Caminaba de la mano de Naruto por la acera. Tuvimos que aparcar el auto a dos cuadras de distancia de la casa de mis padres y, a mitad de camino, estaba claro que los Hyuga tenían una fiesta montada en la parte de atrás. Menos mal que la vivienda tenía un jardín enorme, que lindaba con un parque público.
Sentí la mano de Naruto temblar y luego aferrarme con un poco más de fuerza. Genial, aquel era el momento en el que se daba cuenta de dónde se había metido.
―Lo siento.
―¿Eh?
―Si quieres nos damos la vuelta, los llamo y les digo que me he puesto enferma o.…
―No. Claro que no.
―Estás asustado, no lo niegues.
Naruto dejó salir el aire de sus pulmones, me tomó de ambas manos y se puso a mirar el suelo entre nosotros dos.
―Yo… vamos a entrar ahí, con tu familia, que piensa que nos vamos a casar y yo no puedo…
Estupendo, ahí venía. ¡Saquen los botes salvavidas!, abandonamos el barco.
―… no puedo permitir esa mentira.
Apaguen las luces, la función se terminó. ¿Pero…? ¿Estaba poniendo una rodilla en el suelo? ¿Y qué estaba sacando de su bolsillo?, ¡oh, Dios!, ¡Virgen de la Caridad!
―Hinata Hyuga, he tenido guardado este anillo en el cajón de mis calzoncillos desde que lo compré para ti, el día después de hacer el amor por primera vez contigo. Sabía que iba a pedírtelo, sabía que quería que fueras mi esposa, solo… solo esperaba el momento en que mi proposición tuviese la respuesta que quería, la que quiero. Pero ahora las cosas se han precipitado y aunque no me arrepienta, sí que estoy cagado de miedo. Pero… soy bombero, si me meto en incendios, puedo hacer esto. Así que… ¿te casarás conmigo?
¿Puedes tirar al suelo a un bombero que te dobla el peso? La respuesta es sí.
Porque yo estaba encima de mi bombero, espatarrado en el suelo, siendo atacado por una boca hambrienta y desesperada, la mía, y riendo feliz.
―Supongo que eso es un sí.
―Mierda, no.
―¿No?
―No, que no supongas. Que es un Sí.
―Ah, casi me matas.
―¡Uf!, lo siento.
Pero me agarró fuerte y no me dejó levantarme. Estaba atrapada sobre un pecho duro y unos brazos fuertes y tenaces.
―Ahora ya no puedes echarte atrás.
―No quiero echarme atrás.
Me dio un beso rápido y me levantó al tiempo que él lo hacía.
―Bien, porque todavía queda mi familia.
―¿Eh?
Estábamos casi en los escalones de entrada y empezó a sacudirse como un loco.
―¿De qué te ríes ahora?
―De que no tengo ni idea de si podremos encontrar una iglesia en la que quepan todos.
―¿Eh?
―Soy italiano, ¿recuerdas?
―Oh, mierda. Tardaremos años en ahorrar para pagar esta boda.
Naruto volvió a reírse. ¿Qué tenía de gracioso?
―Siempre podemos fugarnos a Las Vegas.
―Sí, boda relámpago y funeral exprés. Genial. Cubanos, escoceses e italianos. ¿Tú sabes lo que estás diciendo?
―No te preocupes, encontraremos la manera.
Sentí su beso en la coronilla, después de que llamara a la puerta. ¡Señor!, dame fuerzas. Miré hacia abajo, parándome a contemplar los detalles de mi anillo de compromiso. Eran dos bandas de platino, con infinidad de pequeños diamantes incrustados entre ellas. Naruto me sorprendió mirándome el dedo.
―Pensé que querrías algo que no se enganchara con facilidad. Algo que pudieras llevar en el trabajo.
―Te habrá costado una fortuna.
―Bueno, entre el anillo y el coche nuevo… mi cuenta corriente ha recibido una buena mordida, sí.
―¡Vámonos a Las Vegas!
Naruto rio y se inclinó para besarme. La puerta se abrió en ese momento, deslumbrándonos con la luz interior y envolviéndonos con el ruido atronador de la familia en pleno apogeo.
―¡Eh!, ya están aquí. Entrad, pareja.
―¿Tú de mayordomo, Neji?
―Prefiero esto a atender la barbacoa.
Se dio la vuelta y empezó a caminar. Le seguimos dentro y esta vez era yo la que empezó a temblar. Sentí el brazo de Naruto sobre mis hombros y todo estuvo bien en el universo. Sí, con él a mi lado, todo estaba bien.