Sentía que se le estaba partiendo el alma en dos, Facundo se había dormido profundamente luego de la sesión de sexo que acababan de tener, ella en cambio, no podía dormir, lo contemplaba mientras ahogaba los sollozos con su mano. Se lo veía con tanta calma, con tanto brillo propio de la edad, ella no estaba dispuesta a arruinarle todos los proyectos con los que él había llegado. Dadas las propuestas que había tenido en sólo tres semanas, seguramente luego de los Juegos Olímpicos, la opción mas sensata para él era quedarse en Buenos Aires.
Por la mañana del sábado tendría que hablar con él, inventarle una excusa de por qué no podían estar mas y pedirle que continúe con su vida. Se tocó la panza como para sacar fuerza de ese pequeño cúmulo de vida que se alojaba dentro de ella. Cerró los ojos y se imaginó que ojalá su hijo o hija se parezca a él. Y así se durmió, pensando que de esa forma siempre podría sentirlo cerca.
Facundo despertó primero que ella lo que era normal, ya que Atenea no se había dormido hasta aproximadamente las tres de la mañana. El joven la despertó besándole el cuello, cuando se percató que la rubia ya estaba despierta. Comenzó un recorrido descendente, mientras con sus manos se deshacía del pijama de su novia, con la boca buscaba los pezones. La mujer por primera vez frente a ese contacto sintió un cambio en su cuerpo, tenía los pechos extremadamente sensibles, no era doloroso, pero si un tanto molesto, sin embargo, no quería frenarlo, no encontraba una excusa. Afortunadamente él dejó sus pechos y continuó descendiendo, comenzó a realizarse sexo oral y ella se entregó al placer, se olvidó de todo, unos minutos después él se quitaba el bóxer y se colocaba sobre ella para hacer el amor. Lo besaba con desesperación, y con sus manos lo apretaba como para evitar que se vaya de ahí, el orgasmo fue tan fuerte que Atenea no pudo reprimir un fuerte gemido, Facundo unos segundos después también llegó al clímax y se recostó al lado de ella, proponiéndole ducharse juntos.
Ese sábado, no sabía si por todo lo acontecido o bien, propio del embarazo, no se sentía bien, el cuerpo le pesaba, se sentía un poco mareada y no sentía hambre. La excusa perfecta fue el calor y la baja presión, por lo que le propuso a Facundo que él se reúna con sus amigos así ella podía estar recostada esperando que se le pase el malestar. Y así fue, él se fue a la casa de Dante, en donde se juntaban otros amigos más a pasar la tarde en la pileta. A pesar de estar entretenido, en varias oportunidades a lo largo de la jornada, la mensajeó para preguntarle cómo se encontraba y si necesitaba que él vaya a ayudarle.
Cerca de las nueve de la noche Facundo regresó al departamento, luego de pasar por su casa para buscar algunas prendas que no había llevado en el primer viaje. Como ya tenía un juego de llaves no hizo falta que ella baje a abrirle. La encontró hecha un ovillo en la cama, profundamente dormida, y así la dejó.
Cocinó arroz con queso y aceite, plato típico cuando alguien está enfermo. Le llevó un plato a la cama con una bandeja y un vaso con agua. Lentamente la despertó, ella aceptó comer un poco y luego se dio una ducha para sentirse mejor. Abajo del agua repasaba lo que le diría para terminar la relación, pero cada vez se le hacía más duro, cuanto más tiempo pasaba menos fuerzas tenía para afrontarlo.
El domingo ella se despertó temprano, se cambió evitando hacer ruido y salió de la habitación. Seguía sin apetito por lo que no preparó el desayuno, es más, pensar en comer le revolvía el estómago. Estaba sentada en el sofá con la mirada perdida en algún punto cuando el apareció.
_ Hola, buen día. ¿Hace mucho te despertaste? ¿Te sentís mejor?
El saludo y las preguntas del chico la sacaron del transe en el que se encontraba. Lo vio acercarse caminando, estaba tan lindo con los ojos hinchados y el cabello aun revuelto.
_ Vení Facu, tenemos que hablar. Fue lo único que pudo decir la mujer, sin responder las preguntas que el joven había formulado.
Mientras le decía que lo mejor era separarse porque ella sería un ancla en su vida que no le permitiría realizar todos sus proyectos y cumplir sus sueños, lloraba desconsoladamente. Él con más confusión en su cabeza que otra cosa la abrazaba y le decía que no era así, que ella estaba confundida, que si todos sus proyectos los cumpliría a costa de estar separado de ella él no sería feliz. Pero la mujer, a pesar de estar quebrándose por dentro se mantenía firme en su relato. Es que tanto lo había practicado que hasta se lo había creído. Que ella era muy grande para él, que en unos años ella seria muy vieja, que no podría acompañarlo en sus viajes por trabajo, y así un sinfín de falsos argumentos que había armado en su cabeza.
A las dos horas de comenzar la charla, Facundo preparó su bolso, y se fue. Antes de atravesar la puerta le dijo:
_ Te voy a demostrar que no es como vos decís.
Y sin más cerró la puerta dejando a Atenea completamente devastada. Devastada por dejarlo, por mentirle y fundamentalmente por ocultarle la verdadera razón.
El lunes 29 de febrero Atenea no fue a trabajar, argumentó que no se encontraba bien y que iría al médico por la tarde. Ingrid se había ofrecido a acompañarla, pero rápidamente la rubia se negó quitándole importancia a su cuadro.
No era del todo mentira que iría al médico, sólo que el motivo no era por sentirse mal, sino por tener turno para su primera ecografía. Llegó puntual a las cuatro de la tarde, con la panza hinchada por retener dos litros de agua, y la esperanza de que ver en la pantalla al fruto del amor de ella y Facundo la haga sentir mejor. Y así fue, al instante que dijeron su nombre para pasar al consultorio, un estado de euforia la invadió, no se acordaba de ningún dolor, malestar o sufrimiento solo quería ver la imagen que arrojara la pantalla del ecógrafo.
La mujer se emocionó al instante que apareció un pequeño bulto y el médico le indicó que ese era el feto. Media cerca de 30 milímetros y pesaba unos pocos gramos, el resto de los valores y medidas también estaban acorde a la edad gestacional. En una semana podría pasar a buscar el informe.
Facundo le había escrito varios mensajes desde el día anterior, no parecía molesto, si tal vez un poco preocupado y decepcionado. En un mensaje incluso le había dicho que era una actitud muy cobarde terminar por los argumentos que ella le había dado, sin embargo, a pesar de tan duras palabras, ella lo entendía, sólo que él no sabía cuánto amor le había costado dejarlo ir.
Al llegar al departamento luego de la ecografía, decidió evitar pensar en el joven, pero era algo inevitable, en el aire aún estaba su perfume, en el baño el cepillo de dientes que Atenea no se atrevió a quitar, cada habitación guardaba un recuerdo vivido con él, incluso cuando prendió la tele para poner música, sonaba la canción de Colplay, The Scientist. Se resignó a dejar de pensar en Facundo, pero se obligó a estar lo más entera posible, transitar un embarazo deprimida no era algo aconsejable.
Por un tiempo decidió que lo mejor sería mantenerlo en secreto, no tenía ganas de discutir al respecto con nadie, tal vez se lo confesaría a Ingrid, pero sabía que su amiga no estaría de acuerdo con su decisión y trataría de persuadirla. Le preocupaba un poco la reacción de su padre, tal vez Facundo tenía razón y ella era una cobarde, por eso prefería no decirlo. Pero no, al momento recapacitaba y en realidad lo que más le preocupa era que critiquen su decisión de no contarle al joven padre. Nadie iba a entender que todo lo que ella estaba dispuesta a afrontar lo hacía por amor.
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No hay edad
RomanceAtenea, una abogada de 32 años debe comenzar de nuevo su vida luego de un terrible divorcio, lo que no imaginaba es que sea de la mano de un joven de 18 años. Pero... ¿Hasta que punto uno debe guiarse por la pasión? ¿Es posible una relación con esta...