CAPÍTULO 3

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Flavio quería morirse. Llevaba todo el fin de semana enfermo en su cama, sin salir de la habitación nada más que para hacer la colada en un intento de moverse un rato. Planeaba estar bien para el lunes ir a clase, pero cuando sonó la alarma su cuerpo tenía otro plan. Se encontraba mejor que hace dos días, pero aún así se sentía terriblemente mal. Había estado pensando que podía ser, pero no había llegado a ninguna conclusión. El viernes en la fiesta ya se encontraba mal, pero pensaba que era culpa de la copa que le estaba haciendo daño al estómago. Quizás había cogido algún virus o se había puesto malo con el cambio de temperatura de la calle y el conservatorio, en el que se podía estar en tirantes y aún así tener calor. Finalmente, sin estar 100% convencido de perder un día de clase, decidió que se iba a quedar en la residencia a seguir reponiendo fuerzas. Cogió su móvil para mandar un mensaje rápido al grupo que tenía con sus tres amigos para avisarles de que aún no se encontraba suficientemente bien como para ir a clase. A los diez minutos, cuando estaba casi dormido de nuevo, unos golpes en la puerta le sobresaltaron. No esperaba a nadie, y mucho menos quería que le vieran en ese pésimo estado. Pensó que se habían equivocado, así que volvió a girarse en la cama para volver a coger el sueño pero a los pocos segundos volvieron a llamar. Se levantó de la cama enrollado en la manta y con paso lento se dirigió a la puerta de su cuarto a ver quien le estaba molestando en ese momento tan crítico. Al abrir, se encontró de frente con Gérard que le miraba divertido al ver sus pintas.

— ¿Si estás enfermo no deberías ir al médico?

— Me va a mandar Ibuprofeno o Paracetamol, así que es una tontería.

— Eres un cabezón — dijo riendo — Si mañana sigues enfermo, Anne y yo te arrastraremos a que veas al doctor.

— Mañana estaré genial, solo necesito un día más para reponerme de lo que me pase.

— ¿Necesitas que te traiga algo a la vuelta?

— Estaría genial si pasases por el super y me hicieras una mini compra...

— Venga, vale — dijo mirándose el reloj — Me voy que llego tarde. Mandame un mensaje luego con lo que necesites y a la vuelta me paso a comprartelo.

— Muchísimas gracias — dijo conteniendo un bostezo — Espera que te doy el dinero.

— Luego me lo das, descansa y no te mueras.

— Lo intentaré, pero no prometo nada.

— Más te vale.

Riendo lo vio marcharse por el pasillo y volvió a encerrarse en su habitación para pasar el día enrollado en la manta. Pensó si volver a la cama era la mejor opción, o quizás debería quedarse sentado y espabilarse un poco. Tras sopesar sus opciones, que tampoco eran muchas, decidió que se iba a dar una ducha para despertarse del todo y ponerse a hacer algo de clase para no retrasarse mucho. Ese fin de semana no había hecho absolutamente nada más que dormir y beber agua, así que debería aprovechar su pequeña mejoría para adelantar trabajos. Justo cuando se iba a levantar para ir a la ducha, su móvil comenzó a vibrar con una llamada entrante. Era Anajú, probablemente iba a ejercer de madre preocupada.

— ¿Qué pasa, Ana Julieta? — preguntó sabiendo la respuesta.

— Pues que sigues enfermo, eso pasa.

— Habré cogido un virus o frío, no es nada.

— Si no estás ni para ir a clase, sí es algo... — dijo sonando preocupada — Tú nunca te saltas clases.

— Es que necesito este día para reponerme, mañana te prometo que estaré bien para ir.

— Me tienes preocupada.

Que tengas suerte • Flamantha •Donde viven las historias. Descúbrelo ahora