2.

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Hinata a veces pensaba que la suerte la odiaba. O si no era eso, tal vez había alguna clase de ser divino allá arriba, o en otra realidad capaz de manipular sus deseos, acciones y cosas que podían pasarle en la vida. No sonaba loco, pero si era cierta su teoría, entonces se moría por conocer a ese ser divino y darle una paliza.

No es que ella fuera alguien violenta, pero habían días donde realmente deseaba meter la cabeza en un río y ahogarse para siempre. Tal vez la presión académica que se auto imponía si era tan autodestructiva como había llegado a oír. Como sea, prefería echarle la culpa la suerte. Y es que no, no era el hecho de que no era la hija favorita (su hermana menor, Hanabi, lo era), tampoco el de que tenía unas inmensas ganas de romper su celular por no haber sonado la alarma, ni siquiera el que tenía 18 años y aún debía ir a pie a la escuela y por eso había llegado apestando y sudorosa a clases esa mañana, de tanto correr por las calles para no llegar tarde; mucho menos el que ese día los profesores se hayan encargado de torturarla, usándola como ejemplo para resolver cada ejercicio de pizarra u hacer demostraciones. No había podido responder una pregunta durante la clase de literatura, y eso era donde mejor le iba. Y ahora sentía que había decepcionado para siempre a su profesor favorito.

No, nada de eso.

La suerte o Dios la detestaban, porque indudablemente ahora la fuerte lluvia que parecía tratar de inundar esa parte de la ciudad de Konoha, justo en la zona donde se ubicaba su escuela, ya era, definitivamente, una señal para ella y algo personal. Tal vez en su anterior vida atropelló a un gatito u algo así. Sea lo que sea, ella estaba sufriendo ahora.

Su descripción gráfica de cuando piso su casa esa tarde era la de: empapada hasta el alma. Podía sacarse uno de los calcetines que cargaba puesto ahora, y rellenar un vaso entero con agua de lo que escurriera de su media. Suspiró mientras entraba y dejaba caer su húmeda mochila a un lado en la estancia. No se preocupó de mojar el suelo en su camino hacia la habitación, estaba tan agotada que hubiera tomado una siesta ahí mismo en la entrada, después de todo nadie estaba en casa para reprenderla. Sus padres eran abogados demasiado ocupados, y su hermana tenía más vida social y activa que ella (y no, no le molestaba en absoluto admitirlo), así que debía de estar disfrutando la tarde en casa de uno de sus tantos amigos. En conclusión, Hinata era libre de morirse en las escaleras si quisiera, los pies la estaban matando.

— ¡Qué día de mierda!

Gritó y un segundo después comenzó a murmurar un montón de maldiciones más, apenas audibles hasta para sí misma, mientras se jalonaba el pelo y caminaba hacia delante; y sinceramente eso era lo más lindo y descriptivo a la vez que podía decir y hacer en esos momentos. Fue lo primero que salió de su boca cuando abrió la puerta de su habitación, y no lo pensó realmente. Y absolutamente se arrepintió apenas un segundo después de haber hecho todo eso.

Hinata no se consideraba bonita con exactitud, pero tampoco fea. Estando en condiciones normales, es decir seca y no empapada, se consideraba un solido siete, y si se enfocaba definitivamente en su imagen tal vez llegaría a un nueve. Sin embargo tras treinta minutos corriendo bajo furiosas gotas de agua que habían dejado su cabello hecho un remolino, su uniforme fusionado a su piel como una clase de extraña masa, ya de por si teniendo su aspecto demacrado y con ojeras desde la mañana debido a la falta de sueño; Hinata no estaba exactamente presentable para lo que estaba ocurriendo.

Su ventana estaba abierta, no era un vecindario peligroso y le gustaba que entrara algo de corriente fresca por la noche, y las cortinas estaban corridas de par en par. Se había estado mojando la madera de su escritorio y algunas hojas que tenía encima, pero en ese momento, eso fue lo último que podía haberle importado a Hinata. La ventana, esa que también tenía una buena y amplia vista a la de su vecino, y que por igual se hallaban una frente a la otra; se había convertido en su más grande enemiga en ese momento. Le había traicionado, pues se dio cuenta muy tarde, cuando ya había dejado parte de su ira salir, al terminar de acercarse a su escritorio y alzar la mirada. Al parecer, su grito inicial había llamado la atención del mismísimo Naruto Uzumaki, que había estado fumando sobre el marco de su ventana, y lo que era peor aún, parece que había visto el resto de su pequeño berrinche también.

Fue una vergüenza total cuando ambos toparon miradas, y notó la clara forma en la que su vecino parecía estar conteniéndose de expulsar una risa en ese mismo momento sobre su cara, peor aún cuando Hinata cayó en cuenta de que su aspecto era el de un trapeador andante y furioso. El rojo no tardó en cubrir sus mejillas y orejas, y haciendo lo que su cuerpo se ordenó hacer solo (ya que su mente se nubló), se dio media vuelta. Así es, ella caminó de regreso a la velocidad de la luz, con una expresión en blanco y cerró la puerta de su habitación con un estruendo, para a continuación salir corriendo hacia el cuarto de sus padres a gritar en una almohada por la humillación.

Definitivamente, encontraría al Dios que le estaba haciendo esto y lo haría sufrir por ser un desgraciado con ella.

Y ese día, no se atrevió a pararse frente a su ventana durante el resto de la tarde.

Odiaba al universo y sus leyes.

Hey, vecino [Naruhina] En edición Donde viven las historias. Descúbrelo ahora