1 - 45 minutos

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Nueva York, 1919

Hoy es sábado, el día más odiado de mi semana, el día que visito a mi "prometida". Comencé con visitas de una hora, luego lo reduje a 45 minutos, mi meta es llegar a 30, aunque si el mundo fuera perfecto, preferiría dejarlo en cero.

Al principio intenté hacerlo menos mortificante, pero todo fue en vano, ahora simplemente lo soporto minuto a minuto como si estuviera aguantando la respiración bajo el agua, sé que mi sufrimiento es el precio que pago por no haber muerto aplastado debajo de las luces, aunque sin duda la muerte hubiera dolido menos.

Me estaciono frente a la casa, miro la hora, faltan 3 minutos, tiempo exacto para bajarme, caminar hasta la puerta y entrar puntual como buen inglés, aunque ¿porqué no robarle 5 minutos a esos 45? Saco mi armónica y entono Auld Lang Syne la melodía que le dedico a ella, al único y eterno amor de mi vida. Se ha hecho mi costumbre tocarla diariamente por las noches y antes de visitar a Susana, es mi manera espiritual de pedirle perdón por serle infiel a nuestro amor.

Termino y la guardo en mi saco. Ya se han pasado 5 minutos de la hora, sólo quedan 40 minutos. Toco la puerta y la señora Marlow me abre.

- Señor Grandchester, llega un poco tarde - impertinente como siempre.

- Buenas noches - le respondo secamente.

- Susana lo espera en la sala - no le contesto y me dirijo caminando lentamente hacia mi verdugo.

- ¡Terrence llegaste! - exclama feliz y juro que trato de sonreír pero no puedo.

- Sí ¿cómo estás? ¿Cómo estuvo la terapia?- le hago la misma pregunta, sábado tras sábado, es mi puesta en escena personal, el mismo guión con los mismos diálogos. Mientras la escucho me siento en un sillón, frente a ella. Al inicio le besaba la mano por educación, pero comenzaba a aletear esas pestañas alocadamente y me ponía sumamente incómodo, así que ahora lo omito por completo, ya es más que suficiente que venga de visita.

- Les traeré té y galletas -

- Gracias mamá - comienza uno de los tantos silencios incómodos, así que me dedico a repasar mentalmente los diálogos de Hamlet, estamos próximos a terminar la temporada y en lugar de hacer una gira nacional, haremos una internacional en Londres, París y Roma. La guerra acaba de terminar y Robert aceptó la propuesta de la Real Compañía Shakespeariana para presentar a su Hamlet inglés <<yo>> y así ayudar a levantar el ánimo después de los estragos que la guerra ha causado en todo Europa. Sin duda, serán unos días maravillosos sin tener que sufrir estos eternos 45 minutos a la semana.

Pasan los minutos y no tenemos ningún tema de conversación que dure más de diez palabras, lo que más ha funcionado es el clima y el teatro.

Y para hacerlo aún peor, su madre llega con el té y las galletas y se sienta con nosotros como chaperona, como si la necesitáramos para algo, lo menos que quisiera sería tocarla ni con la punta de los dedos, toda ella es repulsiva para mí, no porque sea fea, porque no lo es, sino por lo que representa, ella es la causa principal de mi desgracia, mirarla me recuerda que no estoy con Candy y que cumplo una condena atado a esta mujer por deber, por honor, por gratitud, por lástima, por cobardía, sí esa es la mejor definición. Cobardía. Así me he sentido estos últimos meses recordando escena a escena nuestra despedida, lo que debí hacer y no hice ¿cómo no le di la vuelta y la abrazé de frente? ¿cómo no le declaré mi amor? ¿porqué no la besé? ¿porqué no le di el anillo de compromiso que llevaba en mi saco? ¿porqué la dejé ir? Estúpido, mil veces estúpido.

Ya han pasado dos años, 11 meses, 22 días y algunos minutos y recuerdo cada segundo de lo ocurrido con tantos detalles que me mortifica las 24 horas, especialmente mientras sueño, las más gloriosas y catastróficas noches de mi vida son cuando sueño haciéndole el amor y me despierto odiando toda mi existencia. Esos días paso más insoportable que nunca y eso ya es mucho decir.

Tu armónicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora