera, te daré mi número.

Escribió dos filas de números en un papel y lo guardé en mi bolsillo.

―Puedes pasar a verla mañana. Si quieres.

―Mañana tengo guardia en la estación. Pero llamaré, lo prometo.

Asintió con la cabeza y me fui de allí. Algo me rondaba la cabeza, algo malo. Mi intuición me decía que había algo que no sabía y tenía que descubrirlo.

El domingo llamé varias veces, pero solo en la última llamada conseguí hablar con Hinata. Había estado durmiendo casi todo el día, y no le culpaba. Su cuerpo estaba débil a causa de la gastroenteritis, pero además, no tenía muchas ganas de recuperarse.

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