cap 27

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Naruto

―¿Qué...?

―No te llevaste el coche.

―Si tenías que salir para algo, tu hombro agradecería ir en coche en vez de en moto.

Incliné la cabeza y asentí. Hinata era así, siempre pensando en los demás, no en ella misma. Su corazón no era de oro, era un diamante rojo de 3 kilos. No merecía el daño que ese gilipollas de veterinario le había hecho, no merecía el desprecio que le había hecho su mejor amiga. Ella tenía que tener a su lado un hombre que la cuidara, que la protegiera, que la mimara y que adorara cada parte de ella como se merecía. Como amigo, las dos primeras podía llevarlas a cabo, incluso la tercera, pero necesitaba ser el único que le diera todas, y mucho más. Tenía que hablar con ella, dejar claro que estaba allí para ella, y que el beso del otro día... quizás fue inesperado, prematuro... pero no me arrepentía de haberlo hecho. Ese increíble beso me había mantenido en más sueños que las malditas pastillas para el dolor que estaba tomando. Noté una ligera sacudida en mi cabeza y levanté mi vaso de café de nuevo hacia la boca. Era el tercero, y el dolor en el hombro me recordaba que solo había tomado media dosis para el dolor, así que no tenía mucho tiempo antes de volver a tener que meterme en la cama, doparme hasta las orejas y dormir como un oso durante el invierno.

―Vamos, te llevaré a casa. ―Mi pie pareció atascarse en algún sitio y di un pequeño traspiés.―Eh, tranquilo, hombre de acero. ―La amiga de Hinata se acercó a mí mientras era sostenido por ella y Hinata por ambos brazos. Levantó uno de mis párpados y estudió mi pupila.

―No estás en condiciones de conducir. Y no quiero pensar en cómo has llegado hasta aquí, pero no te recomendaría que volvieras a ponerte detrás de un volante.

―Yo conduciré. ―Asentí y le tendí las llaves a Hinata. Apuré lo que me quedaba de café y noté cómo el vaso era retirado de mi agarre.

―Mételo en la cama y que duerma. Y usted, señor bombero, me sorprende que no pensara en la seguridad del resto de la gente en la carretera.

No, no había pensado en eso, solo tenía en mente que Hinata necesitaba estar fuera de la calle a esas horas de la noche y que yo tenía que protegerla. Caminé con el brazo sobre los hombros de Hinata y juntos salimos por las puertas correderas de la entrada del hospital. Sentí cómo sus pasos se detuvieron bruscamente y cómo sus hombros se tensaban. Al alzar la mirada supe por qué: el gilipollas estaba allí, con las manos dentro de sus pantalones de diseño y esa expresión de asesino dirigida hacia mí.



Hinata

No, ahora no. Pensé. De entre todos los momentos, Kiba tuvo que escoger ese para presentarse allí. No, cuando estábamos saliendo. Nunca se había presentado a recogerme un domingo por la noche sin antes haber quedado. Y ahora, el idiota tenía que presentarse allí, seguramente para volver a tener la misma conversación de la última vez. Tiré de nuevo del cuerpo de Naruto, agarrándole fuerte por la cintura, y busqué el conocido todo terreno para meterlo en él.

―No tengo tiempo ni ganas para esto, Kiba.

―Te dije que no me rendiría.

―Presentarte sin avisar no va a hacer que vuelva contigo.

Localicé el coche y caminé lo más deprisa que me permitía el peso de Naruto. Él no protestó, no dijo nada, solo caminó a mi lado. Abrí la puerta con el mando a distancia, aunque KIba fue más rápido y me impidió abrirla. Pero yo tenía un objetivo, sacar a Naruto de en medio.

Estaba herido, estaba casi noqueado por las pastillas y había demostrado que su instinto de protección quedaba anulado cuando se trataba de mí, así que tenía que mantenerle a salvo de Kiba. Solo le había visto enfadado una vez, y una pobre mesa de café pagó el pato. Pero esta vez su cara parecía estar mucho más tensa, me daba miedo lo que fuera a hacer.

―Al final tenía razón, él se ha metido en medio. Te lo dije.

―Naruto no se ha metido en medio de nada.

―Quiere meterse en tu cama, Hinata, lo lleva escrito en la cara.

Los dos miramos el rostro desorientado de Naruto. Yo sabía que, si no le metía rápido en el coche, su batalla contra la gravedad tendría que librarla yo sola, y Naruto tenía un cuerpo muy grande con el que pelear. Así que abrí la puerta de un tirón y le llevé hasta el asiento. Noté los brazos de Naruto aferrarse a mí, intentando no dejarme ir. Podía estar aturdido, pero sabía que estaba intentando deshacerme de él.

―Deja que me encargue de él.

―No. Es mi asunto y soy yo la que va a solucionarlo. ―Le miré a los ojos y Naruto asintió. Me dejaría llevarlo como yo quería, podía darme eso. Aflojó su tenaza y me dejó cerrar la puerta, aunque no del todo. Si había problemas, él estaría allí.

Caminé unos pasos alrededor del vehículo y me detuve cuando noté la mano de Kiba cogerme por el codo. Sacudí su agarre con brusquedad, al tiempo que miraba al interior del coche haciéndole ver a Naruto que lo tenía controlado.

―Te dije que no me tocaras.

―Solo quiero que me escuches, y si te vas no lo harás.

―Bien, te escucho. ―Mis brazos se cruzaron sobre mi pecho, dándome esa escasa seguridad.―Dime qué debo hacer para recuperarte.

―Destruiste mi confianza en ti, Kiba. Y me hiciste daño, mucho daño.

―Dijiste que me perdonabas.

―Sí, puedo perdonarte, pero no olvido. Todo de ti me recuerda tu traición. Tus manos la tocaron, tus labios la besaron, tu...

―¡Cuántas veces tengo que repetirte que fue un error, que me arrepiento!

―Ninguna más, Kiba. Te estoy pidiendo que me dejes.

―No puedo, Hinata.

―Kiba, eres veterinario. ¿Qué ocurre cuando un perro se revuelve contra su dueño y le muerde?

―Se... se le sacrifica.

―Yo no te deseo ningún mal, Kiba, pero tampoco te quiero cerca de mí. Así que vete.

―Hinata...

―Es mi última palabra.

Kiba inclinó la cabeza y se dio la vuelta. Sabía que había perdido. Pero antes de irse, levantó la mirada hacia el lugar donde estaba Naruto. Había una promesa allí, y no era buena.

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