Capítulo 8 | Pájaros de escamas y branquias

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Crují todos los nudillos de mis manos una vez más, nerviosa.

Seguro que, si Lily me viese ahora, pondría los ojos en blanco y resoplaría muy fuertemente. Diría algo así como que tenía que aprender a relajarme o cuando tuviese mi primera cita con Hunter me daría un infarto. Pero no podía evitarlo. No dejaba de repetirme que venir aquí fue una mala idea. ¿Cómo pude dejarme engatusar para aceptar un plan así? ¿Desde cuándo una quedada entre tres jóvenes era una buena idea, si uno de ellos estaba muerto?

Cuando le planteé a Aiden ser amigos, me imaginé que nuestra relación se limitaría al instituto, a alguna conversación esporádica y poco más. Con eso me conformaba. Tampoco necesitaba más para ser feliz. No creí que me fuera a invitar con su círculo más cercano a visitar lugares como este. ¿Qué sería lo siguiente? ¿Quedar con Elliot y Kate al terminar las clases?

Desde luego, Aiden se tomó mi proposición muy en serio. Si le daban una semana más, nos volveríamos inseparables.

Solté todo el aire que estaba conteniendo mis pulmones, intentando calmarme. Para silenciar las voces de mi cabeza, me concentré en el paisaje.

Frente a mí, se alzaba imponente el North Sea, oscuro como el ala de un cuervo y con algo de oleaje. Me quedé embobada observándolo, fascinada y atemorizada al mismo tiempo. Hoy no era un buen día para salir a pescar, pues el viento y las olas podrían conducir a los pesqueros más experimentados hasta su tumba.

A lo lejos, en la línea de horizonte, pude distinguir la isla de Askøy. Parecía que nos separaba miles de kilómetros, pero en realidad la distancia era mucho más corta.

Un deportista irrumpió mi campo de visión, distrayéndome. Lo seguí con la mirada. El chico corría por el camino de tierra de Nordnesparken. A su izquierda, solo una valla verde estropeada lo salvaba de caer al mar. A su derecha, donde yo me encontraba, abundaban los bancos y los árboles sobre un manto de césped. A pesar de que el runner tenía la cara roja por el esfuerzo y que jadeaba con fuerza, no se detuvo. Tampoco parecía intimidado por los nubarrones que cubrían el cielo.

—En cualquier momento se pondrá a llover —murmuré.

Me encogí sobre mí misma, agradeciendo no ser capaz de sentir el frío. Seguro que el aire gélido que debía estar corriendo ahora mismo me habría mordido la piel allí donde llegase y se me pondría la nariz roja como un payaso.

—¡Bú! —exclamó alguien a mi espalda, sobresaltándome.

Giré la cabeza para averiguar de quién se trataba, aunque su voz me daba una pista de quién podría ser, con la mano sobre el pecho para calmar los acelerados latidos de mi corazón. Me encontré con los ojos azules de Aiden y una sonrisa callana estampada en su cara.

—¡Me has asustado! —me quejé.

—Esa era la intención —sonrió.

Estaba acuclillado, con sus manos apoyadas sobre el césped, a escasos centímetros de mí. Comprendí entonces que, si hubiera podido, las habría puesto en mi espalda para dar énfasis a su susto. Pero claro, no podía tocarme.

—¿Llevas aquí mucho tiempo? —preguntó él.

Negué con la cabeza.

—Casi acabo de llegar —mentí

En realidad llevaba cerca de dos horas pululando por Nordnesparken. No tenía nada mejor que hacer, así que decidí esperar a Aiden y a Jack aquí, mientras era devorada por los nervios. Aiden sonrió, como si supiera que no le estaba diciendo la verdad.

—¿Dónde está Jack? —pregunté, al advertir que Aiden había llegado solo.

—Ahí viene —anunció él, poniéndose en pie con la vista clavada en un punto detrás de mí y alzando la mano para saludar a alguien. Yo también me levanté del césped y giré sobre mí misma—. Harriet, te presento a Jack.

Todas las estrellas que nos separanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora