XXVIII. Cards on the Table; Part 1

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—Estoy en casa

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—Estoy en casa. —aviso cuando cierro la puerta a mis espaldas.

Al alzar la cabeza y comenzar a quitarme los zapatos me quedo en trance porque, por un momento, mi mente comienza a asociar la escena a un deja vú.

La casa está limpia, con ese aroma irreproducible, ese que sólo sientes cuando vuelves tras un tiempo al lugar en el que has crecido; una mezcla de suavizante, comida casera, pino y... mis padres. No hay rastros de envoltorios viejos ni polvo en las superficies, y mientras lo inspecciono todo dirigiéndome a la cocina, tengo una imagen fija en mi cabeza.

Cuando llegaba en la noche a casa, tras mi trabajo en la tienda, mamá ya estaba aquí, con esa energía que parecía inagotable. Era algo de todos los días entrar y ver su pequeña figura de cara al mesón, con su coleta baja y la moña del mandil sobre su cintura. Y todos los días también, yo inspeccionaba la cena por encima de su hombro, robaba algo que me llevaba a la boca y le dejaba un beso, cuando ella sin darse siquiera la vuelta me entregaba su mejilla y sonreía.

La decepción surge primero pero en seguida es respaldada por un alivio, una bocanada de aire fresco. Un chute de esperanza.

Mamá no está aquí, es mi padre quien está con mucho esmero y concentración encargándose de la cena. Ni siquiera me ha escuchado.

Por un instante mi mente se había montado una película: papá me había invitado a cenar hoy para contarme que él y mamá habían arreglado las cosas, que ella estaba devuelta en casa, que todo sería como antes y quien estaría en la cocina, era mi madre.

Pero la realidad siempre parece ser más cruda y a la vez, más justa. La cuota de lo que en verdad todos necesitamos.

Y cuando entiendo que esto es infinitamente mejor, acabo volviendo al paso para acercarme a él.

—¿Gimbap? —pregunto, robando un trozo de jamón, haciendo que papá eleve la vista.

El rollo le está quedando malísimo. Ya veo de quien heredé mi nula habilidad para las artes culinarias.

Lanza un suspiro que le hace descender los hombros, supongo que los llevaba encuadrados por el esfuerzo que está concentrando en sus dedos. Me mira, como si dijera "Esto es imposible" y al final, parece burlarse de sí mismo al torcer una sonrisa en sus labios.

—¿Si echo todo a la sartén y lo bato con ímpetu... ?

—Nunca falla. —me encojo de hombros, y porque luce algo decepcionado agrego—: Pero no vas tan mal, eh. —me echo las mangas que no llevo hacia atrás y extiendo mis manos—. Te ofrezco mis dedos.

Mi padre vuelve a sonreír, esta vez agradecidamente, como si estuviera dándole mucho más que una mano en la cocina, y mientras me indica cómo ayudarle, yo lo analizo a él.

Ya no lleva la barba de incontables días y el cabello apenas blanqueado en las sienes le cae prolijamente a los lados. Sé que aún tiene sus momentos. Hay días en los que me llama al móvil y acaba diciendo nada, sólo largos silencios y unos repetidos "¿Y cómo va el bar?". A veces pienso que antes de marcar tenía algo muy urgente en su cabeza que necesitaba confesar pero, al oírme al otro lado, pierde la valentía. Jungwoo me dijo que también lo hace con él, que muchas veces le observa en silencio y que muchas otras tiene ciertos detalles, como que todas las mañanas le prepara el desayuno, o deja su ropa limpia doblada a los pies de su cama.

Allies ✦ Jeon JungkookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora