Naruto levantó la cabeza de la cama en la que acababa de tumbarle. No, él no era de los que se rendía. Su cuerpo estaba luchando contra la inconsciencia desde hacía un buen rato, pero sabía que no tenía mucho tiempo más, porque se aferraba a mí con fuerza.
―Tenemos que hablar.
―Pero ahora no, tienes que dormir un poco.
―Volverás a irte.
―No, no lo haré. Te lo prometo.
―Vale.
Y así, sin más, el cuerpo de Naruto se rindió. Le quité los zapatos, los pantalones, los calcetines y desistí de hacerlo también con la camiseta. Esa parte era la más complicada y su enorme cuerpo no colaboraba en absoluto. Eso, sumado al cansancio del trabajo, sumado a la pelea con el resto de su ropa, me convencieron de que así era suficiente. Lo arropé con la colcha y me fui a mi cuarto. No tenía fuerzas ni para una ducha, así que me quité el uniforme y caí sobre la almohada como una piedra. Plaf .
Sueños, ¡oh benditos sueños! Llegaron repletos del cuerpo caliente de un bombero dulce y testarudo. Había estado tan cansada física y mentalmente que no había siquiera reparado en la calidad de la carne que estaba descubriendo. Conocía su pecho, y ahora también aquellas piernas fuertes y bien proporcionadas. Largas, largas piernas con ese vello desperdigado sobre ellas. Poco, pero bien puesto. Naruto tenía el pelo justo en los lugares apropiados, como esa flecha que se extendía sobre sus pectorales y después descendía para perderse debajo de sus pantalones y … ¡Oh!, mierda, tenía que dejar de pensar en esas cosas porque… ¿Porque qué? Naruto había demostrado claramente que quería algo conmigo, me había besado, y ¡qué beso! Además, Kiba era ya pasado. ¿Por qué no iba a poder soñar con todas las “posibilidades” que me ofrecía el mañana? ¿Demasiado pronto? Tal vez. ¿Miedo al dolor si me volvía a equivocar? Bueno, colocarse un hombro después de una luxación también es doloroso, pero nadie iba por ahí con el brazo colgando de por vida. De acuerdo, me iba a arriesgar, Naruto lo merecía y, sobre todo, yo lo merecía.
Naruto
Sentí el dolor hormiguear por mi hombro y tuve que reacomodarme. Abrí los ojos y vi la luz filtrarse por las cortinas, un nuevo día y estaba otra vez donde el principio. En mi cama, solo y sin aclarar esta maldita situación. Hinata, ella se había vuelto a escapar entre mis dedos, pero… ¡oh, Dios mío!, ese olor… Mi nariz estaba descubriendo en el aire el delicioso aroma que solo Hinata era capaz de crear para el desayuno. Sí, podía oírla abajo en la cocina. Me levanté y descubrí que tenía una camiseta puesta. Yo no duermo con camiseta, no desde que me mudé a este clima tan sofocante. Odio la ropa en la cama. Sí, bueno, los bóxer mantienen las sábanas limpias más tiempo, pero es mi única concesión. Tiré con mi mano “buena” por detrás de mi cuello y arrastré la camiseta fuera de mi cuerpo. Con rapidez, o con la rapidez que podía sin que doliese mi hombro, me metí en unos pantalones y bajé las escaleras. Esta vez no se iba a ir sin aclarar un par de cosas.
Cuando me detuve en el marco de la puerta, ella alzó los ojos, me miró y me dio una pequeña sonrisa.
―¿Zumo?
―Sí, por favor.
Se acercó a la jarra y me sirvió un gran vaso mientras yo me sentaba a su lado en la barra de la cocina. Antes de que me diera cuenta, un plato enorme estaba bajo mi nariz, haciendo que mis entrañas rugieran con fuerza.
―Hay hambre.
―Estoy famélico.
―Entonces come.
Y lo hice, metí toda aquella deliciosa comida dentro de mi necesitado cuerpo, y luego me preparé.
―Tenemos…
―Que hablar, lo sé.
―Eh… Yo, siento lo del otro día, pero… tuve que hacerlo, necesitaba hacerlo.
―De acuerdo. Puedo entenderlo.
―No quiero ser solo tu amigo, Hinata, necesito más. Pero comprendo que tú no estás preparada para ello. Lo de Kiba es muy reciente y no fue agradable, y de todos modos no sé si yo soy lo que buscarías en.…
―Sí.
―… un chico, pero estoy… ¡espera! ¿Has dicho que sí?
―Sí.
―Entonces, ¿me darás una oportunidad?
―Sí.
―Oh, santa Madre de Dios. Tengo que abrazarte, ¿puedo abrazarte y.… y besarte?
―Sí.
Y me lancé como un desesperado por ella, pero me detuve a un centímetro y la apreté contra mi pecho y luego aflojé el abrazo. ¡Mierda!, había olvidado cómo se hacía. Tranquilo, me dije, respira y hazlo como sabes que tiene que hacerse. Tomé una profunda inspiración, la sostuve entre mis brazos y tomé su boca como se merecía ser hecho, con adoración, con pasión y con urgencia, porque maldita sea si iba a llevarlo con calma en aquel momento.