Capítulo 18 | ¿A qué saben sus besos?

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¿Qué echaba más de menos, dormir o comer?

Ladeé ligeramente la cabeza, mientras reflexionaba sobre la cuestión que llevaba rato en mi mente. Sin ninguna duda, meterme un trozo de croissant en la boca y sentir cómo su hojaldre se fundía en mi paladar mientras el chocolate se deslizaba por mi lengua era una sensación que extrañaba mucho. O apreciar cómo el orégano potenciaba el sabor del queso derretido en una pizza, con una masa tan fina y exquisita que todos los ingredientes parecían unirse para crear una de las mejores comidas del universo.

Pero, por otra parte, tampoco podía renunciar tan fácilmente a esa sensación de cerrar los párpados para volver a abrirlos diez horas después. Y sentirte tan desorientada mientras te removías en el colchón, que no sabías si habías dormido un par de minutos o días enteros. Notabas los ojos hinchados, la lengua pastosa y el cuerpo entumecido, pero totalmente descansada.

Ay, no. Definitivamente no podía elegir entre ninguna de las dos.

Me quedaba con las dos. Eso es.

Cuando mis pies me llevaron hasta mi destino, me detuve. La vieja edificación del instituto me dio la bienvenida. Todavía quedaban un par de minutos antes de que empezasen las clases, pero aún quedaban algunos alumnos rezagados por fuera. Decidí esperar a que entrasen todos ellos antes de imitarlos. Así evitaba ser atravesada.

Tenía curiosidad por saber si Jayden vendría hoy. O por si se escuchaba algún cuchicheo sobre él por los pasillos.

—Harriet —me llamó alguien, sobresaltándome, en algún punto detrás de mí.

Me giré y me encontré a un sonriente Aiden. Últimamente estaba de muy buen humor. Me pregunté si se debía a que las temperaturas habían comenzado a subir —todo lo que podían subir en Noruega— o a que el fin del curso estaba a la vuelta de la esquina. O quizás hubiera otra razón oculta.

Me percaté de que Aiden no estaba vestido como alguien que asistía a clases, sino como un deportista experto que estaba a punto de correr una maratón. Llevaba un pantalón negro de chándal con una camisa gris y una mochila en la que no se adivinaban libros de textos. Sus zapatos también parecían pensados para realizar una actividad física.

—¿Aiden? ¿Vas a alguna competición? —pregunté.

—No —respondió—. Vamos a saltarnos las clases.

Aiden conversaba conmigo como si no le importara que los pocos adolescentes que todavía no habían entrado en clase lo oyeran hablar solo. Algunos giraron la cabeza para observar la extraña escena.

Siempre hacía eso, hablarme como si no le preocupara que lo tachasen de loco. Y eso me gustaba. Podría creerme que yo le importaba más que lo que murmuraban sobre él.

Enarqué una ceja ante su proposición.

—¿Vamos? ¿Tú y yo? ¿Y por qué? —quise saber.

—Sí, señorita —asintió, como si estuviera enfatizando sus palabras—. Lo más gamberro que has hecho desde que moriste ha sido colarte en el cine. Y no puede ser que pases las 24 horas del día haciendo unas actividades tan aburridas. Así que no estás en disposición de negociar. Nos vamos.

Me crucé de brazos como respuesta a sus órdenes.

—Y más te vale que te vayas acostumbrando —advirtió Aiden—. He estado pensando en algunos planes que podríamos hacer este verano. Ahora que nuestra investigación está paralizada, tenemos más tiempo libre para nosotros.

—Me da miedo preguntar por esos planes en los que has estado trabajando.

—Pues no preguntes. Te los mostraré. Ya verás, Harriet, a finales de verano, habremos vivido tanto que el instituto será el último lugar al que quieras ir.

Todas las estrellas que nos separanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora