Capítulo nueve | Ataxia de Friederich.

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Eran poco más de las cuatro de la mañana cuando había llegado a casa, algo dolorido y con sueño

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Eran poco más de las cuatro de la mañana cuando había llegado a casa, algo dolorido y con sueño. Guardaba fervientemente la esperanza de que ninguno de mis padres esté despierto, no quería ser regañado tan temprano, no con todo el remolino de emociones dolorosas que me iba ahogando cada vez más.

—¿No crees que es un poco tarde para llegar? —Me congelé al escuchar la voz de mi padre hablándome pausadamente y volteé a encararlo, temeroso.

—No deberías estar despierto a estas horas, papá. —Traté de desviar un poco el tema, pero al notar su penetrante mirada adornada con cierta coloración oscura bajo sus ojo café, supe que no iba a funcionar. Exhalé un fuerte suspiro derrotado y me acerqué al mueble donde estaba, sentándome a su lado—. Perdón, papá. Yo sólo perdí la noción del tiempo, quería olvidar todo por un minuto y se descontroló...por favor, no le cuentes a mamá.

—No lo haré, pero que sea la última vez que llegas a estas horas, ni siquiera avisaste Noah. ¿Te das una idea de lo preocupado que estaba?

—Yo...sí, lo siento. —Me recosté en el cálido hombro de papá—. Perdón por haberte quitado el sueño, hoy cuidaré a mamá y tú puedes dormir ¿Bien? —Él asintió y se apoyó en mi cabeza—. ¿Como está ella? ¿Cómo ha sido hoy?

—Ella ha estado bien, al momento de cenar hizo un pequeño desastre. —El mayor rió un poco—. Derramó su bebida sobre su comida, sus músculos ya se están debilitando cada vez más, pero aún así siguió comiendo, con la bebida y todo. Sabía bien fue lo que dijo y me obligó a hacer lo mismo.

—¿Y qué tal sabía?

—No sabía tan mal para ser sinceros, pero me puso feliz que no se frustara por los continuos síntomas que va presentando. 

—Ella estará bien, es fuerte, papá.

—Lo sé, es sólo que no...nunca pude imaginarme una vida sin ella y ahora me debo obligar a hacerlo. —Las lágrimas que venía acumulando desde que empezamos a hablar salieron silenciosamente, cayendo sobre mis mejillas—. Ve a dormir, hijo.

Me puse de pie, haciéndole caso a mi progenitor y caminé a través de las gastadas paredes del pasillo, dirigiéndome a mi cuarto.  Cuando me recosté en mi cama, sentí unos punzantes dolores. Saqué mi camisa y me miré al espejo, tenía cinco moretones en distintas partes de mi cuerpo. 

Todo había sido una locura, todo.

¿Sabían que el alcohol es como una anestesia para el corazón? Yo no lo sabía, pero lo sentí así. Ahora entiendo porque algunas personas toman tanto, para no sentir...

Han pasado casi tres horas y un susto desde que bebí el primer trago de alcohol y aquella anestesia había desaparecido, se había ido. Ahora estaba de pie frente a un color verde gastado de mi habitación, con algunas grietas que reflejaban las que habían en mi corazón y en el de mi familia, sobre todo en el de papá.

Buscando lo inolvidable. ✔ [EDITANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora