Adoro los viernes, sobre todo cuando es mi día libre y puedo dormir a pierna suelta. Lo bueno de dormir un viernes por la mañana es que la casa está vacía. Es agradable abrir los ojos sin la ayuda del despertador.
Y allí estaba yo, tumbada en mi cama, sintiendo el calor del sol sobre la espalda y el cuerpo relajado y descansado. ¡Dios!, necesitaba eso. Abrí los ojos, pero los recuerdos de la noche anterior aún estaban allí. Cuando salí por la puerta del hospital, el SUV de Naruto estaba parado cerca de la entrada y él estaba apoyado con la espalda en la puerta y las manos en los bolsillos del pantalón. Si Ivanna lo hubiese visto en aquel momento seguro que no volvía a repetir qué guapo estaba con el uniforme de bombero, en ese momento habría ido al cielo. Escuché lo redondo y duro que el bombero macizo tenía el culo durante todo mi período de descanso. ¡Ahg!, como si no lo supiera. Yo había visto ese estupendo culo primero que ellas. Oh, Dios, ¿pero en qué estaba pensando? Yo tengo novio y le quiero. Y es guapo y también tiene un buen culo.
El chico me sonrió, me acompañó a la puerta y la abrió para mí. No, si educado era un rato. ¿Y había dicho que atento? Pues eso, me preguntó por mi día y escuchó con interés, y me hizo preguntas. Me acompañó hasta la puerta del edificio y después se fue. Lo dicho, un encanto.
Miré de nuevo el teléfono, por si esa vez apareciera de repente un mensaje de Kiba, pero nada. ¿Se acordaba siquiera de que su novia de verdad era yo? Estaba empezando a dudarlo. En vez de un mensaje de Kiba, tenía uno de Naruto. Adoraba los mensajes instantáneos, era el mejor invento desde la tableta de chocolate con leche.
―”Mañana voy a acercarme al Centro Social. ¿Tú vas a ir?”
―”Iré por la tarde”.
―”¿Te paso a recoger y vamos juntos?”
Oh, señor. Yo sabía que estaría cansada después de mi turno por la mañana, e ir en bus era una idea que empezaba a resultarme desagradable. Pero, ¿no era eso demasiado para Naruto? El chico me agradaba y él sabía que tenía novio, pero cada vez me parecía más que se estaba pegando demasiado a mí. ¿Se estaría haciendo una idea equivocada?
―”Ok, recógeme a las 5”.
Quizás con el tiempo me arrepentiría, pero no podía decirle que no. Al fin y al cabo, a Shizune le gustaba, y esos eran demasiados puntos a su favor.
Pasé el resto del viernes limpiando, lavando ropa y planchando mis uniformes. Tenía la cena lista cuando sentí la puerta abrirse. La risa cantarina de Hotaru se coló en el apartamento, seguida de la voz de Kiba. Cuando se giraron hacia la cocina, ambos se quedaron callados y quietos, como si mi presencia les cortara el rollito.
―Ah, hola, Hinata.
―Hola, Hotaru. Kiba.
Por detrás vi aparecer a la madre de Hotaru.
―Ah, hola, querida. No esperábamos encontrarte aquí.
―Ya, siento molestar entonces.
―Oh, no, para nada. Esta también es tu casa.
Ya, de eso estaba bien segura, pagaba la mitad del alquiler.
―Umm, qué bien huele. ―La voz de Minato precedió al sonido de la puerta cerrándose.
―No sabía que iba a haber visita, así que no hay suficiente para todos. Pero puedo preparar otra cosa.
Minato se colocó detrás de mí y extendió su cuello para poder ver y oler lo que estaba cocinando.
―Umm, señor, esto huele de muerte. ¿Qué es?
―Solo unas verduras con pollo.
―Hinata cocina muy bien. ―¡Vaya!, pues Kiba sigue teniendo boca, y parece que se acuerda de su novia, o al menos de su comida.
―Sí, aunque a mis caderas no les gusta tanto. ―No, si la niña tenía algo que decir. Menos mal que Minato la miró con una cara mezcla de “¿tú sabes lo que estás diciendo?” y “no sabes lo que te pierdes”.
Hombres, si se trata de sus estómagos, no hay tema que discutir. Gana la comida siempre, bueno, casi siempre; siempre está el deporte, aunque muchas veces lo compaginan, y así no hay segundos lugares.
―¿Y qué les trajo por aquí?
―Oh, Hotaru tiene que cambiarse de ropa. Vamos a salir a cenar y a ver un espectáculo.
―Ah.
―Mami, ¿puedes ayudarme a escoger un conjunto?
―Claro.
Ambas desaparecieron por el pequeño pasillo y vi la puerta de la habitación de Hotaru cerrarse. ¿Qué quiere la ayuda de su madre para elegir su ropa?, eso no se lo creía ni un niño de cinco años. Hotaru no había dejado que decidieran sobre su atuendo desde que iba al colegio y descubrió que las trenzas no eran sexys. Eso solo podía significar una cosa: quería hablar con su mami a solas. Vacié el contenido de la sartén en un plato y lo dispuse sobre el pequeño mantel que había preparado para mí en la encimera. Al otro lado estaba el servicio de Hotaru, pero no pensé que lo usara esa noche, así que empecé a retirarlo, cuando una mano bronceada me detuvo. Minato asomó la cabeza para comprobar que no había moros en la costa y después se acercó para que solo yo le oyera.
―¿Puedo probar lo que quedó en la sartén?
Le sonreí y vertí el resto en el plato frente al mío. Cuando regresé de aclarar la sartén en el fregadero, Minato ya había vaciado la mitad de su ración y gemía bajito con cada bocado que se llevaba a la boca.
―¡Dios!, adoro la comida casera.
―Me agrada que le guste.
―Te juro… que si no estuviese casado con mi mujer… te tiraría los tejos.
―Vaya, es un tipo fácil.
―¡Hey!, tengo sangre italiana, y a los italianos nos gusta la buena comida.
―Ya veo.
Le vi rebañar el plato con un poco de pan y retirar el servicio hacia el fregadero con eficacia y rapidez. Perfecto, allí no quedaba ni rastro de lo que había hecho. Antes de volver hacia la zona del salón, echó un vistazo a Kiba mientras este cambiaba de canal en la TV sin prestar mucha atención a lo que veía.
―Espero que tu novio aprecie tu comida como se merece. Otros no notan la diferencia entre una McDonalds, un platillo de esos minimalistas y una buena comida hecha en casa.
Casi dejé escapar una carcajada cuando le vi inclinar la cabeza hacia Kiba. No, él creía que ir a un restaurante caro, donde te ponían un bocadito de diseño por el que pagabas medio sueldo, era el sumun de una buena comida. ¡Qué le iba a hacer!, Kiba era un poco esnob para esas cosas.
―Bueno, ya estamos listas.
Kiba saltó del sofá como si tuviese un resorte en el culo y se alisó el pantalón como siempre hacía.
―Bueno, Hinata, ha sido un auténtico placer encontrarte aquí.
Minato me tomó la mano y la besó con elegancia, al tiempo que me guiñaba un ojo. Sí, para él sí que había sido un placer, y para su estómago mucho más, eso seguro. Kiba salió el último de mi campo de visión. No se detuvo, no dijo nada, tan solo me dio una de esas miradas que decían “lo siento”, y desapareció.