Nuevas sensaciones

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La joven Vionnet no entendía bien como funcionaban algunas cosas, los encuentros con Facundo se multiplicaban a medida que pasaban las semanas y ella en vez de sentirse cansada o desganada, cada vez ansiaba más estar con él, sentir su cuerpo y compartir la pasión que aumentaba con cada encuentro.

A mediados de septiembre el joven viajó a la capital cordobesa para participar de un torneo nacional, en el cual obtuvo muy buenos resultados. Debió ausentarse casi una semana de la escuela, pero lo que más le pesaba era no poder ver a Atenea. Se mantenían en contacto constantemente, ella intentaba no molestarlo, sin embargo, cada momento libre que él tenía, aprovechaba para comunicarse con la joven.

Atenea durante esa semana organizó su agenda para poder hacer algo muy importante... ir al ginecólogo, debía hacerse los controles anuales y le pediría que le recete nuevamente los anticonceptivos que tomaba anteriormente. Para el día viernes ya tenía todo listo, los análisis y las ecografías hechas y, además, ya había comprado las pastillas anticonceptivas, sólo tenía que esperar a la próxima menstruación para comenzar a tomarlas.

El tercer domingo del mes había llovido en abundancia en Santa Fe, durante todo el día. Atenea estaba nerviosa porque Facundo viajaría con condiciones poco favorables para la ruta. Pero sus miedos se disiparon cuando cerca de media noche la llamó para contarle que ya había llegado. El hábito de las llamadas comenzó durante el torneo, él la llamaba antes de acostarse, y nunca duraban más de 5 minutos ya que lo conveniente era que Facundo descansara de forma adecuada. Esa noche se extendió un poco más, hablaron como por veinte minutos. Hablaron del torneo, de la semana de Atenea, de la tormenta que se había mantenido durante todo el día y lo más importante de lo mucho que se habían extrañado, sin embargo, hasta el día siguiente no podrían verse.

Atenea esperaba que se hicieran las ocho de la noche, como un niño espera a las doce en navidad. Había cocinado una carne al horno con papas y batatas, y tenía un lemon pie en la heladera, el cual había comprado en una pastelería muy conocida de la ciudad.

Tres minutos antes de las ocho sonó el portero eléctrico, atendió y le dijo que el guardia tenía indicación de dejarlo entrar, así que en unos segundos Facundo estaba tocando la puerta del departamento. Apenas ella le abrió él la abrazó inmediatamente, la sostuvo contra su pecho prolongando el momento. Luego se besaron, pero no fue con desesperación, fue un beso tranquilo, un beso de reencuentro, de reconocer la sensación que tanto habían extrañado. A pesar de no ser un beso desmedido, se les hacía imposible separarse y decidieron continuar en el sofá. Él la sentó sobre él a horcajadas y le recorría la espalda con ambas manos, ella en cambio las tenía sujetas a la cabeza del joven, impidiendo que se interrumpiera por algún motivo el beso. Al pasar los minutos la ropa empezó a molestar y sin pudor el adolescente metió las manos por debajo de la blusa de su compañera con el objetivo de sacarla. Al minuto siguiente ambos ya estaban completamente desnudos. Continuaron en la misma posición, él sacó del bolsillo del pantalón un profiláctico y se lo colocó. Guió a Atenea en el movimiento inicial y luego dejó que ella lo maneje. Amaba verla disfrutar de placer, como gemía, deleitarse con su boca entreabierta y que cuando se aproximaba el orgasmo se mordiera el labio inferior. Pero la sensación más extraña llegaba luego del orgasmo de ambos, cuando a él lo inundaba un sentimiento de paz y felicidad, de que nada podía salir mal mientras estén de esa forma unidos. Y ahí estaba de nuevo, llenándose de la satisfacción de verla liberar toda la magia del orgasmo y no poder contener la suya. Y de nuevo la calma, la paz y esa felicidad extraña en el pecho que no se equipara con nada de lo vivido anteriormente, ni con las medallas ni los torneos ni los viajes, con nada. 

No hay edadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora