Capítulo 17 | Ser un fantasma no era nada fácil

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Ojalá pudiera abrir los ojos y despertar en mi cama, enredada en el edredón y con muy pocas ganas de ir al instituto.

Habría tenido una horrible pesadilla sobre que era un fantasma y nadie podía verme, pero todo hubiera quedado en la almohada y mi vida seguiría con normalidad. Mi padre estaría cantando en la cocina y mi madre estaría planeando con qué sartén zurrarle en la cara. No estarían para nada pensando en el divorcio. Después, iría a las clases desganada, pero Lily me animaría con lo que hizo el fin de semana. Al acabar la jornada estudiantil, nos reuniríamos con Jayden en "El escondite de Mel" y yo pediría todas las tartaletas de fresas que tuvieran hasta dejarlos en desabastecimiento.

Pero no ocurrió nada de eso.

Cuando los primeros rayos de sol comenzaron a salir y mis padres se prepararon para ir al trabajo, me pregunté si no habría alguna posibilidad de acostarme en mi cama y quedarme ahí el resto del día. Tenía que reconocer que había algo poético en el hecho de cerrar los ojos y viajar a un mundo completamente diferente e irreal, en el que tus acciones no tenían consecuencias y lo más absurdo podía ocurrir. Un par de horas después, despertabas con las pilas recargadas y descubrías que todo con lo que habías soñado no había ocurrido en la realidad.

Era como hacer borrón y cuenta nueva. Una forma de poner punto y aparte.

Pero sabía que yo no podía hacerlo, porque atravesaría el armazón y el colchón. O me quedaba en mi esquina habitual en el salón o asistía a las clases del profesor Hemmings. No estaba de humor para hacer cualquier otra cosa.

Pensé en ir al instituto, pero la mera idea de toparme con Aiden o ver a Lily o Jayden, me desalentó por completo. No quería ver a mis amigos. Sin embargo, la otra opción —permanecer en casa— era tan deprimente y aburrida que, si la elegía, era solo porque me estaba escondiendo.

Suspiré. Ser un fantasma no era nada fácil.

En el fondo, sabía que no podía quedarme aquí eternamente. En algún momento tendría que salir. Además, siempre existía la posibilidad de que Aiden me viniese a buscar.

Maldito Aiden.

No paraba de complicarme la vida. Habría sido más fácil para mí dirigirme hacia el instituto sabiendo que nadie podía verme. Hubiera pasado completamente inadvertida y podría escuchar si alguien sabía algo sobre que estaban investigando a Jayden. Pero claro, Aiden sí podía percatarse de mi presencia. Y después de lo sucedido el domingo en el hospital, no quería estar con él.

Era un enfado tonto, lo sabía, como una rabieta de una niña de seis años. Pero no podía evitarlo. Éramos un equipo, y cada vez que él decidía actuar por su cuenta, tambaleaba lo que ambos habíamos averiguado.

Pero, ¿iba a enfadarme con él toda la vida? ¿Era capaz de dejar de hablarle a la única persona con la podía entablar una conversación? Si algo me molestó, ¿no sería mejor solucionar las cosas?

Respiré hondo, tomando una decisión. Con el ánimo por los suelos, y también parte de mi orgullo, arrastré mis pies fuera de casa.

Quizás solo estaba deprimida y por eso no quería ver a nadie.

Cuando llegué al instituto, los pasillos estaban demasiado abarrotados para mi gusto. Permanecí cerca de la pared, lo más pegada posible pero sin atravesarla. Aún quedaban algunos minutos antes de que diese comienzo la primera clase, así que los aproveché al máximo para escrutar la multitud. Capté la melena de Lily justo cuando entraba en su aula. Seguí escudriñando, ya que no era a ella a quien buscaba. No vi ni rastro de Jayden, y los retazos de conversación que me llegaron tampoco lo nombraban. O no estaba siendo investigado, o nadie sabía que estaba en el punto de mira de la policía.

Todas las estrellas que nos separanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora