Capítulo 9 | Más rápido, más rápido, más rápido

1.2K 225 12
                                    

Cuando tenía ocho años, me metí en un lío.

Mi madre me dio un par de monedas para comprar unos dulces en la panadería que estaba cerca de donde vivíamos. Una vez que llevé a cabo el recado que me habían encomendado, comencé el trayecto de regreso a casa. Sin embargo, me quedé paralizada cuando vi a una pandilla de chicos mayores molestando a un perro callejero.

Mis padres siempre me habían dicho que no me metiera en problemas, que me llevara bien con todo el mundo y que no hiciera enfadar a nadie. Debería haber mirado a otra parte y seguir con mi camino. Aquello no iba conmigo y, probablemente, no conseguiría nada; los jóvenes seguirían fastidiando al pobre animal.

Pero no lo hice. Ni siquiera me lo planteé.

—¡Eh! —grité—. Dejad de molestar al perro.

Aún me acordaba del cosquilleo de valentía que recorrió mis venas. Me creí invencible. Imaginé que nadie podría hacerme daño. Había visto demasiadas series de animación y películas con final feliz. Y pensé que aquella situación no sería muy diferente.

Pero la realidad me aplastó como si fuera un camión de mil toneladas pasándome por encima.

Inesperadamente, me hicieron caso y dejaron de molestar al animal. El perro aprovechó ese momento y salió corriendo. Las comisuras de mis labios se elevaron sin poder controlarlo en una sonrisa orgullosa.

Sin embargo, cuando los cuatros chicos se dieron la vuelta, comprendí que había cometido un grave error. Sus miradas estaban cargadas de desprecio, sus manos formaban puños y los hombros tensos indicaban lo lejos que estaban de dejar la situación pasar.

Tragué saliva. Y me precipité a la huida.

Solo había dado un par de pasos cuando me agarraron de la sudadera y me jalaron hacia atrás. Antes de que empezaran los golpes, recordé las emociones que sentí. Un miedo que me atenazaba la garganta y amenazaba con dejarme sin aire. La rabia causada por encontrarme en una situación injusta. La perturbación, porque de repente el mundo había dejado de parecerme seguro. Y extremadamente frágil, como si un solo golpe pudiera borrarme del mundo.

Solo quería huir de allí, estar en cualquier piel que no fuera la mía. Lo deseé con tanta fuerza que realmente creí que se haría real.

Pero no fue así.

De repente, fui consciente de la fragilidad de mi propia vida, quebrando esa imagen de invencibilidad que tenía. Comprendí, a base de golpes, que el mundo era un lugar mucho más oscuro de lo que creíamos.

Después de tantos años, noté cómo esas mismas emociones me arañaban por dentro, tratando de salir a la superficie. Escuchar las noticias sobre Annie hicieron un click en mi cerebro. Y volví a sentir miedo. El pánico me engulló y nadie podía ayudarme.

Sabía que no necesitaba el aire para respirar, pero sentía como si me estuviera ahogando. Era como si, hiciera lo que hiciera, mis pulmones no quisieran funcionar y no me quedara otra alternativa que contemplar cómo lenta y agónicamente me asfixiaba. Era como experimentar mi muerte de nuevo.

Me llevé las manos al pecho, desesperada, jadeando. Cerré los ojos con fuerza y nuevas imágenes de esa noche inundaron mi cabeza.

Quedé con Jayden sobre las seis de la tarde en "El escondite de Mel". Para la época en la que nos encontrábamos, los días ya eran más largos y nos quedaban un par de horas de sol por delante. Recordé que llegaba tarde. Debería haber esperado a que apareciese antes de pedir, pero tenía mucha hambre, así que la camarera me tomó nota y unos minutos después tenía ante mí un batido enorme de fresa coronado con nata y virutas de chocolate.

Todas las estrellas que nos separanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora