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Ese día Naruto sintió el frío soplido de la muerte misma en su espalda. O bueno, tal vez sólo estaba exagerando. Pero debía admitirlo, él solito se había puesto la soga al cuello esta vez.

Dios, ¿Por qué diablos le pasaba esto a él?

— ¡Tú, mocoso del carajo! — Su oreja fue tomada por sorpresa, parecía que intentaban arrancársela fuera de su cuerpo. Comenzó a quejarse de dolor, pero eso le importaba un bledo a la persona que lo estaba jalando.

Algo de nostalgia le vino a la cabeza, recordando que cuando niño eso sí que dolía como un demonio (y era completamente igual ahora, solo que era más capaz de retener lágrima que en ese entonces). Aún así, allí se hallaba él, prácticamente indefenso ante cualquier movimiento. Era increíble, e irónico a la vez. Naruto había pasado tres años de la secundaria metido en peleas, y desde entonces,  había alcanzado el metro ochenta y ganado masa muscular, y sin embargo, a sus veintiún años, aún seguía perdiendo contra la misma y única persona, a la que no podía mostrar ningún signo de ataque, porque sino, las cosas se pondrían aun peor.

Debía ser una jodida broma lo que estaba reviviendo.

— ¡Ahh! — gritó, tratando de sostener su oreja, y que no se la jalaran más, o definitivamente sí se iba a quedar sin escuchar de un lado. Buscó ayuda con la mirada, y aunque había otra persona más en el lugar, digamos que era lo mismo que no tener nada. Naruto quiso rodar los ojos, pero apretaron mas el agarre y comenzó a quejarse de nuevo — ¡Ya! Dije que lo sentía, fue un accidente.

— ¿¡Cómo se te ocurre dejarnos esperando!?

A estas alturas, Naruto solo quería imaginar que todo era un sueño y él seguía descansando en su cómoda cama.

— ¡Ya dije, que no fue a propósito! — exclamó, tratando en contener su furia, pero era claro por el tono de voz de que comenzaba a ser algo altanero.

— Está vez te arrancaré la oreja. — le informaron.

— ¡Que no! —

Naruto vio a su madre, entre enojado y cansado. Pero, ella, solo parecía estar tan furiosa como un perro rabioso lo podía estar con él.

Por esta y mil razones más, era que Naruto odiaba las visitas de sus padres a Konoha. Definitivamente no la pasaba tan bien. Y esta vez, habían empezado con el pie izquierdo. Había olvidado poner la alarma para ir a recogerlos al aeropuerto. Sí, era un idiota, pero no lo había hecho a propósito. Su madre por otro lado, parecía empeñada en confirmar lo contrario. Y vale, admitía que aún tenía ciertos rencores de la infancia hacia sus padres, pero jamás en la vida se atrevería a dejarles en un aeropuerto a la deriva, y luego hacerlos pagar un taxi carísimo hasta la casa. Era simplemente absurdo.

Sin embargo, nuevamente olvidaba que su madre podía ser absurda. Naruto deseó entonces desnucarse o algo. No quería lidiar con sus padres.

— Ya, ya, Kushina — su padre, Minato, llamó a su madre, que volteó a verle con furia pura impregnada en los ojos. Pero su padre no pareció inmutarse, y Naruto supuso que era porque llevaba años de experiencia en esto —. Deja al chico. Ya estamos aquí, y fue un largo viaje. Mejor entremos y acomodemos las moletas de una vez

Naruto miró hacia la larga y pelirroja cabellera de su madre, como estaba viendo a su padre, no podía ver que clase de rostro estaba poniendo, o si iba a ceder o no. A este punto daba igual, porque Naruto, oficialmente había dejado de sentir su propia oreja varios segundos atrás. Pero, aún así, le gustaría entrar en vez de estar haciendo todo ese espectáculo en la puerta de su casa. Ya se imaginaba lo que dirían por semanas algunas de las viejas chismosas que vivían cerca. Sin embargo, afortunadamente, pareció que su madre finalmente decidió rendirse, no sin antes darle una última jalada e ingresar a la sala como si nada.

Hey, vecino [Naruhina] En edición Donde viven las historias. Descúbrelo ahora