Capítulo 11 | Estrella fugaz

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Aiden me observaba fijamente, como si esperase una respuesta por mi parte. Entonces comprendí que había formulado una pregunta que yo no había oído. Nuevamente, me había vuelto a quedar en las nubes.

—¿Qué? —inquirí.

Él desvió la vista al mismo tiempo que sacudía la cabeza mientras una sonrisa burlona apareció en su rostro. Parecía decir "no tienes remedio".

—Sueles distraerte mucho, ¿verdad? —observó.

Me encogí de hombros. No podía evitarlo. Pasaba más tiempo perdida en mis pensamientos que con los pies sobre la tierra.

Después de aceptar la ayuda de Aiden para averiguar quién era mi asesino, decidimos ir a su casa. Al principio yo tenía mis reservas al respecto, pero él terminó convenciéndome. Aseguró que allí estaríamos más cómodos y dispondríamos de material que nos ayudaría a encausar nuestra investigación particular. Tampoco tenía muchas opciones. Aiden parecía completamente seguro y mis argumentos fueron perdiendo fuerza frente a su determinación.

Así que aquí estábamos, de camino a su vivienda.

—Te estaba dando las gracias —dijo Aiden, repitiendo lo que yo no había escuchado.

—¿Por qué?

—Por ayudarme en clases con el señor Hemmings —respondió—. Nunca te lo había agradecido.

—Oh. No fue nada. La verdad es que se comportó como un verdadero capullo.

Aiden soltó una risotada.

—Harriet Bonner soltando un taco —se mofó—. Ver para creer, señores.

Sonreí ante su comentario. Repetí sus palabras de agradecimiento en mi cabeza una y otra vez durante el trayecto, saboreando la calidez que me despertaban. Entonces me di cuenta de algo. Se trataba de una pregunta que alguna vez me hice y nunca antes le formulé.

—¿Por qué estás en clases de química, Aiden? —expresé en voz alta. En su momento, me pareció extraño el cambio de asignatura—. Solo quedan algunas semanas de clase antes de que el curso se acabé. Podrías repetir la materia.

—Esa es una historia muy graciosa —sonrió, con cierta satisfacción tiñendo sus palabras—. ¿Te la cuento?

—Sí, por favor.

—¿Sabes quién es Mike? —preguntó, a lo que yo negué con la cabeza—. Un tipo alto que juega en el equipo de fútbol, con acné en la cara y un bigote muy gracioso. —Asentí efusivamente, dándole a entender que sabía a quién se refería. Había oído que era un poco abusón, pero no sabía si era cierto—. ¿Te has fijado que en los últimos días ha llevado gorro?

—Sí —contesté—. Recuerdo haberme extrañado, ya que la temperatura es más suave y no hace tanto frío.

—Bueno, pues es mi culpa —continuó—. Mike usa gorro porque se ha quedado sin pelo. Vacíe su champú y repuse el bote con crema depilatoria.

Mis ojos se abrieron como platos al mismo tiempo que mi mandíbula cayó. Mis cejas debían hallarse a la altura del cuero cabelludo, más o menos.

—¡No! —exclamé. Aiden asintió, dejándome claro que sí fue así.

—El caso es que me pillaron —añadió—. Me llevaron ante el director y él me pidió explicaciones. Yo le aseguré que fue un error inocente, que tan solo me había confundido con el champú y la crema, pero él no me creyó. Dijo que, para evitar futuros problemas similares, a partir de ese momento iría a clases de química. Así sabría distinguir perfectamente entre una cosa y la otra.

Todas las estrellas que nos separanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora