Capítulo 15 | Cazando constelaciones

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Cuando el sol cayó en Bergen, del mismo modo que había estado haciendo desde el 10 de abril, me dirigí hacia la casa que me vio crecer.

Observé a mis padres prepararse para irse a dormir en absoluto silencio. Después de un rato, sus respiraciones se tornaron más profundas y pesadas, indicándome que se hallaban en el mundo de los sueños. Me senté en la esquina del salón, rodeándome las piernas flexionadas con los brazos. La calma que envolvía mi hogar me acompañaría hasta el amanecer.

O eso creía.

Sin embargo, cuando el reloj señaló la medianoche, descubrí un revoltijo de nervios en mi interior. Estaba demasiado inquieta como para permanecer impasible durante las siguientes horas.

Había acudido a casa de mis padres cada noche desde que morí. Era incapaz de visitar otro lugar después de contemplar cómo se les había partido el corazón por mi desaparición y no poder hacer nada al respecto. Me dije que velaría por el sueño de ambos hasta el fin de los tiempos, y me convertí en lo más parecido a un ángel guardián.

Pero ahora, las cosas habían cambiado.

Mis padres ya no eran las únicas personas que le daban sentido a mi mundo.

Ahora también estaba Aiden.

Mi mente viajó una y otra vez al hospital en el que se hallaba mi amigo. Me pregunté cómo estaría, si los moratones y los puntos en la cara le dolerían tanto como para impedirle dormir o si los analgésicos lo habrían dejado fuera de combate. ¿Seguirían sus madres con él o habrían tenido que acatar el horario de visitas?

E, inevitablemente, también pensé en lo último que hablamos antes de abandonar el hospital. Sentí un vacío en el pecho al considerar la posibilidad de que Jayden fuera culpable, pero me desolaba por completo comprobar hasta qué punto era capaz de llegar con tal de que no se descubriera la verdad. Y Aiden... él siempre había sospechado de Jayden. Recordaba el brillo de determinación en su mirada cuando habló con él, pensando en una teoría que nunca compartió conmigo. ¿Querría dejar la investigación, ahora que sabíamos que el hombre de ojos grises no estaba dispuesto a que averiguásemos su identidad?

Sacudí la cabeza, saliendo de mi ensimismamiento. Por mucho que reflexionase sobre estas preguntas, no iba a poder responderlas yo sola.

Desde mi posición en la esquina del salón, eché un último vistazo al dormitorio de mis padres. Me puse en pie. Tal y como yo lo veía, tenía dos opciones. La primera era quedarme aquí, como había hecho desde me volví invisible a sus ojos. Pasaría la noche perdida en mis pensamientos, hasta que se hiciera de día, y entonces me dirigiría al hospital. Sentiría que no me estaba traicionando a mí misma, pero era la alternativa que menos me satisfacía. Por otra parte, la segunda opción era visitar a Aiden ahora mismo y contarle mis inquietudes, si es que estaba despierto. Me convencí a mí misma de que solo quería verlo para avanzar en la investigación. No había ningún otro motivo oculto. Y aunque era una insensatez, nada propio de mí, era lo que más deseaba ahora mismo.

No entendía muy bien por qué tenía este impulso, pero era demasiado fuerte como para tirar de mí. Así que, armándome de valor, atravesé los muros de mi casa. La noche me recibió con su abrazo frío y oscuro.

Mientras recorría las calles de Bergen, sentí las garras del remordimiento y el arrepentimiento clavándose en el estómago. Me repetí a mí misma que solo iba a comprobar que Aiden no estuviera despierto. Si descubría que estaba dormido, volvería a mi hogar y velaría por el sueño de mis padres. Y nada habría cambiado.

—Miau.

El maullido de un gato me sobresaltó. Al observarlo, me percaté de que su mirada estaba puesta sobre mí. Era completamente negro e inevitablemente lo comparé con el felino del cementerio, aquel que pareció advertir a Lily sobre mi presencia.

Todas las estrellas que nos separanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora