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Elisabeth Jones

«¿Alguna vez le has temido a la muerte?».

La muerte jamás fue una preocupación real para mí. Nunca he visto el final de todo como algo malo, sino, más bien, como el principio de una enorme liberación. Aunque también entiendo que si los culpables de mi dolor no me matan, mis propios demonios lo harán.

Existen diversas formas de ver la muerte: para algunos es un castigo; para otros, puede ser un hermoso regalo, y para otros tantos es una salida. Una escapatoria, la meta final del dolor y el sufrimiento. La última es mi favorita.

«Entonces, ¿no le temes?».

No. No le temo a lo que más anhelo, eso sería poco lógico. En verdad la quiero, quiero a la muerte. Aunque esta se ha llevado a una persona especial para mí, también me ha salvado de otras no tan buenas. Ejemplo insólito: Mónica Jones. Pero puedo decir a lo que más le temo, y es a la vida misma. Esta siempre me ha odiado, me ha dado razones para añorar el fin de la mía y retirarme de este plano mortal.

No le temo a la muerte, porque después de esta ya no hay nada, por lo que las preocupaciones son nulas. En cambio, la vida está llena de estas, tanto que logra saturar a la mayoría de las personas; y es ahí cuando empezamos a querer la muerte.

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El agua helada me produce cierta paz, frotó los ojos y luego el rostro entero. Al verme en el espejo, puede ver a una joven con los ojos totalmente hinchados, labios pálidos y quebradizos, y unas enormes bolsas negras que cargaban sus ojos bicolor. Ese era el rostro de alguien que lloró por horas hasta quedarse dormida y pudo conseguir algo de paz, aunque solo fuese por algunas horas. Esa era yo.

Al terminar de ducharme, siento cada músculo de mi cuerpo contraerse por la tensión. No podía evitar pensar en lo sucedió. El rostro de Daniel viene a mi mente y provoca que unos terribles escalofríos recorran por completo mi espalda.

Termino de vestirme con ropa de dormir, noto que mi reloj de mesa marca las 8:20 p.m, por lo que había dormido bastante. Hacía días que no podía conciliar el sueño por las repentinas pesadillas.

Aún con mis rodillas temblando por la leve ansiedad que todavía seguía en mi cuerpo, salgo de mi habitación y, poco a poco, camino hasta llegar al principio de las escaleras y me ayudo a recobrar el equilibrio con la pared. En el mismo momento en que apoyo mi pie descalzo en la madera fina, una voz desagradablemente familiar resuena por toda la casa hasta llegar a mis oídos, lo que provoca que mis temblores se detengan por el mismo miedo y terror.

—Siento que has crecido mucho, pequeña Isa...

No necesito escuchar nada más para olvidarme de mi miedo e ir corriendo escaleras abajo hasta llegar a la sala de estar, en donde me encuentro con una imagen espeluznante.

—¡Elisabeth! ¿Qué haces aquí? El doctor ha dicho que tienes que estar recostada...

Isabella se apresura a llegar hacia mí, me toma de los hombros y me escanea de pies a cabeza para encontrar algo malo en mí, pero mis ojos se encontraban fijos en dos demonios que estaban detrás de mi gemela. Los ojos grises y azules se mezclaban entre ellos y creaban un monstruo tan horrible que me sostuve de los brazos de Isabella para no caerme al suelo.

Ambos sonreían cínicamente, con una postura de superioridad y unos ojos llenos de una lujuria enfermiza; trajes de marca que parecían hechos a medida para dos demonios asquerosos. El miedo que provocan esas dos personas juntas en mi cuerpo es monumental, ya casi había perdido la costumbre de sentir todo aquello.

—¿Te encuentras bien, niña Liz? —Reacciono por la voz de Daniel, aparto mis ojos de ellos dos y me concentro totalmente en Isabella. Ignoro sus palabras.

—¿Qué haces vestida así, Isabella? —Ahora es mi turno de escanear su delgado cuerpo.

El vestido color celeste claro cae lisamente por su cuerpo, en su abdomen tiene una tela casi transparente con pequeñas flores y algo de brillo, su cabello atado en un bajo moño con una corona de flores blancas le agrega ese toque tan elegante que tanto le favorecía a su pequeño y delgado cuerpo.

Usa poco maquillaje, y deja ver lo naturalmente hermoso que es su bello rostro; aún me pregunto cuáles eran aquellas imperfecciones que ella misma veía, ya que, hablando físicamente, Isabella Jones era hermosa.

—B-bueno, iré a la fiesta. Quería verme decente —murmura avergonzada, pronto empieza a alisar su vestido, y sus ojos ya comienzan a perder la seguridad que poco a poco tenía en ella.

—Te ves hermosa. —Apresuro a decirle y detengo sus dudas mentales.

Adam carraspea antes de hablar.

—Sí, lo está...

Clavo mis ojos en los de él por aquel extraño tono de voz. Era totalmente repugnante.

—¿Elisabeth, tú no irás a la fiesta? —Ahora es Daniel quien capta mi atención. Lo observo, analizo, y vuelvo a pensar.

Su semblante divertido, la sonrisa amable, el cabello engomado y un leve rastro de barba de algunos días. En serio que su rostro marcado era repugnante, pero más lo era aquella extraña seguridad que tenía en esos momentos.

—Ella ha tenido un accidente, por lo que se tiene que quedar en casa —aclara Adam con tono de decepción, pero intentando reprimir una sonrisa.

—Es una pena, te tendrás que quedar sola, y dejarás sola a Isa... —Concuerda Daniel con el mismo tono que Adam.

Isabella me toma del brazo y me hace volver al mundo cruel y real—. Si te sientes muy mal, me quedaré contigo...

—No te preocupes, estaré bien. Es mejor que se vayan, no querrán llegar tarde.

Me aparto de Isabella y miro por última vez a los peores demonios que conozco. Intento adivinar lo que estos dos están preparando, aunque es claro que no era nada bueno, tengo que estar preparada.

No por mí, siento que esta vez querrán implicar a Isabella en sus macabros juegos y eso no se los voy a permitir. Jamás les dejaría hacer aquella atrocidad, y ahora que Mónica no se encontraba para frenar sus delirios, tendría que buscar una manera para poder hacerlo yo misma.

Daniel y Adam comparten una última mirada, se sonríen con victoria, es ciertamente espeluznante; pero, luego de despedirse, se van fuera de la casa. Isabella tarda un poco más, ya que se encarga de recordarme que no salga y la llame si me encuentro en problemas. Lo cual es irónico, ya que yo tendría que advertirle que se aleje de esas dos personas que caminaban tan a gusto por la puerta. Mi vida es una completa ironía.

La puerta se cierra tras Isabella, aguardo algunos minutos hasta confirmar que todos se fueron y, tan pronto como reviso por la ventana, corro escalera arriba, tomo mi celular y marco un número que no tengo agendado, pero sé muy bien de quien es. Lo pienso tres veces antes de presionar el botón verde, pero mis opciones son limitadas y este bastardo por fin me serviría de algo. La espera es corta, como si él ya supiera que lo llamaría y eso es mucho más desagradable.

—Admito que es toda una sorpresa esta llamada, Beth...

—Iremos a la fiesta de las empresas, tienes treinta minutos para venir a buscarme.

—Bueno, veras...

—No es una pregunta. Ven ahora mismo. —Sin esperar la respuesta de Austin, corto la llamada y cierro los ojos con fuerza.

CULPABLE | COMPLETA ✔️ (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora