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13 de abril, 1940

     La mañana de sábado, Jungkook se había levantado muy temprano con un solo propósito. Ir a la iglesia. Y no porque fuese un hombre excepcionalmente religioso, sino más bien porque había alguien ahí con quien tenía que hablar.

     Se vistió tan pronto como pudo y su madre lo recibió en la planta baja con una mirada cargada de reproche al ver su desaliñada presentación. Jungkook soltó un rugido de frustración cuando su madre se puso a arreglarle el chaleco de lana y la camisa manga larga bajo de este.

     —¡Ya, madre! Estoy listo, déjame salir en paz por amor a todos los ángeles que habitan en el cielo —Gruñó cuando su madre le vio mal de nuevo, dejándolo libre por fin.

     —¡Es imposible que pienses salir con tremendos harapos! —Jungkook entendió el rumbo de la conversación e hizo una mueca de desagrado— ¿Crees que una chica se fijaría en un hombre que no sabe ni arreglarse la camisa?

     —¿Ya me puedo ir? ¿O vas a seguir diciendo más boberías?

     —Jeon Jungkook —Le reprendió pero él era un muchacho rebelde.

     —Lo que digas —Rodó los ojos y salió de la casa lo más rápido que pudo.

     Mordió la banana que robó del frutero de su madre mientras caminaba por las solitarias calles del vecindario, disfrutando de esa soledad que pronto se iría en cuanto se adentrara a la ciudad, pues las calles de esta eran por poco, extremadamente  concurridas.

     Saludó cortésmente a algunos vecinos que pasaban por ahí y vibró de placer al sentir el aire puro de primavera en Seúl. Eso duró poco, ya que en cuanto se adentró al centro se la ciudad, el olor a trabajo y gente opacó por completo el aire puro. Podía sentir el terrible olor a sudor, a saliva, a aglomeración, a viejo y a tantas cosas reunidas en un punto.

     Detestaba la ciudad, de forma literal y muy profunda.

     Se apresuró hasta llegar a la iglesia, era raro verlo por ahí y más un sábado. De nuevo saludó por mera cortesía a unas tantas personas que estaban orando o simplemente charlando. Pero su fin era ir hasta el confín de la enorme iglesia, donde se encontraba el confesionario muy apartado de todos. Sabía que tal cabina había sido diseñada para hablar de pecados cometidos, y aunque Jungkook no había cometido ningún pecado digno se contar, ciertamente el padre de la iglesia era un muy buen amigo.

     —Hey, Seonwoo, soy Jungkook —susurró, el hombre al otro lado de la pared parecía haber estado en un sueño profundo pues se sobresaltó al escuchar la voz de Jungkook.

     —¿Jeon? ¿Qué te trae por los lares de Dios, eh? —Escuchó al mencionado bufar mientras buscaba en su pantalón un cigarrillo y cuando estuvo a punto de encenderlo, inmediatamente lo detuvo— Uh, amigo no querrás faltarle el respeto a la casa de nuestro Señor ¿Cierto? Guarda eso, creí que lo habías dejado.

     —Bueno estoy algo nervioso —dijo, como un niño al que papá acaba de regañar—. Vengo a contarte algo, necesito de tu sabiduría divina.

     —Eso ya lo sé, Jeon. No vienes aquí a ver como estoy y como me trata el cielo, ya cuenta que te pasa hombre.

     —Me gusta alguien. Me gusta mucho de hecho, apenas lo conocí hace un mes pero créeme que mi corazón no deja de latir furiosamente al verle, con solo que respire me tiene a sus pies —Vio como el mayor, Seonwoo, se quedó petrificado al escuchar tal información. Y es que Jungkook, en todo la vida que llevaba conociéndolo, nunca se interesó por nadie más que por sí mismo, menos románticamente.

En esta y mil vidas kth+jjkDonde viven las historias. Descúbrelo ahora