La magia de dos cuerpos

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El recorrido en el auto lo hicieron en silencio, pero tomados de la mano, él le acariciaba con su dedo pulgar el dorso de la mano y ella reposaba su cabeza en el fuerte brazo del joven. Cualquiera que los viera hubiese opinado que era una pareja consolidada de varios años, pero no, y eso era algo que a la muchacha no dejaba de sorprenderla, la gran confianza que se había generado entre ellos a pesar del corto tiempo que hacía que se conocían. Antes de llegar al departamento el besó de forma muy delicada la coronilla de la chica, la cual aún reposaba sobre su brazo.

Bajaron del auto, Facundo intentó pagar, pero ella se negó rotundamente. Caminaron abrazados hasta la puerta del edificio, el guardia en cuanto la identificó abrió la puerta para evitar que ella tenga que buscar las llaves en su cartera, agradecieron el gesto y se direccionaron hacia el ascensor. Una vez la puerta se terminó de cerrar, Facundo cortó la distancia que lo separaba de la boca de ella, el beso no era delicado, era un beso cargado de deseo, de ganas reprimidas durante toda la noche, un beso de anticipo a lo que se avecinaba.

Se separaron cuando la puerta estuvo nuevamente abierta, salieron tomados de la mano, y ella con la que aún tenía libre revolvió en su cartera para tomar las llaves, mientras él le besaba el cuello y la nuca, haciendo que una corriente eléctrica la recorriera toda la columna vertebral. Al entrar al departamento, se separaron unos segundos en donde él aprovechó a sacarse la campera y ella le dijo que tenía que pasar al baño.

Atenea una vez dentro se sacó el corpiño de silicona que llevaba puesto y lo escondió en el armario de las toallas, ya que no le parecía muy elegante que el joven entre y se encuentre con el sostén adhesivo que se suele utilizar cuando la prenda deja al descubierto la espalda. Se lavó los dientes y se higienizó. Al salir del cuarto de baño, él la estaba esperando en el comedor y le pidió permiso para también pasar al baño. El tiempo que se tomó el joven fue menor al de Atenea y cuando salió la encontró tomando un vaso de agua frente al ventanal.

Caminó hasta ella y la abrazo por detrás, pasando los brazos por la cintura de la rubia. Inmediatamente Atenea sintió que sus pezones reaccionaban al contacto con el joven, los cuales quedaron expuestos a través de la tela negra, ya que no llevaba corpiño. La giró suavemente para quedar frente a ella, se tomó unos segundos para verla directo a los ojos y comenzó a besarla, esta vez los besos eran delicados pero cargados de pasión. Ella se separó delicadamente de él y tomándolo de la mano lo guió hasta la habitación.

La única luz que prendió era la de una lampara de sal que le daba un matiz tenue y cálido al ambiente. Sin decir una palabra Facundo se sentó en la cama, sin apartar la vista de Atenea. Ella comenzó a desabrochar la camisa del joven mientras depositaba pequeños besos en su rostro. Él ya sin la camisa, llevó ambos brazos a la cintura de la muchacha, la cual estaba parada delante suyo, desde el punto donde se encontraban estacionadas las manos, comenzó a descender, contorneando la silueta. La respiración de ambos había ido en aumento, al posar las manos en los glúteos de la joven, levantó la vista como buscando la aprobación para continuar lo que estaban haciendo, al encontrarse con los ojos azules y la boca entreabierta de Atenea, esta le hizo un gesto de aprobación y bajó las manos hasta el borde inferior del vestido, aferrándose fuerte de él y levantando lentamente la tela. Lo primero que quedó al descubierto fue la bombacha de encaje negra que llevaba puesta la joven, el detuvo la acción para sentarla a horcajadas sobre él y una vez asi continuar con la expedición.

El ascenso llegó hasta los pechos de Atenea, momento en el cual Facundo buscó la boca de la chica para besarla con pasión contenida. Mientras el beso continuaba en plena expansión, el vestido continuó subiendo, haciendo que deban separarse por unos segundos para poder retirarlo del todo. El joven la abrazó logrando que los cuerpos queden pegados, podían sentirse los corazones acelerados de ambos. Sin requerir mucho esfuerzo, Facundo levantó a la muchacha para recostarla sobre el colchón. Comenzando a recorrerla con su boca, depositando pequeños besos desde el cuello hasta el abdomen de la rubia. Subió hasta uno de los pechos con la boca y comenzó a besarlo delicadamente, mientras que con una de las manos acariciaba el que quedaba libre. Los gemidos no tardaron en llegar, la mente de Atenea se encontraba inmersa en un viaje de pasión, con los ojos cerrados buscó con sus manos la cabeza del joven y entrelazó los dedos en los cabellos castaños de Facundo.

Pasaron unos minutos hasta que la muchacha sintió que su cuerpo quería más, por lo que llevó las manos hasta el cinto de Facundo y se dispuso a quitarlo, una vez fuera el cinto y el pantalón, solo quedaba el bóxer. Con escasa velocidad lo retiró quedando él completamente desnudo. Ella retiró la única prenda que le quedaba, sacó de la mesa de luz un paquete de profiláctico y se lo entregó.

Se recostaron besándose, se exploraban con todos los sentidos, y se dejaron llevar a lo más profundo guiados por los deseos de ambos. Atenea se colocó encima de él, con su mano se ayudó para introducir el miembro de Facundo en la vagina. Se mantuvo con los ojos cerrados los instantes que tardó su cuerpo en adaptarse, para luego dar lugar al movimiento de la pasión. El joven la observaba atónito, estaba deslumbrado con tanta sensualidad que emanaba la mujer con la que estaba haciendo el amor, no podía dejar de tocarla, sentía que nunca su cuerpo y su ser habían disfrutado tanto.

La habitación se llenó de sonidos mágicos, gemidos, suspiros, y respiraciones agitadas era la música que llenaba el lugar. La cima del éxtasis se aproximaba para Atenea que clavó sus uñas en los pectorales del joven y una fuerza interna la hizo dejar caer su cabeza hacia atrás mientras se mordía el labio inferior, la corriente la atravesó desde su bajo vientre hasta la nuca. La escena del orgasmo de Atenea fue suficiente para que Facundo también obtenga el suyo, presionando con fuerza las caderas de la chica, las cuales estaban sostenidas por sus manos, y regalándole a la rubia un imponente gemido.

Inmediatamente el joven deportista la buscó para abrazarla, necesitaba tenerla junto a él, respirar el aroma que emanaba el cuerpo de ella luego de tanta pasión. Y asi quedaron, sin apurar el momento, disfrutando de la paz y la tranquilidad que se brindaban entre ellos.

No hay edadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora