Naruto
Nuevo trabajo, nueva casa... aunque no nueva ciudad. He crecido en Miami, pero en un barrio muy distinto al que he ido a parar. Aunque, después de tantos años, es lo mismo que llegar de nuevo. No conservo a ningún amigo, la distancia los ha convertido en simples conocidos, con vidas organizadas en las que no hay cabida para una vieja amistad infantil. Sus vidas habían cambiado, ellos habían cambiado, incluso yo mismo he cambiado.
Sabía que llegaba pronto, pero eso es normal en mí cuando estoy nervioso. Llegar a mi nuevo trabajo me tenía tan consumido como esa morena. Hinata. Pensar en ella era como saborear el azúcar moreno: dulce, acaramelada, diferente y, de alguna manera, caliente. Sabía que era una tontería ir detrás de ella, porque había oído a Shizune hablar sobre el "deslucido" de su novio. Sí, estaba ocupada, y yo no soy de los que levantan la chica a otro tipo. Pero, quitando a la caprichosa de mi hermanastra, era la primera persona de Miami con la que establecía algún tipo de contacto, y quería conservar ese vínculo, aunque fuese pequeño. No me gustaba estar solo. Quizás fuera un defecto genético, es lo que sucede cuando tienes un gemelo, que realmente nunca estás solo. Pero Menma estaba en otra ciudad, ocupándose del negocio de la familia. La verdad es que a él se le daba mejor vender coches usados que a mí. Menma es de ese tipo de personas que es capaz de vender.arena en el desierto. Él tiene el don de gentes que a mí me falta, o simplemente llamadme tímido.
En fin, allí estaba, esperando en una dura silla a que el jefe se dignara a dedicarme un poco de su ocupado tiempo y me diera mi asignación de trabajo. Escuché un bufido lastimero al fondo de la sala de al lado, y allí, tirado sobre un cojín, unos ojos tristones me miraban con atención, como si yo fuera lo más interesante a su alrededor. El Basset Hound debía tener sus buenos 11 años, y entonces lo reconocí. Él era la causa por la que me hice bombero y que además hubiese escogido aquella estación sobre el resto de lugares. Después de innumerables destinos, al fin había llegado al Miami Fire-Rescue Department. Aún recordaba las imágenes del noticiario, 11 años atrás, cuando el equipo de aquella estación actuó en un rescate curioso.
Habían sacado a ese cachorro de un fuego, junto con varios de sus hermanos de camada, pero él había inhalado mucho humo. Lucharon por reanimarle hasta conseguirlo y la dueña, en agradecimiento, se lo regaló a la unidad. Desde entonces, el chucho se había convertido en la mascota de la estación. Los cambios de turno, los traslados, los bomberos iban y venían, pero el perro siempre permanecía allí; era el miembro que más años llevaba en aquella estación, o eso parecía.
―Namikaze.
Mi nombre me hizo saltar sobre la silla, como si tuviese un muelle en el culo. Aquel hombre sabía cómo hacer que uno se pusiese firme con una sola palabra.
―¿Señor?
―A mi despacho.
Caminé tras él y, antes de cerrar la puerta, noté que el perro había entrado en el despacho del jefe. Le miré interrogativamente, pero él no cambió su expresión. Bueno, si a él no le importaba, a mí tampoco.
―Siéntese.
Empezó a ojear mi expediente y, después de unos minutos lo cerró, cruzó los dedos y los descansó sobre la carpeta.
―¿Por qué eligió esta unidad?
La pregunta me sorprendió, así que hice lo único que podía, decir la verdad, eso me había enseñado mi madre.
―Por él.
Señalé con mi mirada al perro. El jefe desvió sus ojos hacia él, y luego hacia mí.
―¿Por él?
―Tenía casi dieciséis cuando vi el rescate en las noticias.
El jefe pareció estudiar mi respuesta y luego miró al perro y le sonrió.
―Vaya, Smoke, nunca pensé que fueses un reclutador.
El perro soltó un cansado gruñidito y volvió a dejar su cabeza en el suelo, entre sus patas estiradas. El jefe se puso en pie y empezó a caminar hacia la puerta.
―Bien, Namikaze. Te enseñaré esto, te asignaré una taquilla, te daré tus turnos de trabajo y dejaré que tus nuevos compañeros te conozcan.
Una hora después, estaba metiendo mi ropa en mi casilla y terminando de abrochar mi nuevo uniforme, cuando una voz detrás de mí hizo que me girase.
―Así que Naruto, nuevo miembro de la Sección de Rescate. ¿Cómo un tipo con tu currículum acaba pidiendo un traslado a 200 kilómetros de su anterior destino?
―Me gusta el sol.
―Ya, los rumores también viajan.
―¿Qué rumores?
―Los rumores que hablan de una tal Karen.
Genial, no solo los rumores viajaban, también la estupidez. Karen era 15 años mayor que yo, estaba felizmente casada con tres hijos y trabajaba en el centro de comunicaciones. El contacto más largo que habíamos tenido era 7 minutos y por radio. Ahora, que si de quien se hablaba era de Mirna, la cosa cambiaba. Mirna y yo salimos un par de veces, nos acostamos una vez, y así quedó todo. Por fortuna mi traslado llegó antes de que la situación pasara a ser incómoda. Aunque ella dijera lo contrario, entre nosotros no había feeling , al menos por mi parte. De aquella experiencia había aprendido algo: nunca, pero nunca, volvería a mezclar la amistad con algo más. Mirna había sido una amiga estupenda, hasta que pasó a ser algo más, y no funcionó. Así es como se perdía a las amigas.
―Pues los rumores tendrían que informarse primero, porque no creo que ni ella relacione mi cara con mi nombre. ¡Qué demonios!, ni siquiera creo que haya visto mi cara.
Ver palidecer a aquel hombre enorme me hizo sonreír por dentro. Si quería reírse del nuevo, podía habérselo currado un poco mejor. Un compañero detrás de él se adelantó y me tendió la mano.
―Shikamaru. Y no le hagas ni caso. Sai solo está mosqueado porque le quites el puesto de "Latin Lover".
―Siento decepcionaros, pero no soy de los que persiguen faldas.
Puede sonar raro, pero acabé durmiendo entre esos dos hombres. Cada uno de ellos estaba en el catre de mi lado. Es lo que tienen los turnos de 24 horas, que haces extraños compañeros de habitación. Sin mencionar al chucho apático que dormitaba en una vieja alfombra no muy lejos de mis botas. Al final, Sai tenía un punto en común conmigo, ambos conocíamos el centro social de la calle 6.
―¿En serio?, mi mamá lleva comida los viernes y fines de semana allí.
―Yo estuve el sábado con una amiga, a veces hace voluntariado en la guardería.
―Ese centro hace mucho por el barrio. Muchas familias no sabrían qué hacer sin su ayuda.
―Si tú lo dices.
―Oye, ¿y es guapa esa amiga tuya?
No necesité pensarlo mucho. Hinata era como un mojito, suave a la boca, sabroso, refrescante y, si no te dabas cuenta, se te subía a la cabeza.
―Lo es. Pero tiene novio.
―Ah, amigo, suena como si te gustara.
―Quisiera pensar que somos amigos.
―Ya. Si tú lo dices.
Lo decía, sí, ¿porque lo quisiera? No. ¿Lo asumía? Sí.
―Oye, ¿y esa cuerda que estás preparando?
Había pasado toda la tarde anudando una larga soga, haciendo pequeñas agarraderas a lo largo de su longitud.
―Quiero llevarla al centro, se me ha ocurrido que no está de más tener un plan de emergencia para evacuar la guardería.
―Buena idea. ¿Y cuándo dices que vamos a ir a ver a tu chica?
―El sábado que viene volveré, pero ella no es mi chica, no sé si irá y, sobre todo, a ti no te he invitado a acompañarme.
―Oh, amigo, es el centro social. Allí todos tenemos invitación para ir.
Tuve que maldecir en silencio, en buena hora les había hablado a aquellos dos de Hinata. Sí, Shikamaru no hablaba mucho, pero no perdía la oportunidad de incluirse en los buenos planes. Y si había chicas de por medio, siempre eran buenos planes para aquellos dos.