Su Tía siempre le había dicho que tenía los ojos más bonitos que jamás hubiera visto, noche tras noche ella describía que en sus pupilas tenía escondido el color verde. El color de la vida, siempre rezaba.
Que si no era el color de una pradera recién brotada, era el color de las hojas de los árboles durante el verano y la primavera, o el color de una esmeralda, que se según ella, eran una de las piedras más preciosas que habitaba la tierra.
Él se creía todas y cada una de esas descripciones, y aunque nunca haya podido ver ni las praderas, ni los árboles ni las hojas, ni siquiera el color verde, gracias a su mamá podía llegar a hacerse una idea no solamente de ellos, sino del mundo.
Su ceguera era algo que le había impedido conocer el mundo como cualquier persona lo hace, pero a Peter nunca le representó una dificultad más allá de lo obvio.
Su pequeña familia, su Tía, lo mimo desde el momento en que llego a sus brazos, luego del accidente en que sus padres perdieron la vida, él se salvó pero los doctores supieron que jamás sería capaz de ver la luz del sol, o el brillo de la luna. Qué jamás sería capaz de presenciar algo tan simple como un amanecer o atardecer.
Pero Peter le había peleado a la vida, la había tomado con sus pequeñas manitos y estrujado bajo sus deditos, sin dejar que nada ni nadie se interpusieran entre él y sus fervientes deseos de vivir.
Aprendió a moverse, con su pequeño bastoncito blanco y de punta negra al momento de salir de la confortabilidad de su hogar, y su tía se ahogaba en orgullo con cada 'yo puedo, may ' y aunque su instinto materno luchaba en su interior por hacerle la vida más sencilla, lo dejo. Dejó ser a ese nene con rulitos que caían armoniosamente por su carita de piel suave.
Con el paso de los años, se convirtió en un joven independiente y con un corazón de oro, pero se había visto truncado por un fatídico accidente que marcó un antes y un después en su vida; la muerte de su única familia, su tía, debido a un accidente automovilístico por un conductor borracho, en una noche de verano.
De la noche a la mañana, Peter Parker se encontró en la soledad absoluta de la vida, la misma que le había quitado la vista, ahora se llevaba aquello que más amaba y toda esa seguridad que supo emanar algún día, quedó guardada tras un caparazón, duro e impenetrable.
Las calles ahora no se sentían iguales a pesar de haberlas recorrido prácticamente toda su vida y luego de meses en su casa y de un arduo proceso de aceptación, se prometió a sí mismo no dejar que nada lo intimidara y que volvería a ser él por ellos, por sus padres, por su tía. O al menos eso intentaría.
Estaba ahora caminando por la multitudinaria calle de un barrio de Brooklyn, con el calor del sol pegándole justo en la cara, sentía el metal de sus anteojos elevar la temperatura en su rostro, escuchaba el ruido de la muchedumbre a su alrededor pero su atención estaba por completo en el ruidito que hacía el metal de su bastón contra el cemento del piso, y es que cada golpecito iba acompañado con el cuidado de no golpear ni chocar con nadie en su camino.
El sonido que indicaba el paso para peatones le indicaba, como siempre, que estaba listo para cruzar esa avenida.
Vestía una remera blanca con un estampado de un teorema de Pitágoras, un saquito azul que su Tía le había regalado el año anterior, el día que cumplió 23 años, y un vaquero azul oscuro.
La combinación era toda obra suya, y se sentía orgulloso de ello.
Había puesto a penas un pie en el asfalto y todo sucedió tan rápido. Un ruido, un grito y un tirón hacia atrás, un coro de asombro a su alrededor.
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𝔸𝕟𝕥𝕠𝕝𝕠𝕘𝕚𝕒 𝕊𝕥𝕒𝕣𝕜𝕖𝕣 «𝕀𝕝𝕝𝕦𝕤𝕚𝕠𝕟 »
Hayran Kurgu𝘙𝘦𝘤𝘰𝘱𝘪𝘭𝘢𝘤𝘪𝘰𝘯 𝘥𝘦 𝘖𝘯𝘦 𝘚𝘩𝘰𝘵𝘴 𝘚𝘵𝘢𝘳𝘬𝘦𝘳 𝘺 𝘙𝘰𝘮𝘩𝘰𝘸𝘯𝘦𝘺.