Hay veces en las que piensas que la vida es perfecta, y que las personas buenas reciben regalos buenos, y las malas acaban pagando por sus pecados. Pero la realidad es que no es así. Como ocurrió con Kiba.
Uno piensa, que, ante un intento de asesinato, la ley sería dura e implacable, pero luego llega un abogado de esos que cobra tanto que tienes que hipotecar tu casa para pagar sus honorarios y te aplasta. ¿He dicho que odio a los abogados? Pues ahora sí, menos a mi pobrecita abogada de oficio. Ella hizo todo lo que estuvo en su mano, pero no pudo competir con la retórica y argumentos de la defensa. La experiencia se va adquiriendo con el tiempo, y a veces la pasión no es suficiente. Por eso, en vez de un juicio completo, en el que podíamos haber conseguido una condena contra mi ex, lo único que teníamos era una orden de alejamiento, un curso de control de la ira y servicios comunitarios.
¿Qué ocurrió con Hotaru? Pues, aunque no quisiera saber más de ella, siendo la hijastra de mi futuro suegro era imposible no hacerlo. Pues bien, ella y Kiba intentaron tener una relación, pero estaba claro que iba a ser un fracaso. Cuando basas todo en mentiras y traiciones, ya se sabe que no va a llegar a ninguna parte.
Pero, como decía la abuela Caridad, que cada uno aguante su vela. Con mi vida tenía suficiente como para tener que ocuparme de la de los demás.
―¿Otra vez intentando arreglar el mundo? ―Y ahí estaba mi prometido, envolviéndome entre sus brazos, y dándome un suave y tierno beso en mi cuello. Miré mi café, ahora frío entre mis manos, y sonreí.
―No, he decidido que el mundo se las apañe solo.
―Bien, así tienes más tiempo para mí. ―Giré sobre mí misma, para que nuestras caras estuviesen una frente a la otra.
―¿Ah, sí?
―Sí. Últimamente me tienes muy desatendido.
―¿Eso crees?
―Siento suplicar, pero… quiero flan de café.
―¿Solo eso? ―Mi cintura fue bien ceñida por las fuertes manos de Naruto.
―A estas alturas tendrías que saber que quiero todo lo que tengas para darme.
―Darte, darte, prefiero un intercambio.
―Lo que quieras, es tuyo.
―Tengo que cambiar las sábanas de la cama. Están sucias. ―Sus cejas se juntaron al tiempo que fruncía sus labios.
―¿Sucias?, las cambiaste esta mañana.
―Ya, pero es que tengo algo pensado para ensuciarlas ahora mismo. ―Y ahí que esas cejas salieron disparadas hacia arriba. Como dice mi padre, a buen entendedor, pocas palabras bastan.
―¿Mucho, mucho?
―Oh, sí. Chocolate líquido incluido.
El gemido salió desde lo más profundo de su pecho, justo antes de que doblara sus rodillas, me cargara sobre su hombro y me subiera a grandes zancadas por las escaleras en dirección a nuestra habitación. Para un hombre goloso, hay algo mejor que un buen postre, y es buen sexo y postre, todo junto.
♥
♥Fin❤