Naruto
Esperar a que alguien llegue, siempre ha sido lo que menos me ha gustado hacer desde niño. Qué le voy a hacer, soy impaciente. Pero en esa ocasión, tenía algo con lo que entretener mi cabeza. Mientras perdía la mirada al otro lado de las puertas de entrada al hospital, no podía dejar de sonreír como un idiota. La tarde anterior habíamos estado charlando, hasta que me quedé dormido, porque es lo que hacen los calmantes cuando hacen efecto, dejarte fuera de juego cuando menos quieres que lo hagan, al menos en mi caso. Ayer tuvimos nuestra primera discusión como pareja, y había ganado ella. ¿Cómo no iba a hacerlo? Yo no quería tomar los calmantes, porque sabía que me tumbarían, y tenía tantas cosas que decir, que preguntar, que escuchar, que tocar, que sentir... Pero ella discutió, protestó, refunfuñó y argumentó, hasta que tomé mi dosis después de comer.
Se recostó a mi lado en la cama, porque no la dejé alejarse. Le tomé de la mano y la sujeté con fuerza, mientras nuestros ojos se hablaban en silencio. Verla era todo lo que necesitaba. Verla y saber que no tenía que esconder lo que sentía por ella. Pero ahora necesitaba recuperar todo el tiempo que había perdido, esperando que estuviese lista. Tenía tantas ganas de ir deprisa que agradecí la inconsciencia.
Tenía que seguir calmado, al menos por un tiempo. Paso a paso, diría mi padre. Roma no se conquistó en un día. ¿Roma fue alguna vez conquistada? Tendría que mirarlo en alguna enciclopedia. Bueno, allí estaba yo, mirando unas enormes puertas de cristal, esperando a que la mujer que consumía mis pensamientos apareciera, y revisando devez en cuando el aparcamiento, intentando descubrir al impresentable por allí otra vez. No me extrañaba que el tipo siguiera obstinado en recuperarla, ella lo merece. Pero ahora que la tengo, no voy a dejar espacio a "una pequeña posibilidad" para él. Se siente. La desgracia de la gente no me agrada, pero la de ese hombre era el mayor regalo que el cielo me había hecho.
La imagen de Hinata apareció desde la zona de los ascensores. Iba charlando con dos personas, una de ellas en una silla de ruedas. ¿Por qué tenían que grabar aquellos anagramas en las puertas? Cuando la apertura automática me regaló la vista completa de Hinata, mi corazón dio un salto. En sus brazos llevaba un pequeño bulto, que a todas luces era un bebé. Sus dedos se deslizaban por la sonrosada carita con devoción, y sus ojos sonreían más que sus labios. Entonces lo supe, era ella. Desear que el bebé que llevaba en sus brazos fuera mío lo decía todo. Mío no, nuestro. Un pequeño Namikaze, con su tenacidad y mi perseverancia, con su compasión y mi impaciencia. Era ella, mi corazón la había reconocido, antes incluso de que yo lo supiera.
Cuando llegué a su lado, pude reconocer unas lágrimas casi secas en sus mejillas.
― ¿Estás bien?
Ella me sonrió y asintió con suavidad. Los dos volvimos la vista hacia el bebé y nos quedamos quietos, hasta que el hombre carraspeó.
―Ejem, bueno, creo que será mejor que los metamos a todos en el coche.
Entonces me di cuenta. La mujer llevaba a dos pequeños, uno en cada brazo, y el hombre llevaba a otro en su brazo izquierdo. De su hombro colgaba una bandolera, cargada hasta los topes de lo que supongo que sea que los bebés necesitan. Recordaba la bolsa de bebé que había visto una vez a mi prima Franccesca. No, aquella bolsa no podría llevar todo lo que necesitaban cuatro bebés. Ni en broma.
―Déjenme que los ayude.
Empujé la silla de ruedas hasta el vehículo junto al que se paró el padre de tanta criatura, y ayudé a trasladar a los bebés y a la mamá hasta los asientos. Hinata tendió a la pequeña, lo supuse por el gorrito rosa en su cabeza, ya que los del resto eran azules, a los brazos de su sonriente papá, y después se paró a mi lado. La mamá estiró la mano hacia Hinata a través de la ventanilla y ella le dio un cariñoso apretón.
―Gracias por todo.
―Fue un placer.
―El placer fue nuestro.
Hinata asintió, y se quedó junto a mí, acurrucada dentro de mi brazo, viendo cómo el auto se alejaba. Escuché cómo sorbía por su nariz y descubrí alguna lágrima más de nuevo en su cara.
―Hacen una bonita familia.
―Sí, la hacen.
―Ella es la niña de la que me hablaste, ¿verdad?
Su cara se iluminó cuando me miró.
―Te acuerdas.
―Pues claro, la has mencionado en más de una ocasión.
Entonces lo entendí, Kiba no prestaba atención cuando Hinata le hablaba de su día en el trabajo.
―Le han puesto mi nombre.
―¿En serio?
―Sí, ¿te lo puedes creer?
―Fuiste su ángel de la guarda, por supuesto que lo creo.
―Es un gran regalo.
La abracé con fuerza y metí mi nariz en su pelo. No, ella era el regalo, y esa pareja lo sabía.
―Bueno, entonces tenemos que celebrarlo. ¿Quieres salir a cenar?
―Mejor te preparo algo rico y te meto en la cama para que duermas.
―No, el doctor me ha cambiado la medicación. La inflamación ha remitido totalmente, y el dolor lo trataré con ibuprofeno solamente, así que... repito, ¿vamos de cena?
―Cualquiera diría que no te gusta cómo cocino.
―Ja, a estas alturas ya sabes que me tienes pillado por el estómago. Es verte ponerte el delantal y me convierto en el perro de Pavlov.
Me giré para que viese mi rostro y no tuviese duda sobre la sinceridad de mis palabras. Como dice mi padre, mirar directamente a los ojos, es una prueba de que no mientes.
―O te llevo a un lugar público, o no podré resistir la tentación.
―Suenas peligroso.
―Quizás porque me siento como un león que no ha comido en días y tú eres una tierna gacela que ha saltado en mi camino.
¿Se está riendo y me está enrollando sus brazos en el cuello? Esto se está poniendo mal, ¿o tal vez no?
―Vamos a ver si me aclaro, vivimos juntos, me recoges y me llevas.al trabajo, eso cuando no me dejas tu coche, me besas sobre la encimera del desayuno y hemos dormido abrazados en tu cama... ¿Y te preocupa ir demasiado rápido?
―¡Dios, sí! No lo estás poniendo mejor enumerando todas esas cosas.
―Eres un cielo.
Genial, sí, lo soy, y por eso voy a morir convertido en un pitufo. Mis genitales ya se estaban empezando a poner azules de tanto contenerme. San Pitufo, bonito título.
Sus manos rodearon mi cara y buscó algo en lo profundo de mis pensamientos, o al menos eso parecía.
―Vamos a ir a casa, me voy a quitar este uniforme sudado y a darme una ducha, y si a esas alturas no has hecho nada al respecto, voy a ir en tu busca y a azotar tu trasero hasta que lo hagas.
―No entiendo.
―Ah, cállate y bésame de una vez. Pero hazlo bien, no quiero solo una probada, quiero el postre entero.
―¡Mierda!
¿Podía haber alguien que me entendiera mejor?, lo dudo. Así que la metí en el coche mientras le devoraba la boca con hambre de más, y tuve que tomar aire para cerrar la puerta, dar la vuelta al auto, y sentarme en el asiento del conductor. Y volví a lo que importaba.