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Hinata comenzó a sentirse extraña alrededor de las 11 de la noche, y sabía exactamente por qué.

— Hinata, por favor pon los cubiertos en la mesa y los individuales —  escuchó a su madre decir desde la cocina.

— Esta bien.

Y dicho esto, bajo una suave melodía de guitarras reproduciéndose desde el televisor de la sala, Hinata se dirigió a hacer lo pedido, en un vago trance de pensamientos que la mantenía en funcionamiento automático.

Se sentía levemente ansiosa, tal vez algo melancólica. Era entendible si consideraba las fechas. Todos se ponían un poco sentimentales, especialmente si estaban a menos de una hora de que se acabe el año. Pero no era solo eso. Sabía que no era más que solo un sentimentalismo pasajero, sino más bien, la sensación de añoranza. Y conocía la razón: su estúpido vecino, que justo ahora debía estar en casa de los Uchiha celebrando abiertamente las festividades. Hinata había fingido neutralidad cuando Naruto le informó que pasaría las fiestas allá, cuando en realidad, quería admitir que se encontró así misma decepcionada con aquello, pues había querido invitarlo a pasar con ella. Pero aparentemente se le habían adelantado. Y con lo alegre y relajado que se había mostrado su novio al comentarle sobre la invitación, Hinata no había tenido ni siquiera el valor para decirle que ella también lo habría querido con ella en casa. Qué se le iba a hacer. Ella tenía que pasar en casa con sus padres y su hermana, que finalmente habían decidido disfrutar la velada de forma más íntima como familia.

— Hija, ¿Quieres probar vino? — su padre la llamó desde su puesto.

Hinata lo miró y con una pequeña sonrisa asintió. El hombre llevaba ya dos horas sentado frente a la tele degustando copas de vino, mientras ponía música a su elección y aguardaba pacientemente a la hora de comer. Mientras Hinata robaba una copa de la cocina y luego se la tendía a su padre para que este la llenara por ella, pudo darse cuenta el estado tan pacífico en el que se hallaba el hogar, a pesar de que afuera habían niños jugando y personas con música a lo alto. Parecía que todos esperaban felices el comienzo de su año, y bueno, eso la reconfortaba un poco sin querer.

— Siéntate conmigo, este cantante es muy bueno — le indicó Hiashi, señalando el espacio conjunto a él, y a lo cual Hinata obedeció. Se sentó y buscando un poco más de paz, recostó la cabeza contra el hombro cálido de su padre, quien enseguida envolvió su brazo alrededor de su hija y comenzó a hablar y hablar.

Era una escena cálida y amable sin duda. Hinata aún así no podía dejar de divagar, pero esas eran las maravillas de sentirte al menos en un lugar seguro. Se dejó ir entonces. Su madre debía estar terminando los últimos detalles de la cena y pronto subiría a arreglarse, mientras su hermana debía estar arriba pegada a su teléfono, completamente ajena a todo hasta que la llamasen. Hinata decidió al menos relajarse con el calor familiar.

Mientras tanto, al otro lado de la ciudad, en una masión y vestido en traje semi-formal, estaba Naruto, quien se sentía levemente incómodo en ese momento. Parado junto a la mesa de bocadillos y embullendo su tercera bolita de coco, comenzaba a preguntarse porqué aceptó en venir a la fiesta de fin de año de los Uchiha en primer lugar. Había pensado que sería una buena idea, al principio; después de todo Sasuke estaba algo deprimido y no le vendría mal algo de apoyo, además del hecho de que siempre se había sentido bienvenido en la mansión Uchiha. Pensó que era un negocio bueno. No contó con que venir a un evento organizado por la familia de su mejor amigo, también implicaba sus formalidades y etiquetas, así como gente extraña a la que jamás había visto en su vida y un ambiente refinado que comenzaba a ponerle medianamente tímido. Se sentía como un jodido cactus en medio de un jardín entero de rosas.

La invitación había dicho semi-formal, y aunque se podía decir que todos habían hecho caso, Naruto podía notar la diferencia de marca entre sus vestimentas y las de los otros; parecían ser además un círculo cerrado ya que la mayoría de cosas que hablaban parecía ser información difícil de entender a no ser que entendieras el contexto previo, la mayoría  parecía rozar la edad de 35 para arriba, estar casados o jubilados, y los más pequeños debían tener de doce para abajo y se podía ver a kilómetros que estaban aburridos, deseosos de hallar alguna distracción sin ser regañados en el proceso.

Hey, vecino [Naruhina] En edición Donde viven las historias. Descúbrelo ahora