CAPÍTULO 4

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Flavio estaba medio enfadado con Anajú. Sabía que su amiga lo había hecho con buena intención pero realmente no tenía el tiempo suficiente para poder dar clases particulares a alguien. ¿Necesitaba el dinero? Pues sí, eso no era ningún secreto pero le hubiera gustado que lo hubiera consultado con él antes de aceptar la oferta sin preguntarle. Anajú se había disculpado con él cuando se dio cuenta que su buen acto no había sido tan bueno porque su amigo llevaba razón. Igualmente, al moreno no le duraban mucho los enfados porque era demasiado bueno y además ella no lo había hecho para perjudicarle, así que al día siguiente decidió no darle más importancia. Lamentablemente su amigo no tenía la misma intención.

— Anajú podrías haber preguntado al chiquillo — dijo el rubio sentándose en la mesa de la cafetería con ellos.

— Ya me he disculpado, no lo pensé.

— ¿ Y has aceptado? — le preguntó su amiga de rizos.

— No he tenido otra opción.

— Me siento fatal... — dijo la castaña apenada — Igualmente, estoy segura de que hubieras aceptado al final.

— Probablemente porque necesito el dinero, pero me hubiera gustado pensarlo primero y darle un par de vueltas.

— Solo serían dos días por semana — le dijo Anajú — Ambos salís ganando porque ella necesita ayuda y no puede permitirse una academia y tú necesitas ahorrar para apuntarte a una si lo acabas necesitando.

— Oh, vas a dar clases a una chica... — dijo el rubio subiendo las cejas sugerentemente y dando un pequeño golpe en el hombro a su amigo.

— No seas tonto, Gèrard — le dijo Flavio algo molesto — No tiene porque pasar nada entre nosotros, como mucho hacernos amigos pero tampoco lo creo.

— ¿Cómo se llama? — preguntó entonces Anne.

— No me acuerdo. De hecho, creo que no me dijo el nombre, solo que una amiga suya necesitaba ayuda con inglés.

— ¿E inmediatamente pensaste en Flavio? — preguntó Gèrard riendo.

— Te la estás jugando — le amenazó su amigo.

— Déjale en paz, pesado — le regañó su novia.

— ¡Oye, que tu novio soy yo!

El murciano seguía inseguro pensando en su nuevo trabajo. Le gustaba mucho enseñar, pero el no saber ni el nombre de la persona le preocupaba un poco. ¿Y si no se llevaban bien y era todo un fracaso? Encima con lo tímido que era... ¿y si al final no era capaz de dar la clase y su alumna suspendía? ¿Y si se daba cuenta de que la enseñanza no era lo suyo y había perdido casi tres años? Mil miedos le vinieron cuando se paró a pensar todo detenidamente.

— ¿Y vas a dar las clases en tu habitación? — le preguntó Anne sacándole de sus pensamientos.

— Sí, así luego puedo aprovechar mejor el tiempo para ensayar.

— ¿Cómo vas con el conservatorio? — le preguntó la castaña

— Pues la profesora dice que no dedico suficiente tiempo a practicar, lo que es mentira... Estoy un poco desmotivado.

— ¿Por? — preguntó Anne.

— Porque dedico toda mi vida al piano y luego resulta que no soy realmente bueno...

— No digas tonterías — le regaña Gérard — Lo que pasa es que te ha tocado la amargada de turno.

— Quizás lleva razón y no estoy ensayando lo suficiente.

Que tengas suerte • Flamantha •Donde viven las historias. Descúbrelo ahora