Capítulo 23 | La última pieza del puzle

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Miré con horror el cuerpo inerte de Aiden.

—Aiden, levántate —susurré, con la voz rota.

Pero Aiden permaneció en el suelo, sin moverse. Tenía los ojos cerrados y la sangre brotaba de una fea herida que tenía en la parte trasera de la cabeza. Me acerqué a él y me agaché, tratando de comprobar si respiraba, pero estaba boca abajo y no se podía apreciar bien.

Busqué a mi alrededor cualquier cosa que pudiera ayudar a Aiden, pero recordé que estábamos en un jardín de muros altos y sin viviendas colindantes. Además, era un fantasma y lo atravesaba todo. Mi esperanza se desplomó.

Entonces, mi mirada cayó sobre Logan.

Estaba de pie, observando a Aiden. Esperó un par de minutos, como si quisiera asegurarse de que Aiden no volviera a levantarse. Después, su sonrisa se amplió.

Ni siquiera se arrepentía.

—¡JODER! —grité, dejando escapar la rabia que me inundaba.

Sabía que no serviría de nada, pero me levanté y salí corriendo hasta ponerme frente a Logan.

—¡Eres un puto enfermo! —le escupí, sin importarme soltar palabrotas—. No solo me has matado a mí, sino que me has arrebatado lo que le daba sentido a mis días. ¡Te odio con todas mis fuerzas!

Ajeno a mí, Logan se limpió la mejilla con el dorso de la mano, sin perder su actitud chulesca. Solo cuando comprendió que Aiden no se iba a levantar más, soltó su bate y se encaminó hacia él, atravesándome.

Lo seguí, con un nudo en la garganta. Tenía un mal presentimiento.

Cuando Logan llegó hasta Aiden, se quedó observándolo.

—¿Qué voy a hacer contigo? —preguntó, tan bajito, que comprendí que estaba hablando consigo mismo.

Después de un rato, Logan desvió la vista hacia el avellano. Agarró de las piernas a Aiden y lo arrastró hacia la base del árbol. Lo soltó y se alejó hacia una parte del jardín, cerca del muro. Logan se agachó y tanteó el suelo, buscando algo. Cuando lo encontró, lo cogió y volvió hasta donde dejó a Aiden. Cuando entendí lo que tenía en sus manos, se me cortó la respiración.

Era una pala.

Logan comenzó a cavar la tierra.

Iba a enterrar a Aiden, sin ni siquiera comprobar que estaba vivo.

—Pero, ¿qué pasó con llamar a las autoridades y alegar legítima defensa? —me horroricé.

Vi el hueco que estaba empezando a formarse en la tierra. Si Logan enterraba a Aiden, jamás lo encontrarían, como había pasado conmigo. Prefería mil veces que acudiese a la policía y dijera que Aiden entró en su casa y que Logan solo se defendió, aunque fuese mentira, a que ocultase su cuerpo, porque así la familia de Aiden nunca descansaría.

—¡Aiden, despierta! —le supliqué, pero Aiden no abrió los ojos.

El pánico comenzó a adueñarse de mí. Sin saber qué más hacer, corrí hasta la entrada, atravesé la puerta y me interné en la habitación de Jayden.

—Jayden, ayuda —grité.

Pero Jayden estaba profundamente dormido.

Me desplomé sobre mis rodillas, sintiendo cómo una punzada aguda de miedo me atravesaba las entrañas. Estaba a punto de perder a Aiden para siempre sin que pudiera hacer nada para evitarlo.

Lo único que deseaba ahora mismo era correr hacia cualquier parte, alejándome de esta maldita casa y dejando atrás esta pesadilla. Ponerme a salvo. Refugiarme del horror que me embargaba. Pero el ser consciente de que Aiden iba a ser enterrado, sin saber si aún respiraba, me obligaba a moverme. De lo contrario, él definitivamente moriría y jamás lo encontrarían.

Todas las estrellas que nos separanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora