Epílogo

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(2 meses más tarde)

Es mi turno.

Respiro hondo, armándome de valor, y me obligo a dar un par de pasos. El aire silba a mi alrededor, como si quisiera desafiarme, pero yo me mantengo firme. No retrocedo.

Cuando llego al límite de la roca en forma de lengua, me siento con las piernas colgando en el aire, notando cómo la adrenalina me recorre las venas. Ante mí, se encuentra el imponente lago Ringedalsvatnet rodeado de montañas. Es de un azul cobalto tan cristalino, que refleja el cielo como si de un espejo se tratase.

Es una imagen preciosa. Y peligrosa.

Las yemas de mis dedos hormiguean y los acelerados latidos de mi corazón resuenan en mis oídos. Mi sentido de la supervivencia me está gritando que deje de ser un suicida sentándome en el borde del vacío.

Lo ignoro, al menos durante un rato, mientras saboreo este momento.

Siento el vértigo.

Y pienso en ella.

Si aquella noche hubiera decidido ignorar el mensaje de Logan enviado a través del móvil de Jayden, Harriet y yo hubiésemos estado en este mismo lugar, dos meses atrás.

Después de bajar de la cima de Fløyen, justo antes de que acudiese a la casa de Jayden, le pregunté si tenía algo que hacer al día siguiente. Le afirmé que estaríamos solos. Y cuando Harriet cuestionó por qué hacía todo aquello de la investigación por ella, yo solo me limité a responder que, si venía conmigo al día siguiente, lo sabría.

Mi idea era traerla aquí, a Trolltunga. Si le gustó la iglesia de Fantoft y el lago de Skomakerdiket, este lugar la habría fascinado. Me la imagino con la boca abierta y un brillo especial en los ojos, murmurando "qué hermoso".

Aquí se lo hubiera confesado todo. Que ella era especial para mí. Que nunca había agradecido tanto haber escupido aquel "ni lo sueñes", porque gracias a eso, se dio cuenta de que yo la veía y corrió tras de mí. Que hace tiempo, cada vez que la miraba, mi corazón se agitaba y mi estómago se retorcía.

Que estaba enamorado de ella.

Que la quería.

Ahora comprendo que, aunque la idea era bonita, quizás en la práctica habría sido un desastre. Han sido muchísimas horas caminando, algunas de ellas cuesta arriba, además de haber tenido que coger el autobús. Y como Harriet lo atravesaba todo, nos habríamos vistos obligados a andar varios kilómetros más, lo que se traduce en pasar la noche a la intemperie.

Aunque no me hubiese importado hacerlo.

—¿Quieres que te saque una foto? —pregunta alguien detrás de mí, en inglés, sacándome de mis cavilaciones.

Giro la cabeza y me encuentro con un turista. Comprendo que, aunque sus palabras son amables, la cola de gente que hay detrás de mí para tener unos minutos a solas en la enorme placa de roca comienza a impacientarse. Con cautela, me pongo en pie y me alejo del borde.

—No, gracias —respondo, en el mismo idioma—. Ya me iba.

Enseguida mi posición es ocupada por ese turista. Por el rabillo del ojo advierto que se está sacando las típicas fotos que después subir a redes sociales. Resoplo. Nueve horas de sendero solo para tener contenido que publicar en Instagram.

Todavía quedan horas de luz por delante, pero sé que debo emprender el camino de regreso a la civilización pronto, a menos que quiera andar en noche cerrada. Así que comienzo a descender.

Durante todo este tiempo he estado recorriendo Noruega, como prometimos que haríamos Harriet y yo después de atrapar a su asesino. Mientras exploraba, he descubierto rincones sorprendentes y he conocidos personas maravillosas. A pesar de que había días que me despertaba y no sabía cómo iba a sobrevivir sin nada en los bolsillos, siempre encontraba la manera de salir adelante.

Vi las auroras boreales. Y ninguna de las fotos que aparecen por internet o en los documentales les hace justicia. Son todo un espectáculo visual. Mientras las observaba, me preguntaba qué era real y qué era fantasía, y sentía como si los límites entre lo mágico y lo cotidiano comenzaran a difuminarse. Creo que a Harriet le hubiesen encantado.

Una de esas noches, mientras uno de esos verdes cordones serpenteantes cruzaba el cielo, me pregunté cómo se produciría ese fenómeno. Qué condiciones eran necesarias para que surgiera la luminiscencia. Y comprendí que quería ser astrólogo.

Así que, aunque pierda un año sin ir a la universidad, he entendido cuál es mi vocación. Para mí esto es lo más importante, pues, ¿qué son trescientos sesenta y cinco días en comparación con toda una vida? Todavía tengo tiempo para prepararme los exámenes, por lo que confío en que lo haré bien.

Golpeo con el pie una piedrecilla que va a caer algunos metros más lejos, cerca de algunos árboles que dan comienzo a un pequeño bosquecillo. De repente, me detengo, paralizado. Una oleada de miedo me invade.

Escondido entre los arbustos, hay un lobo.

Me quedo en mi sitio, sin saber qué hacer. Él no parece muy peligroso, pero tampoco se mueve, simplemente está observándome. Me pregunto si estará a punto de abalanzarse sobre mí o si solo me mira porque nunca ha visto a un humano y siente curiosidad, si acaso es eso posible. Trago saliva con dificultad, notando sudor frío en la nuca.

Y entonces me doy cuenta de sus ojos.

Son de color verde. Exactamente de la misma tonalidad que la mirada de Harriet.

Dejo escapar el aire que estaba reteniendo en mis pulmones. Su pelaje es dorado, y de alguna forma, recuerda al pelo rubio de Harriet. Parece tan libre. Valiente. Fuerte. El agua se acumula detrás de mis ojos al observar al animal y recordar aquella tarde en el acuario.

"—Si te reencarnaras en un animal, ¿cuál te gustaría ser?

—Un lobo.

—¿Un lobo?

—Un lobo no va a huir. Un lobo pelearía. Intentar herir a uno es arriesgar la propia vida. Y quiero eso, que nadie me lastime sin sentir el miedo acariciándole la nuca".

Tapo mi boca con la mano, para ahogar un sollozo.

El lobo mantiene su mirada sobre la mía un instante más. Después, da media vuelta y desaparece entre los árboles. No trato de seguirlo.

Me tomo un segundo para recuperarme y me dejo caer sobre las rodillas. Las lágrimas escapan de mis ojos y se desplazan por mis mejillas, humedeciéndomelas. Inevitablemente, pienso en Harriet.

La recuerdo con cariño, ternura y amor, pero no con dolor. Comprendo entonces, que los recuerdos han dejado de doler.

Y sonrío. Por primera vez en meses, sonrío.

FIN

Todas las estrellas que nos separanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora