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Era jueves por la tarde y el sol estaba normal sobre su órbita. No había sido un gran día pero Hinata no se quejaba. No había pasado nada emocionante, tampoco algo fatídico. Era un día tan normal como cualquier otro y eso, era algo decepcionante para una estudiante de último año de secundaria a decir verdad.

Hinata oficialmente tenía los meses contados para graduarse e ir a la universidad. Al contrario de su hermana menor que aún tenía años de adolescencia normal por delante, y por lo tanto, menos obligaciones también. Hinata en cambio, sentía que ya había alcanzado el punto más exhausto de su vida a los dieciocho, y definitivamente no sabía cómo haría para manejar el resto una vez que debiese lidiar con los asuntos de un "adulto independiente", si justo ahora habían días donde pensaba en saltar por un puente era la mejor opción para el futuro. Tenía más estudios y trabajos encima que cualquiera, y lamentablemente la validación académica era parte de su personalidad, así que tenía además un promedio que deseaba mantener a toda costa. Y no era fácil, pues la educación en su colegio era algo más estricta y forzosa que entre otros, conocida por ser una escuela donde los profesores habían sido considerados los mejores en su área, y la mayoría de los estudiantes se graduaban con calificaciones excelentes. Hinata estaba en esa clase de escuela que sus padres podían aportar debido a sus grandes puestos de trabajo, y siempre había sido algo competitiva de por sí, así que era hacerlo todo bien o nada. Aunque eso implicara terminar destruida, con ojeras tan grandes como los de un mapache, definitivamente con lágrimas de frustración de por medio, cansancio indefinido, y odiando a casi todos los profesores existentes sobre la faz de la tierra por hacerla sufrir con tanta tarea, y exámenes, como si no tuvieran algo mejor que hacer en la vida además de torturar a sus alumnos porque ellos no tienen control de nada a su alrededor.

Tomó una gran bocanada de aire mental para calmarse. Esos últimos pensamientos habían sido muy intensos.

Así que, en conclusión, técnicamente había sido un mañana tranquila y común, sometida a prestar atención a varias clases que eran tanto, como no, de su agrado; luego pasando un largo almuerzo en medio de una discusión entre sus dos mejores amigos acerca de cualquier cosa en realidad, hasta finalmente sobrevivir las últimas horas de clase a duras penas, y que por fin la hora de ser libre llegara. Sinceramente sintió la rutina más pesada que otros días, aunque nada había cambiado en realidad. Tal vez la razón era porque tenía que hacer esto de lunes a viernes, y su estado mental le estaba exigiendo unas vacaciones urgentes. Probablemente era tiempo de hacerle un poco de caso, al llegar a casa haría todo lo posible por pasar una tarde relajante consigo misma. Dormir, hacerse las uñas de los pies mientras escuchaba casos seriales en YouTube desde su televisor, etc; todo con tal de que la ayudase a bajar la tensión en sus hombros.

Así que se hallaba caminando de vuelta a su hogar, con una pila nueva de libros sobre su espalda (había venido de la librería) y los cuadernos de siempre, que obviamente contenían tarea escolar, pero lo dejaría para más tarde u otro día. Usualmente adelantaba, pero ya había decidido que ese día iba a descansar. Sostenía en su mano derecha un cono de vainilla que se había comprado en el camino y apenas iba por la mitad. Su paso no era ni lento ni rápido, hacía sol pero no tanto como para terminar deshidratado u asándose como chancho al horno, y hoy no había tanta prisa para llegar a casa, ya que Hanabi, su hermana menor, había dicho que prepararía el almuerzo ella misma esa tarde, y Hinata le agradeció aquello de corazón. Uno de sus más grandes defectos, aparte del constante desorden en su habitación, y que probablemente nunca se iba a molestar en mejorar, era que aún no sabía cocinar. Y no le daba pena admitir su temor inminente a la estufa, después de todo ella era la que se encargaba de matar a los bichos en casa a diario. Y es que, que cocinar no fuese su fuerte no era la gran cosa, si ella era quien salvaba a sus padres de sufrir un colapso mental cada vez que una cucaracha aparecía ante sus ojos.

Hey, vecino [Naruhina] En edición Donde viven las historias. Descúbrelo ahora