[ XXXXII ]

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Llegaron con gran pompa y aureolados por una belleza singular. Aparecieron alineados en una formación rígida y formal, pero no se trataba de una marcha a pesar de lo conjuntado de su avance.

Pasaban entre los árboles en perfecta sincronía, como una procesión de sombras negras suspendidas a pocos centímetros del suelo cubierto de nieve, de ahí ese desplazamiento suyo tan desenvuelto.

Los posiciones en las zonas exteriores del destacamento estaban ocupadas por miembros equipados con ropajes grises, pero la tonalidad se iba oscureciendo hasta llegar al más intenso de los negros en el centro de la formación. Era imposible verles los rostros, ensombrecidos y ocultos por las capuchas.

El tenue roce de las pisadas parecía música debido a la regularidad de la cadencia, era un latido de ritmo intrincado que no mostraba ninguna vacilación.

Realizaron un movimiento con elegancia, pero fue demasiado rígido y agarrotado como para recordar la apertura de los pétalos de una flor, a pesar de que el colorido sugería tal semejanza. Se parecía más al despliegue de un abanico, grácil, pero muy angulado.

Las grises figuras encapotadas se replegaron a los flancos mientras las de vestiduras más oscuras avanzaron por el centro con movimientos muy precisos y esmerados.

Los Vulturis se habían mostrado demasiado disciplinados hasta aquel momento, como si quisieran no evidenciar emoción alguna.

No demostraron asombro ni consternación ante el variopinto grupo de vampiros que los esperaba, una camarilla que de pronto, y en comparación, parecía desorganizada y falta de preparación.

Tampoco se sorprendieron al ver al lobo gigante situado en el centro de la formación.

Romina hizo un recuento de efectivos, no pudo evitarlo. Eran treinta y tres, y eso sin contar a las dos figuras de capas negras y aspecto frágil que merodeaban en la retaguardia. Ellas eran las esposas. Lo protegido de su posición sugería que no iban a participar en el ataque. Aun así, los sobre pasaban en número.

—Se acercan los casacas rojas, se acercan los casacas rojas. - Musitó Garrett en el cuello de su camisa antes de soltar una risa entre dientes y acercarse un paso a Kate.

—Así que han venido. -Comentó Vladimir a Stefan con un hilo de voz.

—Ahí están las damas, y toda la guardia. -Contestó Stefan, siseante.—Míralos, todos juntitos. Hicimos bien en no intentarlo en Volterra.

Edward profirió un gruñido bajo pero elocuente.

—Alistair estaba en lo cierto. -Avisó a Carlisle.

Midnigth ✓ → [Edward Cullen] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora